Columna

Debates en televisión

Los lunes, en TVE, y en horario prime time para garantizar la audiencia, se celebra un debate sobre asuntos polémicos de la actualidad. Es, al parecer, una de las novedades de la nueva etapa bajo pabellón socialista. El programa se titula 59 segundos, que es el tiempo máximo que se puede consumir en cada intervención, lo que neutraliza a los pelmas que se enrollan como una persiana porque son así de pesados o ignoran las exigencias del medio. La polémica, además, se propicia mediante la concurrencia de opinantes contrapuestos por sus distintas adscripciones partidarias o ideológi...

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Los lunes, en TVE, y en horario prime time para garantizar la audiencia, se celebra un debate sobre asuntos polémicos de la actualidad. Es, al parecer, una de las novedades de la nueva etapa bajo pabellón socialista. El programa se titula 59 segundos, que es el tiempo máximo que se puede consumir en cada intervención, lo que neutraliza a los pelmas que se enrollan como una persiana porque son así de pesados o ignoran las exigencias del medio. La polémica, además, se propicia mediante la concurrencia de opinantes contrapuestos por sus distintas adscripciones partidarias o ideológicas. O sea, los ingredientes adecuados para ver desde los tres pies del gato o asunto que se cuestiona.

Por lo que me consta, el espacio ha sido bien acogido por la crítica y el público. Después del largo ayuno televisivo a que nos ha sometido el PP en punto al contraste de pareceres que no girasen en torno a la vida rosa o verde, no es raro que el personal acoja con gusto estas controversias, que incluyen, obviamente, la crítica al Gobierno y a quien se tercie sin forzar el Código Penal. Dicho esto, que es un piropo a los innovadores de la parrilla televisiva, también he de añadir que no acabo de entender por qué se mezcla el humor más o menos apropiado y los aplausos de un público propicio con el discurso o la reflexión de los circunstantes. Se diría que las autoridades de Prado del Rey han querido aguar la iniciativa para mermarle seriedad y rigor. La influencia de la tele frívola ha sido devastadora.

Con esta salvedad, pues, entiendo yo que TVE ha marcado una orientación, como antes y desde siempre con gran profesionalidad la tiene señalada TV3. Pero no mentemos la bicha por estos pagos. Una orientación, decimos, que bien podría inspirar a los responsables ligeramente renovados de RTVV que estos días, según anuncian, andan perfilando cambios en la programación y hasta han insinuado que van promover espacios específicos para el debate. El ejemplo de TVE les habrá aleccionado, al menos, en que no corre la sangre por más delicados que sea los asuntos a debatir, ni se hunden las audiencias. Basta con no soslayar los problemas que interesan ni a las gentes que tienen algo por decir.

Y es este último aspecto el que me suscita más prevenciones. En TVV no hay hábitos, en realidad no hay ni precedentes, de abrir los platós al ideario plural del vecindario. Aquí se ha puesto el énfasis en que las tres provincias concurran en cualquier cuchipanda televisiva y con ello se ha tenido por cubierta la necesaria diversidad. Pero en punto idearios y actitudes ha regido el principio del pensamiento unidimensional, y mejor aún ningún pensamiento. La desconfianza de RTVV para con un amplísimo sector de la intelectualidad indígena ha sido enfermiza, por no decir de juzgado de guardia, ya que tan gran y prolongada marginación equivale a una confiscación del medio, que es público y común.

Pienso yo que en punto a TV, el Gobierno que preside Francisco Camps está ya maduro para darle la réplica, por un lado, a la política represiva de las opiniones que desarrolló su antecesor y, de otro lado, lo está para equipararse a los 59 segundos de Prado del Rey en lo tocante a la diversidad de opiniones. Opiniones de derecha, de izquierda, de centro -con el PP y el PSPV, claro-, moras, judías, cristianas, agnósticas y etcétera. ¿Será posible, o seguimos en la transición?

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