Columna

En la raya

Me perdí por la raya, Valencia quedó muy lejos. Había por allí castillos, grandes murallas fronterizas. Barbacanas y paseos junto a ríos lentos y solitarios, que acaban llevando sus aguas al Duero. Me senté en un café, miré el mundo, había allí montañas y un hombre que me dijo que detrás de aquellas montañas estaban las Hurdes, con su leyenda negra, hoy blanca por fortuna, aunque aquella tierra ya nunca pueda quitarse de encima el burro muerto untado de miel y comido por las abejas que filmó Buñuel en 1932. Imaginé a Buñuel por allí, por el horizonte de las montañas azuladas. Y luego, no sé po...

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Me perdí por la raya, Valencia quedó muy lejos. Había por allí castillos, grandes murallas fronterizas. Barbacanas y paseos junto a ríos lentos y solitarios, que acaban llevando sus aguas al Duero. Me senté en un café, miré el mundo, había allí montañas y un hombre que me dijo que detrás de aquellas montañas estaban las Hurdes, con su leyenda negra, hoy blanca por fortuna, aunque aquella tierra ya nunca pueda quitarse de encima el burro muerto untado de miel y comido por las abejas que filmó Buñuel en 1932. Imaginé a Buñuel por allí, por el horizonte de las montañas azuladas. Y luego, no sé por qué, imaginé a Francisco Camps, también por aquellas montañas, como cuando subió al Penyagolosa, buscando a Dios y al País Valenciano a un tiempo, y muy conmovido por el paisaje ibérico. Francisco Camps del que hablaban los periódicos salmantinos y zamoranos porque nuestro presidente se ha hecho famoso allende la comunidad, ahora sí. Gracias a las dos lenguas que son una, asunto éste que, curiosamente, parece que interesa en los Arribes del Duero, en las Batuecas y en la Peña de Francia, que es un monte muy alto, aunque no mucho más que los nuevos rascacielos plusvalísticos de Valencia, que ya están en marcha para gloria del Señor y del dinero que todo lo puede.

Un fin de semana en la raya es muy instructivo. Por allí no va casi nadie, la tierra está muy pura, el olvido juega en casa. Dehesas, recuerdos de Miguel de Unamuno y también acercarnos a Guarda, la vieja ciudad judaica, y decirle a un señor que por allí pasaba si no querrían independizarse de Portugal, puesto que aquellas tierras eran muy distintas a las de Lisboa, y escuchar risas a cambio. Y luego llegar a Salamanca, y ver a una docena de chicas extranjeras en la mesa de al lado, bellas sirenas de Erasmus, devorando hamburguesas y sueños, y acabar riéndome de las fronteras, como siempre, y de los tipos que sollozan ante unos patines de hockey. Viva el mestizaje y viva la raya, las dos caras de una misma esperanza. Y que las abejas del burro de Buñuel se coman todas las banderas. Poco a poco.

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