Análisis:FÚTBOL | Homenaje a un jugador inolvidable

El punto final del 'baixinho'

Aunque siempre se contó que tenía la sensibilidad en el pie derecho, a Romario se le ha humedecido el lagrimal y la hinchada se ha puesto a llorar de pena. El baixinho deja el fútbol y nadie sabe qué será del negro sin la pelota y del juego sin Romario. Nada en el brasileño era corriente. Ni siquiera sus lesiones porque la peor dolencia que se le recuerda fue mal en un ojo. No hablaba, sino que siseaba. Como patizambo, más que caminar, se balanceaba en un cuerpo de jubilado, articulado en dos prodigiosas caderas frente a las que se quebraba del zaguero más fiero. Y no jugaba, sin...

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Aunque siempre se contó que tenía la sensibilidad en el pie derecho, a Romario se le ha humedecido el lagrimal y la hinchada se ha puesto a llorar de pena. El baixinho deja el fútbol y nadie sabe qué será del negro sin la pelota y del juego sin Romario. Nada en el brasileño era corriente. Ni siquiera sus lesiones porque la peor dolencia que se le recuerda fue mal en un ojo. No hablaba, sino que siseaba. Como patizambo, más que caminar, se balanceaba en un cuerpo de jubilado, articulado en dos prodigiosas caderas frente a las que se quebraba del zaguero más fiero. Y no jugaba, sino que marcaba goles. "Sólo los goles hacen llorar y reír a la gente", comentaba siempre. "El fútbol se resume en los goles".

Es la síntesis de todos los delanteros que ha tenido el Barça y de cuantos le hubiera gustado tener
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"¿Cuántos goles marcará?", se le demandó el mismo día en que Gaspart le escondió en su casa de Llavaneres (Barcelona) mientras se cerraba su contrato por el Barcelona". "Treinta", respondió. ¿Y el Barça, ganará la Liga?", se le preguntó acto seguido. "Prometo 30 goles porque los goles dependen de mí, pero no sé si alcanzarán para ganar la Liga, porque el título es cosa del equipo".

El Barcelona reconquistó el campeonato y Romario metió los 30, ni uno más ni uno menos, los que había acordado con Johan Cruyff. "El fútbol se mira con los ojos de Cruyff", repetía a modo de inventario ante el periodista que le recordaba sus mejores goles. Romario ilustró su paso por la Liga con un surtido de gestos técnicos que perdurarán in sécula seculórum. El arrastre ante Alkorta, la cola de vaca frente al Dinamo de Kiev en el partido más memorable del dream team -un remate cada tres minutos-, la vaselina de El Sadar tras una croqueta de Laudrup o la metralleta con la que remataba al Atlético. El baixinho tenía una receta para cada portero. A los pequeños les hacía gatear, a los grandes les partía por la mitad y a los medianos les abatía por los costados.

Mago para los rivales, el fútbol de Romario no tenía truco para los suyos. A sus compañeros les bastaba con mirarle a la cara para saber sobre su puesta a punto antes de saltar al campo y les alcanzaba con observar su perfil en la cancha para conocer su disponibilidad en la jugada. Los azulgrana se frotaban las manos en cuanto el rostro del brasileño se ponía negro y no había rival que durara más de un cuarto de hora cuando se perfilaba en la línea de tres cuartos. Romario era un semáforo: si estaba de espaldas, mala señal; cuando se ponía de cara, significaba que se sumaba a la causa, y si se ladeaba, estaba pidiendo la pelota para girarse y enfocar la portería.

Único en el terreno de juego, fue igualmente singular en su forma de vida. Recién llegado del PSV, se le inquirió por las diferencias que había entre su hotel de Eindhoven y el de Barcelona. Y Romario respondió más o menos: "En Eindhoven, cuando corría las cortinas, cuanto tenía en la habitación, empezando por la cama, era mejor que lo que había fuera; en Barcelona, en cambio, todo lo que veo fuera me parece mucho mejor que lo que tengo dentro".

Nacido en una favela de Río de Janeiro y criado en Vilha Penha, acostumbrado a no tener casa, Romario aprendió a vivir en el punto de penalti. Le costaba tanto acostarse como levantarse, y entre medio, cuando había dado cuenta del mejor bistec con el peor zumo de naranja se concedía una siesta de cuatro horas para reponerse. Hizo siempre cuanto le vino en gana. Ni hablaba ni discutía, sino que se santiguaba. Tan indiferente era que al parecer Frank Arnessen le tiró un listín telefónico a la cabeza para saber hasta dónde llegaba su silencio. Romario no respondió. El círculo vital del baixinho fue el mismo en todos los sitios: hola y adiós.

Aun siendo extremadamente frío, fue el delantero que más calentó. A la hinchada azulgrana le tiene aún robado el corazón porque sus goles fueron de reclinatorio y porque fue la síntesis de todos los arietes que ha tenido el Barça y de cuantos le hubiera gustado tener. Para bien y para mal, punto final del dream team, desde donde se proyectó para ganar el Mundial y ser proclamado mejor jugador del mundo, Romario ha puesto punto final a su carrera.

Romario se toma un descanso en un entrenamiento de la selección brasileña.REUTERS

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