IDA y VUELTA

Hacia Monterrey

En homenaje al final del Fórum de Barcelona y al comienzo de los preparativos de la edición de Monterrey, me pongo un sombrero mexicano y escucho a Los tigres del Norte: "Aquellos que tengan el mismo problema / me van a entender". Repaso las sucesivas polémicas y campañas para compensar la mezcla de escepticismo y desconcierto que el Fórum suscitó entre nosotros. Un año antes de la inauguración, circulaba tanta buena voluntad como ambigüedad. Tras el estreno, quedó claro que la aportación urbanística influiría positivamente en el paisaje pero seguía sin estar claro a qué venían tantos días, ki...

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En homenaje al final del Fórum de Barcelona y al comienzo de los preparativos de la edición de Monterrey, me pongo un sombrero mexicano y escucho a Los tigres del Norte: "Aquellos que tengan el mismo problema / me van a entender". Repaso las sucesivas polémicas y campañas para compensar la mezcla de escepticismo y desconcierto que el Fórum suscitó entre nosotros. Un año antes de la inauguración, circulaba tanta buena voluntad como ambigüedad. Tras el estreno, quedó claro que la aportación urbanística influiría positivamente en el paisaje pero seguía sin estar claro a qué venían tantos días, kilómetros cuadrados y superposición de estímulos que, en lugar de sumar, se desactivaban mutuamente. Manifestarse a favor o en contra resultaba obligatorio, así que me refugié en la posición del usuario. Sobre el terreno descubrí que estaba mal señalizado y que los contenidos de las exposiciones quedaban jibarizados por la grandilocuencia ambiental. En cuanto a la indiferencia que denuncia el antropólogo Manuel Delgado, en mi caso fue puro camuflaje. Lo confieso: fingí no interesarme por el Fórum para quitarme de encima a los que lo han defendido con un acriticismo enfermizo y a los que lo han criticado con una vehemencia fanática.

Como visitante, sufrí su masificado sentido de la divulgación cultural. Al salir siempre me asaltaba la misma sospecha: no podemos permitírnoslo. Sólo la presencia de la depuradora, especializada en resolver trabajos sucios, y la reforma del lecho del Besòs conseguían animarme. En 141 días, he constatado que nuestras autoridades no tienen sentido autocrítico y que cuando admiten un error es porque ya se han producido 10. También he comprobado que los anti-Fórum no han conectado con las masas, y que la mayoría ha adoptado la postura del preso en día de visita: ahora que podemos, huyamos. Quedarán para la historia lo que las autoridades quieran, así que, antes de que la versión oficial lime todos los matices, deseo dejar constancia de mis humildes conclusiones: 1. Nunca vi campaña tan persistente de autobombo y propaganda como la del Fórum. 2. Sus responsables transmitieron formas de melancolía, de resignación y voluntarismo y algunos destellos heroicos de autodefensa en lugar de convicción y entusiasmo divulgativos. 3. No hacía falta el Fórum para justificar la inversión pública. Lo digo sin acritud, tras haber consumido cuantos bocadillos y tapas me fue posible y bebido algunas cervezas en el vaso Fórum. Por cierto: el vaso resume bien las características del invento. La primera vez que lo vi, me pareció original, incluso bonito. Al usarlo, no obstante, noté que era inestable (lo dejé sobre la mesa para contemplarlo y una corriente de nada lo tumbó: adiós cerveza). Luego, en uno de los pocos reportajes críticos emitidos por televisión, vi al diseñador quejarse de que sólo le habían dado unas cuantas muestras y que esperaba que le sirviera de plataforma para darse a conocer. Algo de eso ha tenido el Fórum: originalidad, inestabilidad, tanta curiosidad como decepción y la impresión de que servirá para tener toda la obra pública levantada en la zona, algunas anécdotas y vagos recuerdos de unos días que no alcanzan la categoría de inolvidables. Pese a todo, aquí estoy, con mi sombrero mexicano, cantando una pegadiza ranchera de los tigres norteños: "Les doy mi corazón / tan sólo una semana / y luego sin rencor les dejo que se alejen / si les da la gana", deseando que Monterrey se lleve la retórica oficialista a otra parte y podamos, por fin, apreciar en su justa medida el ronquido hipnotizante de nuestro gran icono subterráneo: la depuradora.

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