Crítica:

Síndrome novelesco

A lo mejor ya nadie se acuerda, pero hubo hace años un periodista barcelonés que inventó y mantuvo una excelente columna periodística, en este mismo periódico EL PAÍS, titulada Sospechosos habituales y que luego reunió en un libro atrevido, cruel y piadoso, lleno de buenas maneras de escritor, buen humor y buen estilo. En gran medida el arranque de aquel libro estaba en su biografía y en parte de su misma bibliografía, como el librito de relatos que fue La vida mata y, sobre todo, aquella extraña crónica, personal y musical, titulada En la cresta de la ola. Por entonces Ra...

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A lo mejor ya nadie se acuerda, pero hubo hace años un periodista barcelonés que inventó y mantuvo una excelente columna periodística, en este mismo periódico EL PAÍS, titulada Sospechosos habituales y que luego reunió en un libro atrevido, cruel y piadoso, lleno de buenas maneras de escritor, buen humor y buen estilo. En gran medida el arranque de aquel libro estaba en su biografía y en parte de su misma bibliografía, como el librito de relatos que fue La vida mata y, sobre todo, aquella extraña crónica, personal y musical, titulada En la cresta de la ola. Por entonces Ramón de España aseguraba, y con razón, que el esperpento era la única vía razonable para retratar o tratar a la sociedad española contemporánea. Y lo hizo con una novela, yo creo que la mejor de las suyas, que se tituló Sal, amor y mar, y ha mantenido la misma intención literaria en otros libros narrativos posteriores. Sin embargo, en Redención los buenos sentimientos del novelista hacia sus criaturas amargaban la novela, y el esperpento perdía crueldad y perdía brío. Creo que sucede lo mismo ahora. O yo al menos no encuentro las virtudes de aquel buen periodista en este novelista, ni advierto la libertad de escritura que entonces lo hacía hiriente y adictivo, el de los Sospechosos habituales.

CALIDAD DE VIDA

Ramón de España

Planeta. Barcelona, 2004

257 páginas. 19 euros

Al novelista le cuesta mu

cho hacer respirar con credibilidad a los personajes que el periodista dota de una inequívoca fuerza, que además es fuerza narrativa, novelesca, y no informativa. La autoparodia que hay en uno de los personajes de esta novela (periodista, articulista, novelista muy parecido al propio Ramón de España) no recompensa la lectura y no cumple tampoco con lo que más excita de su lectura: el retrato cruel de unos cuantos cuarentones y unos pocos hombres de prensa, alguno de los cuales estaba ya en La llamada de la selva. La sátira de la calidad de vida como tópico moderno y bobo da para mucho pero no está aquí más allá de una burla superficial, incluso banal, de la obscenidad política del barcelonismo futbolístico y la mayor parte de las razones por las que los personajes matan en el sentido literal de la palabra. Pero la solidaridad con esas ideas no encuentra en la novela nada que la multiplique o enriquezca: el atrevimiento, la ironía, la mala leche sin agriar que hay en su articulismo se volatiliza inexplicablemente en los narradores y en los personajes de las novelas, como si de veras el respeto por el género o la sumisión al formato novelesco echasen a perder justamente las mejores virtudes del escritor.

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