IDA y VUELTA

Adiós al techo

Ayer, regresando en avión a Barcelona, sobrevolé la zona del Fórum y de pronto, al caer en la cuenta de que este domingo lo cerraban, me entró un gran remordimiento. Sentimiento de culpa por todo lo que he dicho sobre el evento, por no haberme dignado visitarlo, por haberme reído con mis amigotes cuando se escaparon aquellos tres presos que se vieron obligados a huir del aburrimiento que les produjo visitar las instalaciones. Me entró un gran remordimiento ahí en el avión mientras miraba desde lo alto la pérgola fotovoltaica y me acordaba de la hijita de mi amiga de Granada que vino de visita ...

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Ayer, regresando en avión a Barcelona, sobrevolé la zona del Fórum y de pronto, al caer en la cuenta de que este domingo lo cerraban, me entró un gran remordimiento. Sentimiento de culpa por todo lo que he dicho sobre el evento, por no haberme dignado visitarlo, por haberme reído con mis amigotes cuando se escaparon aquellos tres presos que se vieron obligados a huir del aburrimiento que les produjo visitar las instalaciones. Me entró un gran remordimiento ahí en el avión mientras miraba desde lo alto la pérgola fotovoltaica y me acordaba de la hijita de mi amiga de Granada que vino de visita a Barcelona y la pobre se aburrió como una ostra escuchando al repetidor Gorbachov. La niña sólo se fijó en la pérgola, que le parecía horrible y, cuando de regreso a Granada le preguntaron qué era el Fórum, se limitó a decir: "Es un techo".

Bueno, sí. Ha sido un techo, nunca aquí volamos culturalmente tan alto. Pero no estoy en condiciones ahora de reírme más del Fórum porque todavía me dura el sentimiento de culpa de ayer, el remordimiento por no haberme molestado en ir a escuchar ni siquiera la devota conferencia de Pannikar, el remordimiento por haberme reído tanto con toda esa multitud de última hora que, temiendo perderse algo y víctima de un remordimiento parecido al mío, ha acudido al final en masa a ver el techo y estuvo con su actitud a punto de ser culpable de que se prolongaran los días del Fórum, lo cual habría sido una importante broma pesada.

"No hablaré más en clase", me han dicho que reza un grafito que hay en la puerta del Fórum. Yo haré lo mismo. Escribiré 100 veces, como castigo: "No hablaré más contra el Fórum, y menos ahora que ya se ha acabado". Sí, estoy arrepentido, y más después de esta noche en la que he tenido un sueño que aún me ha dejado un mayor sentimiento de culpa. A la sombra de la pérgola fotovoltaica, yo me rebelaba ante dos probos ciudadanos que me reprochaban algo. Al mirarles bien, veía que me recordaban vagamente a Oleguer Sarsanedas y el alcalde Clos. Estaban enfadados y yo, en un intento de que al menos razonaran conmigo, les decía: "Aunque tengo remordimiento, no me siento culpable de nada". Largo silencio. He intentado entonces razonar más con ellos. "¿Cómo puede ser siquiera culpable un ciudadano de Barcelona por no haberse interesado por este techo de la cultura universal? Es un error pensar que yo pueda ser culpable". Otro largo silencio. "Eso es cierto, pero así suelen hablar los culpables", han acabado diciéndome.

Cuando desperté, el remordimiento seguía ahí. Y ahora vivo sin vivir en mí y sin haber pasado por el Fórum o, lo que es peor, habiéndome pasado el Fórum por el forro. Y así no hay quien viva. Pero no seré yo el que pida nuevas ideas para la ciudad. Tal vez ha llegado la hora de dejar a los barceloneses algo más a su aire, no tan teledirigidos, pues de lo contrario podemos acabar como los ingleses, a los que Blair les quiere reducir el consumo de sal y ellos piden que no les dicten lo que deben comer.

Sería de desear que en Barcelona no nos dicten tanto y la ciudad, podamos construirla de nuevo nosotros, como antaño. Que uno pueda tomarse una horchata en la Rambla de Catalunya sin tener la impresión de que ese gesto está patrocinado por el Fórum. En este sentido, Madrid, por ejemplo, me parece una ciudad más libre. Es, si se quiere, horrible y caótica y andan sacando la lengua para tener unas Olimpiadas, pero, mira por dónde, Madrid conserva una identidad propia. Una identidad de bocadillo de calamares, de acuerdo, pero propia, construida espontáneamente por sus propios ciudadanos.

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