Columna

Otros olímpicos

El país vuelve a las calles, a los trajines, al cabreo de la oficina, del horario de cada día, del tráfico, con la sal pegada aún a la entrepierna, o el chubasquero, o el coche en el arcén, según por dónde, pero vuelve de una Atenas mayoritariamente virtual, con el sudor y las hazañas de sus atletas, y diecinueve medallas en el medallero de la gloria. Ay, si hubiera caído algo más de oro, no vea quién iba a ser el guapo. Esto es la remontada, después de Barcelona, porque con Aznar ni se lo olían, oiga, y no se me mosquee. Y lo del oro, pues mire usted lo que le digo, si lo de la cucaña, o lo d...

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El país vuelve a las calles, a los trajines, al cabreo de la oficina, del horario de cada día, del tráfico, con la sal pegada aún a la entrepierna, o el chubasquero, o el coche en el arcén, según por dónde, pero vuelve de una Atenas mayoritariamente virtual, con el sudor y las hazañas de sus atletas, y diecinueve medallas en el medallero de la gloria. Ay, si hubiera caído algo más de oro, no vea quién iba a ser el guapo. Esto es la remontada, después de Barcelona, porque con Aznar ni se lo olían, oiga, y no se me mosquee. Y lo del oro, pues mire usted lo que le digo, si lo de la cucaña, o lo de a la una la mula, o lo de arrearles cantazos con honda a los borregos, nos los admitiera el COI como juegos o deportes oficiales, ni con todos los metales preciosos que saquearon los viejos conquistadores de las Indias, habría suficiente, para aupar a los mozos al podio. Qué potencia seríamos.

Pero ha habido otras Atenas y otras pruebas que también han hecho su agosto, duro y emotivo, sin tanta fanfarria, sin tanta cámara, sin tanto despliegue informativo, pero con el granito y el buril de la historia. Otras Atenas que nos han levantado cordilleras de torturas y degüellos, campos elíseos de evocación y reconocimiento, grandes manzanas que abominan de su pudrición. Oro, pues, en la conciencia de quienes se meriendan el maratón de la séptima avenida, para hacer de Manhattan una fiesta de biodiversidad y encuentro, frente a la agenda brutal, demoledora y enloquecida de Bush. Oro, pues, para la justicia y el pueblo chilenos que han desaforado finalmente a la bestia y han dado luz verde para que la sienten, de una vez, en el banquillo del crimen, y que confiese toda la crueldad y las osamentas de cuantos asesinó, en los secretos subterráneos de la Operación Cóndor. Y oro, y mucho, para los viejos republicanos españoles que liberaron París del nazismo, antes de que de De Gaulle se diera un paseo triunfal, a su costa. En París, a aquellos campeones de la libertad y de la dignidad, los han recordado con una modesta placa. Aquí, ni un bronce. Ni siquiera una chapa de gaseosa.

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