Reportaje:

Cuenca pinta Colón con sus poemas

El Centro Cultural de la Villa rinde tributo al Museo de Arte Abstracto que innovó la pintura en España

El Centro Cultural de la Villa rinde homenaje en su mejor sala de la plaza de Colón al movimiento pictórico que, hace ahora cuarenta años, protagonizó el reencuentro del arte español con las corrientes de la mejor pintura mundial. Aquel impulso tuvo su Arcadia en la ciudad de Cuenca. Su Museo de Arte Abstracto se erigió en el corazón pionero de un latido que vivificaría con su ímpetu el arte español y cuyo eco, consonante estímulo del efímero grupo El Paso, llegaría hasta nuestros días.

Aquel impulso lo informaron mancomunadamente el pintor-mecenas Fernando Zóbel y sus amigos Gerardo R...

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El Centro Cultural de la Villa rinde homenaje en su mejor sala de la plaza de Colón al movimiento pictórico que, hace ahora cuarenta años, protagonizó el reencuentro del arte español con las corrientes de la mejor pintura mundial. Aquel impulso tuvo su Arcadia en la ciudad de Cuenca. Su Museo de Arte Abstracto se erigió en el corazón pionero de un latido que vivificaría con su ímpetu el arte español y cuyo eco, consonante estímulo del efímero grupo El Paso, llegaría hasta nuestros días.

Aquel impulso lo informaron mancomunadamente el pintor-mecenas Fernando Zóbel y sus amigos Gerardo Rueda y Gustavo Torner, quienes, por diferentes caminos -los tres en rebeldía con los destinos que sus familias les habían trazado- llegaron a la ciudad donde convergen los ríos Júcar y Huécar para cumplir sus anhelos por impregnar de poesía, equilibrio y horizonte la pintura española.

"Para lograrlo", explica el comisario de la exposición e historiador del Arte, Alfonso de la Torre, "rompieron las figuraciones y los dictados de la academia, rechazaron el surrealismo, rindieron tributo a Paul Klee, desdeñaron la herencia de Picasso -pese a rendir pleitesía al cubismo- y se impregnaron de la parsimoniosa rutina del escritor Proust para hacer aflorar una visión despojada de las cosas, con ansia de incompletud". Alumbraron, así, una nueva relación del artista con su obra y abrieron a la mirada del veedor anónimo el disfrute de su arte.

Entonces, mediado el siglo XX, el espectador español maduraba en su sensibilidad velozmente, pese a la hondura de los traumas que la historia, aún reciente, había dejado sobre una España que, a la sazón, el poeta Jesús López Pacheco definiera como "piel de toro toreado".

Seña de identidad compartida por los tres pioneros fue, sobre todo, su cosmpolitismo, cosechado en estudios y estadías por escuelas y museos de todo el mundo. "Zóbel mantuvo una decisiva amistad con Frank O'Hara, conservador del Museo de Arte Moderno de NuevaYork", precisa De la Torre.

Además, participaban de consuno de un fulgor poético que destilaba su aromado estro por todos los poros de sus obras y que permitió a sus pinceles discurrir libérrimamente por las sendas abiertas del color y de la luz, como un torbellino rompedor de las formas del arte figurativo. Dieron así con una estética hasta entonces desconocida en la España interior.

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Alfonso de la Torre ha reconstruido la historia de aquella generación y la ha narrado con toda la coherencia que una escuela pictórica basada en la acronía y en la incompletud le han permitido.

Ahora, cuando se cumplen 18 años de la muerte del filipino de cuna e hispano de nación Fernando Zóbel, la talla de su obra se aprecia aquí en su plena entidad: fue él quien, tras conocer la obra de Rothko, decidió respirar primero el aire fresco de la evolución del arte en otras latitudes. La finura de sus pinceladas y la evanescencia de sus sfumati se contemplan en esta muestra en toda su luminosidad. Gracias a sus rupturas personales, a su sensibilidad y a su trajín por los principales museos de Europa y América, el arte recobró aquí su estatura y logró vivificarse por mor, también, de la feliz conjunción de su brío con el de Rueda y del ex ingeniero forestal Torner, único superviviente éste del núcleo pionero.

Cuenca había sido ya polo de atracción de artistas como Wifredo Lam, en los años veinte, y meca de peregrinación para el pintor Antonio Saura, mediada la centuria. Pero hasta que el Ayuntamiento conquense, en la persona de su alcalde Rodrigo Lozano de la Fuente, decidió ceder por una simbólica peseta, la moneda de entonces, el recinto de las Casas Colgadas a Zóbel y los suyos, no nació como corpus vertebrado aquella generación de artistas.

Contaron con el talento del impresor Ricard Giralt-Miracle, visionario de la tipografía cibernética, más el genio del cineasta Carlos Saura y el del fotógrafo Fernando Nuño.

Las salas del Centro Cultural de la Villa laten desde las geometrías minerales de Eusebio Sempere, las avanzantes estructuras de José María Yturralde, la cromática líquida de Jorge Teixidor o las armonías suspendidas de Manuel Mompó.

La poética de Cuenca. Cuarenta años después (1964-2004). Hasta el 16 de enero. Centro Cultural de la Villa. Plaza del Descubrimiento, s/n.

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