Columna

Calendario

No había vuelto a entrar en la casa donde nací desde que mi padre murió, hace 22 años. Lo he hecho ahora, el día en que comenzaba el otoño. La casa ha permanecido cerrada todo este tiempo y ahora va a ser demolida por dentro para reconstruirla con un estilo minimalista. La casa estaba vacía y en penumbra. Un espejo olvidado en una de las habitaciones me devolvió una imagen actual de mí mismo que no reconocía. En el interior del espejo aún creí verme jugando con un triciclo, pero el azogue también contenía la figura de una mujer cosiendo, de un anciano agonizando. Había un calendario mohoso en ...

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No había vuelto a entrar en la casa donde nací desde que mi padre murió, hace 22 años. Lo he hecho ahora, el día en que comenzaba el otoño. La casa ha permanecido cerrada todo este tiempo y ahora va a ser demolida por dentro para reconstruirla con un estilo minimalista. La casa estaba vacía y en penumbra. Un espejo olvidado en una de las habitaciones me devolvió una imagen actual de mí mismo que no reconocía. En el interior del espejo aún creí verme jugando con un triciclo, pero el azogue también contenía la figura de una mujer cosiendo, de un anciano agonizando. Había un calendario mohoso en la cocina detenido en una fecha ya muy lejana, otoño de 1982. Fui recorriendo las diversas estancias y, a medida que las abría, se liberaba un vaho de humedad y de aire estancado que también transportaban voces y risas familiares. Todo estaba a un punto del abatimiento general: los armarios, las alacenas, la despensa, el despacho, el lavadero, el corredor de la primera planta que me traía la brisa del mar cuando yo leía las novelas de Salgari tumbado en una hamaca. La terraza de atrás ahora será la habitación principal, la escalera ocupará el lugar del comedor y desde el tejado un lucernario iluminará toda la entrada. Sobre unos planos que había levantado el arquitecto me iban indicando la transformación de los distintos volúmenes. Así supe la forma en que parte de mi vida va a ser borrada. La casa donde nací no tenía ningún jardín de los cerezos, a la manera de Chéjov, para verter en ellos toda la melancolía, sino sólo un paisaje de otoño fijado en un calendario. Antes de abandonar aquel espacio entré en la cocina para observar de nuevo aquella reproducción colgada en la pared. En ella se veía un camino cubierto de hojas amarillas entre chopos desnudos. Al fondo había una casa de campo de color ocre con parte de la fachada cubierta por una hiedra roja y en el prado de alrededor los viñedos eran cortados por una línea de cipreses. Parecía un paisaje de la Toscana, el valle del Arno, aunque al pie de esa imagen el tiempo había borrado el lugar exacto donde se hallaba. Era lo único vivo, habitable y soñado que quedaba en mi casa. Pensé en unos versos de Wordsworth: pasados los años que sea tu mente la morada que guarde aquellas formas hermosas de tu vida. Sé que en un lugar perdido de la Toscana ahora hay un camino cubierto de hojas amarillas que conduce a una casa entre cipreses y viñedos. Un día iré a buscarla.

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