Crítica:

Uricaína 'light'

El Uri Caine de las Variaciones Goldberg o de las estremecedoras paráfrasis mahlerianas apareció el lunes en el auditorio bajo un aspecto bien distinto: el de la amabilidad, la gracia ligera y sin complicaciones, la facilidad que decepcionó un poco al que acudiera a escuchar a quien es hoy uno de los músicos más agudos y más completos de cuantos pisan las tablas del mundo. La obra que de él ofrecía el programa, un arreglo de las Variaciones sobre un tema de Händel de Brahms dedicado a la Orquesta de Cámara de Basilea como celebración de su vigésimo aniversario, es divertid...

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El Uri Caine de las Variaciones Goldberg o de las estremecedoras paráfrasis mahlerianas apareció el lunes en el auditorio bajo un aspecto bien distinto: el de la amabilidad, la gracia ligera y sin complicaciones, la facilidad que decepcionó un poco al que acudiera a escuchar a quien es hoy uno de los músicos más agudos y más completos de cuantos pisan las tablas del mundo. La obra que de él ofrecía el programa, un arreglo de las Variaciones sobre un tema de Händel de Brahms dedicado a la Orquesta de Cámara de Basilea como celebración de su vigésimo aniversario, es divertida, pero más bien inocua, lo que suena impropio en un músico como Caine, a quien cabe suponerle una imaginación más desbordada, una capacidad de riesgo menos medida. La orquesta se trata con cuidado, con sentido del humor nunca irreverente -así en la muy frescachona fuga final-, pero es el piano en sus soliloquios, en sus cadencias más o menos improvisadas, quien se lleva la parte del león en la sucesión de guiños que trufan la pieza: de Scott Joplin a Willy DeVille, de Mahler a Duke Ellington, del mismo Händel al mismo Brahms. Daba un poco de rabia que todo quedara tan pulcro, tan suave, tan sin sacar los pies del tiesto cuando el autor es capaz de cosas mucho más mollares. Uricaína, esta vez, light.

Orquesta de Cámara de Basilea

Olivier Cuendet, director. Uri Caine, piano. Obras de Schumann y Caine. Juventudes Musicales. Auditorio Nacional, 19 de octubre.

La sesión se abrió con una Cuarta de Schumann trazada con las normas impuestas a la formación helvética por su titular, Christopher Hogwood, lo que no quiere decir que los resultados tuvieran que ver con algo más que eso. Bajo la batuta de Olivier Cuendet hubo más ruido -filológico, eso sí- que nueces, y la lectura fue tan irreprochable en lo técnico como roma en lo anímico.

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