Editorial:

Para el diván

Gaspar Llamazares fue reelegido ayer con el apoyo de menos de la mitad de compromisarios como coordinador general de Izquierda Unida (IU) para los próximos dos años en una extraña y caótica asamblea extraordinaria de la organización, convocada precisamente para cuestionar el liderazgo del político asturiano tras los malos resultados en las pasadas elecciones generales y europeas. El desarrollo y la conclusión podrían ser motivo para charla y reflexión de muchos de sus dirigentes en el diván de un psicólogo.

En tres días se vivió un frenético baile de candidaturas que se hacían y deshací...

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Gaspar Llamazares fue reelegido ayer con el apoyo de menos de la mitad de compromisarios como coordinador general de Izquierda Unida (IU) para los próximos dos años en una extraña y caótica asamblea extraordinaria de la organización, convocada precisamente para cuestionar el liderazgo del político asturiano tras los malos resultados en las pasadas elecciones generales y europeas. El desarrollo y la conclusión podrían ser motivo para charla y reflexión de muchos de sus dirigentes en el diván de un psicólogo.

En tres días se vivió un frenético baile de candidaturas que se hacían y deshacían: la oficialista de Llamazares, la crítica bicéfala del ex secretario de las Juventudes Comunistas, Enrique Santiago, y el ex diputado Felipe Alcaraz, impulsada por el líder del PCE, Francisco Frutos, así como una tercera, más rupturista y andalucista, de Sebastián Martín Recio, alcalde de Carmona. Todo fue cocinado entre bastidores y en ese clásico estilo de peleas internas y hasta familiares que caracterizan a la organización desde su fundación en 1986. Muchos de sus afiliados confiesan estar hartos de tanta revuelta, de tanto ombliguismo y de la incapacidad de mirar más allá.

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Nadie ha salido ganador, y eso Llamazares lo debe saber. Aunque si hay que citar un perdedor, sería Frutos, volcado desde el principio en la defenestración de Llamazares. Pero éste no sale reforzado, pese a asegurarse el voto de los coordinadores regionales tras una enmienda muy discutible que forzó al final a la retirada de Santiago. Tiene en contra a casi la mitad de la organización, a la ortodoxia comunista y a los radicales que no quieren ni oír hablar de pactos con los socialistas. De ahí que se haya apresurado a comprometerse a hacer una política de oposición más influyente frente al PSOE y a impulsar una dirección más compartida y menos presidencialista.

Poco induce a pensar, a la luz de lo visto, que el encuentro haya servido para resolver la crisis de identidad que sufre la organización. Rosa Aguilar, la alcaldesa de Córdoba, que formaba parte de la lista del reelegido coordinador, ha descrito bien la situación al afirmar que IU se encuentra en un banquillo de lujo después de la victoria del PSOE en las pasadas elecciones generales. Presencia el partido, pero no está en la cancha. Cierto, tiene relativo poder mediante pactos en algunos Gobiernos autónomos (País Vasco, Cataluña y Asturias) y municipales, pero no posee gran peso político nacional, con sus apenas cinco diputados, pese a las buenas relaciones de Llamazares con el actual presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. No parece que tras este congreso extraordinario vaya a cambiar demasiado la situación, sobre todo porque IU continúa siendo la misma organización dividida y a veces nostálgica del pasado.

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