Columna

Monólogos

Yo, Eduardo Z., mayor de edad, dignidad y gobierno (¡ay de mi gobierno!), melancólicamente cercano al medio siglo, comparezco ante mí mismo, y respetuosamente me digo: a) que tal vez mi tiempo político ha pasado; b) que esa constatación es dolorosa, pero también hay que verle el lado bueno; c) que el lado bueno son casi catorce años de gozo y ascenso, nacidos en una mañana rara y tumultuosa de Benidorm; d) que llevo mucho trecho recorrido, bien lo sé yo, y que, aunque me cueste decirlo, debo estar agradecido a los hados; e) que gracias a los hados, probablemente, me libré de quedar en la riber...

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Yo, Eduardo Z., mayor de edad, dignidad y gobierno (¡ay de mi gobierno!), melancólicamente cercano al medio siglo, comparezco ante mí mismo, y respetuosamente me digo: a) que tal vez mi tiempo político ha pasado; b) que esa constatación es dolorosa, pero también hay que verle el lado bueno; c) que el lado bueno son casi catorce años de gozo y ascenso, nacidos en una mañana rara y tumultuosa de Benidorm; d) que llevo mucho trecho recorrido, bien lo sé yo, y que, aunque me cueste decirlo, debo estar agradecido a los hados; e) que gracias a los hados, probablemente, me libré de quedar en la ribera de la gloria, viendo triunfar a otros; f) que, con todo, no puedo dejar de sentir una gran tristeza al reconocer que lo que tanto anhelé, aquellas dos legislaturas de ministro, quien sabe si algo más, se han convertido en humo; g) que Zapatero ganará en 2008, se ve venir; y h) que, en conclusión, debería pensar en una retirada digna y olvidarme de los Julios y los Serafines, de las Alicias y los José Joaquines. Postdata: Advierto, con todo, que mi ambición no conoce límites.

Yo, Francisco C., mayor de edad, más joven que el precedente, hombre cristiano y político español y valenciano, comparezco ante mí mismo, y ante el dolor, y respetuosamente me digo: a) que circunstancias muy fastidiosas me llevan poniendo a prueba desde hace largos meses; b) que siempre he tratado de afrontarlas bajo el espíritu conciliador y magnánimo del Evangelio y de nuestro rey Alfons; c) que todo tiene un límite, incluso la bondad; d) que quizá no lo tenga, quién sabe si estoy contraviniendo las normas de la moral católica; e) que, con todo, creo que no debo descartar mi cólera, no en vano también Cristo la emprendió con los cambistas y otros mercaderes del templo; f) que tengo que hacer algo sonado y definitivo si quiero ser, más que nunca, el presidente que eligieron los valencianos va para año y medio; g) que no sé si ante este reto, una vez más, me traicionará la prudencia. ¿O acaso el temor? ¿O la mortificante duda?

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