VISTO / OÍDO

El Estado

A veces se vislumbra la existencia de un Estado. Todo ayuda a pensar que no hay, comenzando por el titulado jefe del Estado, o Rey, que es más bien un símbolo viviente en quien cada uno puede depositar sus rezos civiles con la seguridad de que no los puede resolver; y siguiendo en consecuencia porque el jefe del Gobierno asume la condición de estadista por cuatro años, pero al que se puede revocar en cuanto se pasa de la raya: véase Aznar, con boda en El Escorial y todo, que se dejó la piel un día de atentado en el que se fue mas allá de sí mismo, sin saber que tenía límites humanos, y que el ...

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A veces se vislumbra la existencia de un Estado. Todo ayuda a pensar que no hay, comenzando por el titulado jefe del Estado, o Rey, que es más bien un símbolo viviente en quien cada uno puede depositar sus rezos civiles con la seguridad de que no los puede resolver; y siguiendo en consecuencia porque el jefe del Gobierno asume la condición de estadista por cuatro años, pero al que se puede revocar en cuanto se pasa de la raya: véase Aznar, con boda en El Escorial y todo, que se dejó la piel un día de atentado en el que se fue mas allá de sí mismo, sin saber que tenía límites humanos, y que el lunes dejó de ser frente a un hombre tranquilo y moderado; y su vicario en la tierra, Zaplana, ya no crispaba; molestaba; y las carcajadas de sus comisionados. ¡Qué profunda boca tan vacía la de Pujalte!

El hombre tranquilo y razonable es, ahora, la cara del Estado. Bajo él una serie de hechos parecen continuar la vieja carrera. Estudiantes ignorantes; un año en las listas de espera de los médicos; curas trabucaires -sermón de domingo en vez de trabuco, pero con la misma intención-, diputados o senadores que llegan tarde a las votaciones -el lunes, uno de los populistas perdió el veto a la ley judicial-, retrasos, pereza, mala uva y fútbol (qué pena, el fútbol, en sus malos modos; ha terminado siendo el que influya en la política, en las cámaras: en los bramantes tifosi, en el lenguaje, en los manejos económicos). Eso es España: qué curioso, que salte por encima de las supuestas fronteras autonómicas. Y si eso es España, eso es el Estado español, que es como lo llamaba Franco. No se atrevía a ser monarquía, porque no había rey más que in pectore; no podía ser república porque aunque se sublevaron gritando "¡Viva la República!", la odiaban. A veces se le llamó reino, pero especificando que sin rey; como ahora lo es con rey, pero relegado a sonrisas y lágrimas. Y de cuando en cuando llaman antiespañoles -ahora se vuelve a eso- a los que más quieren arreglar el país. Eso es un estado en la sombra, secundario que es, realmente, el enemigo de todos. Los viejos ven venir otro reformismo: bueno. En las palabras de Zapatero, el lunes, y todos los días, está el reformismo, enemigo del tradicionalismo, pero también de la revolución. Y, por encima de él, está lo aburrido de España.

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