Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO

Útil puente de verdades

Desde que Mats Ek dejara la dirección del Cullberg Ballet, la compañía sueca va dando tumbos. Menos mal que la fidelidad del propio Ek al conjunto le hace ofertar de vez en cuando piezas de gran calado como esta FLUKE, que se acerca a la obra maestra. No se puede decir nada parecido del aburrido pastiche de Johan Inger que abrió el programa: incoherente, sobre un collage musical mal estructurado y sin balancear.

Dicen que esta generación ahora triunfante sería la del cambio, pero también será la generación de los imitadores de lujo con posibles. Es el caso de Inger, cuyo á...

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Desde que Mats Ek dejara la dirección del Cullberg Ballet, la compañía sueca va dando tumbos. Menos mal que la fidelidad del propio Ek al conjunto le hace ofertar de vez en cuando piezas de gran calado como esta FLUKE, que se acerca a la obra maestra. No se puede decir nada parecido del aburrido pastiche de Johan Inger que abrió el programa: incoherente, sobre un collage musical mal estructurado y sin balancear.

Dicen que esta generación ahora triunfante sería la del cambio, pero también será la generación de los imitadores de lujo con posibles. Es el caso de Inger, cuyo ámbito de éxito se circunscribe al eje Estocolmo-La Haya. Su pieza es un pálido calco que atiende a Kilian y a Ek, sobrepasando lo razonable y de una duración excesiva.

Cullberg Ballet de Estocolmo

Home and home (2002). Coreografía y escena: Johan Inger; vestuario: Mylla Ek; luces: Eric Berglund. FLUKE (2002). Coreografía: Mats Ek; música: Flesh Quartet; escenografía y vestuario: Bente Lykke Moller; luces: E. Berglund. Teatro de Madrid, 27 de octubre.

Mats Ek, sin embargo, ¡tiene tantas cosas que decirnos! Un lenguaje de articulaciones donde nada resulta banal ni accesorio. FLUKE discurre, en severo blanco y negro, sobre una música potente y sincopada donde se dan cita ecos de Michael Nyman y Steve Reich y donde las figuras dinámicas apoyan el sentido de las propias figuras corporales en un juego de circularidades.

Ek vuelve en FLUKE al experimento del diálogo bailado sobre una mímica vulnerada, atravesada por el humor y las herramientas formales del teatro. No hay drama más intenso que la cotidianidad, y el creador arma una obra hermética en su densidad pero clara en su exposición. El excelente vestuario son recuerdos: trajes con memoria que traen dentro el perfume de una ironía sin despecho por el pasado. Un pasado capaz de articular las escenas de un presente sin muchas alegrías. Y allí está su estilo, abriéndose paso hacia la comprensión y la armonía, esta vez inquietante y con íncubos (suicidio, delirio, engaño). Obra de madurez, obra de hallazgo.

Queda patente la hermosa vocación cosmopolita del conjunto (una vez Birgitt Cullberg me dijo, frente a Ivo Cramer: "Somos de todas partes. Eso es lo más importante, reconocernos en la gente y los artistas de cualquier sitio"), algo que lo ha animado siempre: miremos bailar a Boaz Cohen, Yamit Kalef, Shintaro O-Ue, Rafi Sadi o Izumi Shuto. En todos ellos hay energía, técnica sobrada pero, sobre todo, respiración. Dicho de otro modo, la humanística interior que no debe faltar jamás a la danza, el deseo de trascender los propios movimientos y, con ellos, dejarnos un útil puente de verdades.

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