SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | 16ª jornada de Liga

Fútbol espumoso

Esta noche, en Barcelona, Xavi nos ofrecerá una nueva exhibición de agudeza visual. Se abrirá camino en la sopa de nombres y dorsales que Ranieri se atreve a llamar equipo.

Como en la mejor época del insurrecto Johan Cruyff, su figura representa la continuidad de una exquisita dinastía de medios centro. Desde entonces, un nuevo rango de finos percusionistas ha dado al Barça el sello que determina el estilo: allí, el juego era una energía radial que proyectaba el foco móvil de un solo director. Discutíamos si el secreto de la fórmula estaba en la armonía del dibujo o en la velocidad de e...

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Esta noche, en Barcelona, Xavi nos ofrecerá una nueva exhibición de agudeza visual. Se abrirá camino en la sopa de nombres y dorsales que Ranieri se atreve a llamar equipo.

Como en la mejor época del insurrecto Johan Cruyff, su figura representa la continuidad de una exquisita dinastía de medios centro. Desde entonces, un nuevo rango de finos percusionistas ha dado al Barça el sello que determina el estilo: allí, el juego era una energía radial que proyectaba el foco móvil de un solo director. Discutíamos si el secreto de la fórmula estaba en la armonía del dibujo o en la velocidad de ejecución, pero el amplio abanico de las maniobras, su rigor cartesiano y su perfil variable nos ponían finalmente de acuerdo: aquello era un prodigio de ritmo y simetría.

El prototipo de la cantera fue Milla, un menudo administrador que repartía el juego en pequeñas porciones. Sus pases no llegaban lejos, pero comprometían a todo el mundo en la conspiración. A su mando, los extremos se sentían rápidos, los interiores descubrían las excelencias del triángulo y los goleadores gozaban siempre de una segunda oportunidad. Sumando céntimos, combinando método, instinto y proporción, Luis convirtió en un arte el viejo oficio de brujulear.

Más tarde llegó Guardiola, equidistante como un epicentro, y empezó a tender en el círculo central una precisa telaraña. Gracias a él pudimos disfrutar de la visión periférica de Laudrup, de la fiereza rural de Stoichkov y el tacto sedoso de Romario: nunca la posesión de la pelota había sido tan diabólica. Cuando creíamos que el caudal genético del club estaba agotándose, apareció Xavi Hernández, la penúltima mutación. Esta vez venía disfrazada de subalterno: tenía un modesto porte de peón y parecía más hecha para llevar la carga que para pilotar el bólido.

Las primeras impresiones eran infundadas. Como en un crisol, en Xavi se agrupaban todos los encantos y misterios de la estirpe: el instinto del compositor, el gusto por la transparencia y una sensibilidad plural capaz de integrar los valores mestizos de la plantilla blaugrana.

Pase lo que pase en el marcador, esta noche habrá fútbol espumoso en el Camp Nou. Servido por Xavi, fútbol de cava.

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