Reportaje:AUTOMOVILISMO | Gran Premio de Bélgica de fórmula 1

El campeón melancólico

La actitud reservada de Michael Schumacher tras conseguir su nuevo éxito abre interrogantes sobre su futuro inmediato

Acababa de hacerse matemáticamente con su séptimo título mundial, batiendo su propio récord, pero ayer, tras la carrera, el semblante de Michael Schumacher transmitía melancolía. Tanto es así que un periodista se lo hizo notar. "Su expresión parece más triste que alegre", le dijo. "Estoy pensativo, pero en absoluto triste", respondió el piloto alemán; "trato de no hablar mucho y de disfrutar este momento. No necesito expresarme emocionalmente. Con lo que siento es suficiente".

No se sabe en lo que estaba pensando. ¿Tal vez en que, ahora sí, la retirada está cerca?, ¿en que por primera v...

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Acababa de hacerse matemáticamente con su séptimo título mundial, batiendo su propio récord, pero ayer, tras la carrera, el semblante de Michael Schumacher transmitía melancolía. Tanto es así que un periodista se lo hizo notar. "Su expresión parece más triste que alegre", le dijo. "Estoy pensativo, pero en absoluto triste", respondió el piloto alemán; "trato de no hablar mucho y de disfrutar este momento. No necesito expresarme emocionalmente. Con lo que siento es suficiente".

No se sabe en lo que estaba pensando. ¿Tal vez en que, ahora sí, la retirada está cerca?, ¿en que por primera vez en la temporada no había podido seguir el ritmo del joven Kimi Raikkonen?, ¿en cómo empezó todo precisamente en Spa-Francorchamps, el hermoso y legendario circuito de las Ardenas, el 25 de agosto de 1991? Fue hace 13 años cuando se le abrió la puerta de la fórmula 1. Schumacher formaba parte del equipo de jóvenes promesas de Sauber Mercedes en prototipos que corrió las 24 horas de Le Mans a finales de los 80 y que en su última participación, en 1991, con él formando conjunto con Karl Wendlinger, consiguió la quinta posición. Fue aquel mismo año, unos meses después, cuando por una curiosa jugarreta del destino corrió su primer gran premio. El francés Bertrand Gachot había sido encarcelado por las autoridades británicas por haberse peleado con un taxista en Londres. Eddie Jordan tuvo que encontrar rápidamente un sustituto y se fijó en el alemán.

Desde 2000, el triunfo se ha convertido en una rutina en un equipo que tiene lo mejor en todo
"No necesito expresarme emocionalmente. Con lo que siento es suficiente"
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Schumacher no falló. En un circuito difícil, que desconocía totalmente, hizo el séptimo tiempo en las pruebas de clasificación dejando bien claras sus credenciales y sus ambiciones. Luego, no tuvo suerte. En la salida rompió el embrague del Jordan-Cosworth y no pudo dar ni una vuelta. Aquella misma semana, el hábil Flavio Briattore, el patrón de Benetton, descubrió que Eddie Jordan no se había molestado siquiera en hacerle un contrato a Schumacher y le fichó. El legendario olfato de Briattore viene de entonces. No se equivocó. Schumacher ganó al año siguiente su primer gran premio y lo hizo precisamente en Spa-Francorchamps, en una carrera llena de sobresaltos muy parecida a la de ayer, por delante de los dos Williams de Nigel Mansell y Ricardo Patrese y el McLaren de Ayrton Senna.

Hasta 1995 permaneció con Briattore en Benetton y ganó dos campeonatos del mundo (1994 y 1995) además de contribuir a uno de constructores (1995) cuyo trofeo se exhibe ahora en la fábrica de Renault en Enstone. Durante esos años, la fórmula 1 sufrió una transformación radical. El número de escuderías se redujo drásticamente y los gastos aumentaron como la espuma. Paralelamente, en 1994, en el circuito de Imola, moría Senna, el hombre al que Schumacher se aprestaba a destronar. Nunca se sabrá que habría dado de si esta batalla, pero desde aquel momento fue evidente que el germano era el mejor pese a las polémicas que levantaba su manera implacable de moverse por la pista. Su primer título se decidió cuando, tras una suspensión por tres carreras por no hacer caso de la bandera negra, echó literalmente de la pista a Damon Hill y su Williams Renault en el último gran premio de la temporada, en el circuito australiano de Adelaida.

Ferrari, para entonces una vieja señora que languidecía soñando en glorias pasadas, fue puesta en las manos del joven ejecutivo Luca Cordero de Montezemolo, cuya primera decisión fue hacer al alemán una oferta de las que no se pueden rechazar. No era sólo una cuestión de dinero, sino que también se comprometió a proporcionarle todo lo que pidiera para el equipo.

Fue entonces cuando el auténtico talento de Schumacher explotó. El alemán desmontó literalmente todas las piezas humanas de valor que había en Benetton y, además, pescó en las otras escuderías. De ahí nace ese equipo que será legendario, el de los Jean Todd, Ross Brown y compañía. Sin embargo, los dioses le dieron la espalda durante un tiempo. A la casa de Maranello le faltaba aún recorrer una última parte de su travesía del desierto durante cuatro años más. Incluso en 1999, cuando parecía que todo estaba ya a punto para devolver el honor a los bólidos rojos, en un terrible accidente en la primera vuelta del Gran Premio de Gran Bretaña, en Silverstone, Schumacher se rompió la pierna y tampoco pudo ser el campeón.

En 2000 ya no falló y desde entonces ganar se ha convertido en rutina. Ya son cinco los campeonatos del mundo que ha conseguido con Ferrari y seis los de constructores que le ha dado a la rejuvenecida vieja dama. Las estadísticas que acumula el alemán son abrumadoras. Dos campeonatos más que el récord de cinco que durante decenios ostentó Juan Manuel Fangio; 81 victorias en grandes premios, 1.145 puntos y una lista interminable de la que, de momento, solo se le escapa el récord de pole-position, en poder de Senna.

Durante estos últimos cinco años el alemán se ha transformado. De la extrema agresividad de sus primeros tiempos ha pasado a ser un piloto sereno y limpio, raramente envuelto en trifulcas, de trazada impecable y que sabe aprovechar al máximo las circunstancias y conoce muy bien las armas que posee. Especialmente en los últimos dos campeonatos, junto a Todd y Brown, Schumacher ha desarrollado estrategias de carrera de una imaginación e inteligencia insuperable que le han permitido un dominio que, de otra manera, tal vez no habría sido tan claro.

Pero ayer, mientras interiorizaba su séptimo título, el quinto consecutivo, a falta de cuatro carreras para acabar la temporada, y cuando Ferrari celebraba también su carrera número 700, Schumacher transmitía una imagen muy lejana a la euforia del vencedor. Era pura melancolía. El pensativo héroe de ayer puede estar dudando sobre su futuro cuano ha cumplido 35 años y su contrato no expira hasta 2006. Quedan pocas carreras para acabar el curso y, como siempre sucede, se apuntan las jerarquías para el próximo. Si se retirase, con Schumacher se cerraría más que una época.

SCIAMMARELLA

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