Reportaje:MÚSICA

Don Juan en el crepúsculo

Hace diez años, el autor de estas líneas convenció a una revista para realizar un reportaje caro pero prometedor: El Montreal de Leonard Cohen. Se pretendía seguir las primeras etapas -infancia, adolescencia, emancipación- del cantante-poeta por su ciudad natal. Cohen, residente entonces en un monasterio budista californiano, mostró reticencias pero se comprometió a volar hasta Montreal y guiarnos. Hasta dos días antes: le surgió el compromiso -"ineludible"- de acompañar a Sasaki Roshi, su anciano maestro zen, en unas conferencias por Estados Unidos.

¿Qué hacer? Continuar sin él,...

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Hace diez años, el autor de estas líneas convenció a una revista para realizar un reportaje caro pero prometedor: El Montreal de Leonard Cohen. Se pretendía seguir las primeras etapas -infancia, adolescencia, emancipación- del cantante-poeta por su ciudad natal. Cohen, residente entonces en un monasterio budista californiano, mostró reticencias pero se comprometió a volar hasta Montreal y guiarnos. Hasta dos días antes: le surgió el compromiso -"ineludible"- de acompañar a Sasaki Roshi, su anciano maestro zen, en unas conferencias por Estados Unidos.

¿Qué hacer? Continuar sin él, claro: periodista y fotógrafo ya tenían sus billetes, sus reservas de hotel. En Montreal, el encontronazo: pocos le consideraban como una gloria local. Las autoridades (francófonas) de Quebec no se entusiasmaron con nuestro plan: "Deberían hacerlo con alguien realmente representativo de nuestra cultura, con Robert Charlebois o Céline Dion" (¡glup!). En la comunidad judía, la recepción fue aún más gélida: la reputación de Cohen parecía avergonzarles y hasta escuchamos anatemas contra "ese impío". Con todo, fuimos trazando sus pasos: los sucesivos domicilios, la universidad McGill, los antros bohemios, la casa de Suzanne, la protagonista de su canción. En la Filmoteca de Montreal, un robotizado sistema de consulta nos permitió ver imágenes de los primeros sesenta, cortos de 16 milímetros en blanco y negro, cuando Cohen era un carismático poeta neobeat que alardeaba de sus aventuras internacionalistas en Cuba, durante la crisis de los misiles. Incluso entre los nativos que le rendían pleitesía, se palpaba resentimiento: el talento canadiense fluye -¿irremediablemente?- hacia el mercado de Estados Unidos y Cohen llevaba años residiendo en California, "como Joni, como Neil". Pero, con el corazón en la mano, ¿quién podría reprochárselo, dada la antipatía del Gobierno separatista y la crudeza de los inviernos quebequenses?

Así que supone una desco-

munal sorpresa encontrarse con Dear Heather (Columbia/Sony BMG). Primero, resultaba utópico imaginar un disco satisfactorio de Leonard Cohen tras el deprimente Ten new songs, de 2001; en su visita promocional a España, su encanto personal no disimulaba su decadencia física e intelectual. Segundo, Dear Heather contiene dedicatorias a A. M. Klein e Irving Layton, mentores canadienses en labores poéticas, y al editor Jack McClelland, que le dio la primera oportunidad. Y está The faith, adaptación de una canción folclórica de la belle province. Sí, se ha vivido algo parecido a una reconciliación: en 2003, le nombraron Compañero de la Orden de Canadá, el mayor honor de aquel país, y ahora pasa temporadas en Montreal. Hasta su hijo, Adam, ha reaparecido en Quebec con Melancolista, hermoso disco cantado en francés.

Dear Heather conserva bastante de la pobreza estética de Ten new songs: esos arreglos vulgares, con teclados de baratillo que sugieren un animador de hotel. Afortunadamente, la perpetradora del crimen de 2001, Sharon Robinson, aquí sólo copa tres temas. Leanne Ungar, que se ocupó de grabar Ten new songs, asciende a la producción de siete canciones. Anjani Thomas también produce y arropa con su voz de enamorada al eterno seductor. La paleta sonora es más rica, aunque el efecto final es el mismo: un Cohen de andar por casa, que desgrana sus observaciones más recitando que cantando; un sabio cansado rodeado de damas complacientes.

Ahora se hace indispensa-

ble traducir el texto de Because of: "A causa de unas pocas canciones / donde hablé de sus misterios / las mujeres han sido / excepcionalmente amables / con mi ancianidad / Hacen un lugar secreto / en sus ocupadas vidas / y me llevan allí / Se desnudan / de formas diferentes / y dicen / 'mírame, Leonard / mírame una última vez' / luego, se inclinan sobre la cama / y me tapan / como si fuera un bebé que temblara". Bendito sea: aquí se alza el faro que nos ilumina, más que ese Cohen desconcertado ante el 11-S (On that day).

El artista se niega a conceder entrevistas y nos quedamos sin saber quién es esa Heather que bautiza el disco. La canción en sí es la humillada letanía de un Don Juan crepuscular: "Querida Heather / por favor, vuelve a caminar delante de mí / con una copa en tu mano / y tus piernas blanquísimas / por culpa del invierno". Pero también había asuntos más graves que tratar en una hipotética conversación: aunque sólo dura 49 minutos, Dear Heather sugiere un esfuerzo titánico, un raspar en el fondo del cesto de la inspiración, con sus adaptaciones de versos de Byron y Frank Scott, con el rescate de ese Tennessee waltz registrado en 1985 (que tan dolorosa hace la comparación con su desvanecida voz actual). Aun así... sigue, Leonard, sigue con tus confesiones.

El cantante canadiense Leonard Cohen.

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