Tribuna:

Un pecado de soberbia

Sin estar enrolado en ningún contubernio, ni participar de cacería alguna, ni apuntarse a ningún pim-pam-pum, me parece del todo razonable que, una vez clausurado el Fórum Universal de las Culturas, tal evento sea sometido al escrutinio crítico, al juicio contradictorio de la opinión publicada. ¿Podría ser de otro modo, tratándose de un asunto que ha costado casi 452 millones de euros, unos 75.200 millones de pesetas? Como método para proceder a dicho examen, considero lógico recordar los objetivos inicialmente fijados y compararlos con los resultados que de veras se han alcanzado, teniendo co...

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Sin estar enrolado en ningún contubernio, ni participar de cacería alguna, ni apuntarse a ningún pim-pam-pum, me parece del todo razonable que, una vez clausurado el Fórum Universal de las Culturas, tal evento sea sometido al escrutinio crítico, al juicio contradictorio de la opinión publicada. ¿Podría ser de otro modo, tratándose de un asunto que ha costado casi 452 millones de euros, unos 75.200 millones de pesetas? Como método para proceder a dicho examen, considero lógico recordar los objetivos inicialmente fijados y compararlos con los resultados que de veras se han alcanzado, teniendo como tercer vértice del triángulo evaluador los medios -no ya económicos, sino políticos y mediáticos- que el Fórum movilizó en su favor.

Desde un punto de vista cuantitativo, las ambiciones originarias fueron de una arrogancia desbocada: se llegó a afirmar (Joan Clos, en EL PAÍS del 16 de septiembre de 1997): "El Fórum convocará en Barcelona entre 20 y 25 millones de visitantes". Luego, a medida que el proyecto maduraba, la previsión bajó a 7,5 millones, y en el momento inaugural a cinco millones. Al cierre, el cómputo oficial de visitantes es de casi 2,4 millones, que han efectuado en total 3,3 millones de visitas. Aquí podría hurgarse en la herida preguntando cuántas de esas personas constituían "públicos cautivos" -y no me refiero sólo a los presos llevados en visita cultural, sino a los innumerables grupos de escolares, jubilados o alumnos de esplais veraniegos- o ironizar a propósito del criterio que permite computar como "espectadores" del Fórum Ciudad a quienes contemplaron el Piromusical del pasado domingo o a cuantos se asomaron al paseo de Gràcia durante la Carnabalona de Carlinhos Brown; también se podrían hacer pronósticos agoreros acerca del balance económico final, una vez realizadas las subastas, ventas y alquileres hoy pendientes. Pero el problema no es ése: cuando se precisa recurrir a la aritmética recreativa para maquillar la baja afluencia, cuando hay que esforzarse tanto en negar el déficit económico, el fiasco es manifiesto. ¿Quién se preocupó, en el eufórico 1992, por si los Juegos Olímpicos habían dejado deudas, por si se habían vendido más o menos entradas de las previstas?

En cuanto a sus planteamientos de fondo, el Fórum nació marcado por una mezcla de indefinición y megalomanía que es herencia genética de quienes lo engendraron. Si ellos son los más listos y los más guapos, si están encantados de haberse conocido, si gobiernan a perpetuidad "la mejor ciudad del mundo" -eslogan en la campaña municipal de 2003-, ¿cómo no iban a ser capaces de inventar un nuevo paradigma de cita internacional igual o superior a expos y Juegos Olímpicos, de hacer la síntesis entre Davos y Porto Alegre, de abordar todos los problemas de la humanidad, y ello a lo largo de casi cinco meses, de 141 días? De esa soberbia autocomplaciente nació el lema Un acontecimiento que moverá el mundo y surgieron aquella publicidad televisiva en la que presuntos japoneses, o australianos, o americanos se daban cita en el Fórum, y aquellos mensajes según los cuales durante la primavera-verano de 2004, en Barcelona, iba a haber overbooking de premios Nobel y líderes planetarios.

Tales excesos retóricos tuvieron un efecto colateral devastador: abrumados por la pretendida envergadura mundial, por la trascendencia histórica del evento, los barceloneses y los catalanes de a pie se refugiaron en una actitud de respetuosa distancia, sin sentirse demasiado concernidos por el Fórum ni hacerlo suyo: después de todo, y si se trataba de mover el mundo, ¿qué hijo de vecino se siente con fuerzas para tamaña empresa? Esto es cosa de Clinton y Mandela, de Lula da Silva y el Dalai Lama, de la ONU y la Unesco... Pero las grandes figuras no acudieron -de hecho, los dos iconos del Fórum han sido el amortizado Gorbachov y Carlinhos Brown-, y el supuesto padrinazgo de la Unesco no tuvo ninguna concreción, y la gran prensa internacional se mostró gélida, y a mediados de agosto el fracaso del Fórum como acontecimiento mundial era irrefutable. Baste decir que, en un país receptor de 14,4 millones de turistas extranjeros al año, sólo 177.000 visitantes foráneos han acudido al recinto del Besòs.

Entonces, ya en la recta final de los 141 días, el síndrome de la feria de muestras vino en socorro del maltrecho Fórum. Ablandados tal vez por la machacona campaña de casi todos los medios de comunicación -tanto públicos como privados- en loor del encuentro, conpungidos quizá ante el riesgo de cargar con la culpa de un ridículo colectivo, cientos de miles de barceloneses y catalanes en general -más de 600.000 en las últimas tres semanas, el 26% de la afluencia global- decidieron por fin ir al Fórum. Desde luego, ya no para "mover el mundo", sino para echar un vistazo antes de la clausura. Un poco como se acudía al viejo recinto ferial de Montjuïc en los años sesenta a admirar máquinas indescifrables y electrodomésticos de cine, sustituidos en el Besòs por guerreros de Xi'an, pérgolas fotovoltaicas y arcanas exposiciones de diseño. En suma, sólo convirtiéndose a su pesar en una atracción de naturaleza lúdica y ámbito local, consiguió el Fórum salvar sus cifras en el último minuto.

¿El balance del evento? Si consideramos sus etéreos objetivos, me temo que el mundo no se ha movido un milímetro de donde estaba el 9 de mayo, como no sea para peor. Si miramos a ras del suelo, se ha consumado una de las mayores transformaciones urbanísticas de los últimos años en Europa. Ahora merecería la pena velar por la rentabilidad social de ésta, por su inserción en el tejido urbano de Barcelona y Sant Adrià, por el civismo, la limpieza y la calidad de la vida cotidiana en la capital, y cerrar con doble llave el arcón de las megalomanías edilicias.

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Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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