TIROS LIBRES | Atenas 2004 | BALONCESTO

Los trillizos

El baloncesto moderno, con su aparente predominio de lo físico sobre lo técnico, de las defensas sobre el ataque, del músculo sobre el cerebro y de los entrenadores sobre los jugadores, nos ha traído una invasión de clones. Se trata de jugadores de alrededor de los dos metros de estatura, con bíceps sobresalientes y piernas de acero. Son tremendamente apreciados por los técnicos, sabedores de sus almas de marines, la inaccesibilidad que muestran al desaliento, su disposición constante para entrar en combate y arrear todos los mandobles que se les permita. Sirven tanto para un roto como ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El baloncesto moderno, con su aparente predominio de lo físico sobre lo técnico, de las defensas sobre el ataque, del músculo sobre el cerebro y de los entrenadores sobre los jugadores, nos ha traído una invasión de clones. Se trata de jugadores de alrededor de los dos metros de estatura, con bíceps sobresalientes y piernas de acero. Son tremendamente apreciados por los técnicos, sabedores de sus almas de marines, la inaccesibilidad que muestran al desaliento, su disposición constante para entrar en combate y arrear todos los mandobles que se les permita. Sirven tanto para un roto como para un descosido. Juegan de lo que haga falta porque, en el fondo, no saben jugar de nada. Entran y salen de los partidos sin queja alguna y asumen con naturalidad su condición de actores de reparto.

Normalmente, su influencia en el juego no va más allá que dar descanso a los artistas, aumentar la intensidad defensiva o, simplemente, hacer pasar un mal trago a las figuras contrarias. Pero, entre tanto clónico, de vez en cuando, algunos son capaces de adornar todas estas características con cuestiones neuronales, imprimiendo inteligencia a sus acciones sin perder lo demás, sabiendo leer el juego y sus necesidades. Y, de repente, de una máquina inclemente y descerebrada surge un jugador apreciable. Traspasan la línea que separa los gladiadores de los jugadores y se convierten en elementos diferenciadores.

Si nos atenemos a lo visto frente a Argentina y contando con otros antecedentes observados en sus clubes, España cuenta con tres de estos rara avis. De la Fuente, Garbajosa e Iturbe, tan parecidos y tan diferentes. No son suficientemente altos, ni llamativamente rápidos, ni extremadamente talentosos en los términos habituales. Pero todos estos conceptos son relativos y dependientes de las zonas y situaciones en las que busques, o te dejen tus jefes, realizar tu juego. Pero para convertir el desequilibrio en ventaja debe intervenir la parte menos musculosa del cuerpo humano: la cabeza. Y a ciencia cierta que de su uso han hecho carrera Garbajosa e Iturbe y desde hace un tiempo De la Fuente, hasta entonces más proclive por su status en el Barcelona a caer en el lado oscuro de la fuerza, allá donde sólo se usa la fuerza. Viéndoles moverse ante Argentina, lejos de la canasta para encontrar buenos lanzamientos cuando eran marcados por hombres altos o buscando la cercanía del aro cuando los cambios defensivos les emparejaban con bases o aleros bajos, sabiendo buscar y abastecer a Gasol o ayudar a Calderón, pudimos observar la diferencia entre el clon y el jugador de baloncesto, entre la madera y la materia gris, lo distinto que resulta picar piedra que construir juego. Lo primero abunda como la mala hierba. Lo segundo es un bien escaso, por lo que tener a tres de sus apreciados especímenes es motivo de tranquilidad y regocijo.

Jorge, Rodrigo e Iker, nuestros trillizos, intercambiables pero capaces de jugar juntos, necesarios e imprescindibles. Que su salto a la palestra no sea flor de un día.

De izquierda a derecha, Rodrigo de la Fuente, Jorge Garbajosa e Iker Iturbe.AFP / EFE / AFP

Archivado En