Tribuna:

El Companys de todos

Lluís Companys fue asesinado por el franquismo por el hecho de ser el presidente de Cataluña, democráticamente elegido por los ciudadanos y fiel a la legalidad republicana.

La sentencia de la farsa judicial que le condenó es clara y el sentido político del crimen también. Companys no fue asesinado por ser de derechas o de izquierdas, por ser de Esquerra Republicana o de la Unió de Rabassaires, por su papel en el 6 de octubre o por su trayectoria como abogado laboralista.

Ni tan siquiera por su gestión desde la presidencia de la Generalitat en los años de la guerra. Fue asesinado ...

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Lluís Companys fue asesinado por el franquismo por el hecho de ser el presidente de Cataluña, democráticamente elegido por los ciudadanos y fiel a la legalidad republicana.

La sentencia de la farsa judicial que le condenó es clara y el sentido político del crimen también. Companys no fue asesinado por ser de derechas o de izquierdas, por ser de Esquerra Republicana o de la Unió de Rabassaires, por su papel en el 6 de octubre o por su trayectoria como abogado laboralista.

Ni tan siquiera por su gestión desde la presidencia de la Generalitat en los años de la guerra. Fue asesinado por el hecho de ser presidente de Cataluña, representante de la institución de autogobierno de los catalanes, representante de la legalidad democrática contra la que se levantaron en armas los franquistas.

Para muchos de nosotros, el asesinato de Companys es un crimen tan ignominioso y su actitud ante la farsa del juicio y ante la muerte fue de una dignidad tan manifiesta, que quedó cancelado cualquier posible debate político sobre su figura, su trayectoria anterior o su gestión como presidente. Ciertamente, los historiadores tienen todo el derecho a hacer balances en estos terrenos. Pero, desde el ámbito político, parecería mezquino empezar a discutir esta o aquella decisión de Companys, esta o aquella actitud, después de un hecho tan trascendental como su asesinato por ser presidente de Cataluña y su entereza en ese momento.

Por eso me parece tan desafortunado cualquier intento, ahora, de patrimonializar la figura de Companys desde cualquier sector ideológico o desde cualquier partido.

Me parece injusto y equivocado utilizar la figura de Companys desde las izquierdas contra las derechas, desde los que consideran que es más importante ser de izquierdas nacionalista contra los que consideran lo contrario, desde el nacionalismo contra el no nacionalismo o al revés.

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Desde cualquier posición partidista o parcial. Porque cualquier apropiación de Companys en este sentido reabre una discusión sobre su figura y sobre su trayectoria, que quedó superada por su muerte.

Si ponemos el foco, a la hora de recordar a Companys, sobre su papel en el 6 de octubre de 1934, no nos pondremos de acuerdo. Si lo ponemos sobre su actuación a partir del 19 de julio de 1936, habrá también juicios muy distintos. La trayectoria de Companys antes de llegar a la presidencia de la Generalitat merece valoraciones diversas y contrapuestas. Si ponemos el acento en cualquiera de estos aspectos, sólo conseguiremos que la figura de Companys nos divida o -todavía peor- que se rompa la unanimidad democrática que, sin duda, existe a la hora de condenar el crimen de su asesinato y la dignidad de su actitud ante la muerte.

Hay un Companys de todos los demócratas y de todos los catalanes, que es el del 15 de octubre: porque el 15 de octubre murió por demócrata y por representante de todos los catalanes. Y hay diversos Companys relacionados con las etapas de su vida, con aspectos de su ideología, con aspectos de su gestión, que serían polémicos y que serían parciales. Me parece un error reivindicar este Companys de las partes en vez de aquel Companys del todo.

Companys vivió tiempos convulsos. Cometió errores, indudablemente. También tuvo aciertos. Intentó encauzar situaciones negativas, pero bajo su mandato sucedieron cosas terribles, que no se le pueden imputar, pero que tampoco logró evitar.

Pero su muerte convierte en injusto con su memoria cualquier intento de poner estos errores o estos aciertos, estas actitudes, estas dificultades, por encima de la admiración y el respeto unánimes que nos provoca el crimen del que fue objeto y su forma de afrontarlo.

Ciertamente, a los historiadores no se les puede, en ningún caso, limitar ni la investigación ni el balance. Pero desde el ámbito político me parece que lo más sensato es homenajear al Companys más importante, al que nos une, que es el del 15 de octubre, mucho más que convertir en arma arrojadiza de los unos contra los otros cualquier otra visión parcial y menor de la trayectoria de Companys, que nos puede separar.

Vicenç Villatoro es escritor

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