Tribuna:DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2004

El convertido

Me confieso. ¡Ah!, y parto de la base de que los asuntos de la fe no son en el fondo más que creencias irracionales; así que no me pregunten el porqué, porque no hallarán respuesta que les convenza.

Me he convertido a la religión del sprint. Porque me da la gana, porque la Vuelta es teóricamente como nuestro estado, es decir, laica. Bien es cierto que tenemos un cura cristiano entre la caravana (mi amigo Salva), pero él viene aquí a hacer otras cosas, no a salvar almas extraviadas como la mía ni nada por el estilo. Aquí en teoría hay plena libertad de elección. Bien es cierto que...

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Me confieso. ¡Ah!, y parto de la base de que los asuntos de la fe no son en el fondo más que creencias irracionales; así que no me pregunten el porqué, porque no hallarán respuesta que les convenza.

Me he convertido a la religión del sprint. Porque me da la gana, porque la Vuelta es teóricamente como nuestro estado, es decir, laica. Bien es cierto que tenemos un cura cristiano entre la caravana (mi amigo Salva), pero él viene aquí a hacer otras cosas, no a salvar almas extraviadas como la mía ni nada por el estilo. Aquí en teoría hay plena libertad de elección. Bien es cierto que hay unos cuantos abducidos por el pinganillo que profesan la religión de su equipo. Entre ellos hay disidentes, pero siempre con la boca pequeña, porque cuando escuchan el sermón del gurú en lo más profundo de su oído, se dirigen ordenados a cumplir la palabra del señor. Y hacen bien, no hay nada que decir, que para eso les pagan.

Digamos que en el pelotón hay tolerancia. Quizá el momento de más tensión suele ser cuando dos religiones opuestas entran en conflicto por querer hacer sus ritos en lugares comunes. Me explico. Por ejemplo ayer; llegamos al último puerto del día, el lugar elegido para separar el trigo de la paja, y queremos estar todos, los conversos a la religión del sprint -entre los que me incluyo- y los conversos a la religión de la montaña. Y claro, todos, todos, no cabemos. Así que estos últimos se agrupan -son muchos más- y tratan de dejarnos atrás para hacer sus cosas con tranquilidad. Si lo consiguen bien, pero si no... pues como ayer, luego les llega la vuelta. Nos acercamos a la parte final, y nos metemos en esos últimos kilómetros en los que no hay amigos, ni siquiera los correligionarios. Entonces cada uno de nosotros recordamos nuestro catecismo, y entramos en un proceso de meditación trascendental individual que dura hasta que crucemos la meta. Cada uno concentrado en sus oraciones, pero vigilando siempre a los demás no se vaya a salir alguno del guión que marca nuestro imán. Cruzamos el temido triángulo rojo que indica el último kilómetro, y ahí recibimos nuestra absolución, es decir, la ración diaria de adrenalina que necesitamos. Y así a diario mientras podamos, que luego llega la montaña y ahí deberemos cumplir nuestra penitencia.

Pedro Horrillo es ciclista del equipo Quick Step.

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