Análisis:

Tiempo de apagones

Durante los últimos años los apagones eléctricos frecuentan el verano español como las sequías, los turistas o los atascos en las carreteras. A diferencia de la sequía, un apagón eléctrico debe ser considerado en primer lugar como un incumplimiento de las condiciones de servicio o suministro pactadas entre la compañía eléctrica y el usuario, que paga los recibos y a quien le suelen cortar la luz cuando incurre en morosidad.

Es decir, no se trata de un fenómeno natural, aunque así lo haga suponer la resignación de los consumidores en las ciudades pequeñas y en los pueblos, donde abundan ...

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Durante los últimos años los apagones eléctricos frecuentan el verano español como las sequías, los turistas o los atascos en las carreteras. A diferencia de la sequía, un apagón eléctrico debe ser considerado en primer lugar como un incumplimiento de las condiciones de servicio o suministro pactadas entre la compañía eléctrica y el usuario, que paga los recibos y a quien le suelen cortar la luz cuando incurre en morosidad.

Es decir, no se trata de un fenómeno natural, aunque así lo haga suponer la resignación de los consumidores en las ciudades pequeñas y en los pueblos, donde abundan los apagones hasta el extremo de que en algunas localidades ya se espera uno al día.

Con frecuencia se ha explicado que los apagones reflejan un déficit de inversión de las compañías eléctricas; que este déficit es más acusado en las redes de distribución, y que la tarifa quizá debería premiar más las inversiones en distribución que en generación. Conviene explicar con un poco de detalle las causas de los apagones, más allá de la evidente negligencia de las eléctricas para cumplir sus contratos con los clientes.

"Las eléctricas han gastado los dineros gentilmente regalados por el PP en inversiones que nada tienen que ver con su negocio"
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La red de alta tensión ofrece pocos problemas. Traslada la electricidad desde la central eléctrica hasta las subestaciones colocadas en las proximidades de las ciudades; tales subestaciones reducen el voltaje de la electricidad y la distribuyen hacia otras subestaciones y centros de transformación dentro del casco urbano. Estos centros, a su vez, reparten la electricidad a cada domicilio mediante una red capilar. El problema está situado aproximadamente entre las subestaciones y el domicilio de cada usuario, y con mayor exactitud, entre los centros de transformación y cada hogar. ¿Por qué? Pues porque esa red está preparada para transportar un volumen de potencia determinado. Cuando ese volumen de potencia se supera, las líneas se cargan y los relés desconectan el suministro antes de que se produzca un incidente (un incendio, por ejemplo).

Si la sobrecarga -y, por tanto, la interrupción del suministro y el apagón- se produce es porque las compañías eléctricas han estimulado el crecimiento de la demanda de potencia de los consumidores sin haber ampliado, duplicado o mejorado la red que va desde los transformadores a los domicilios. Las compañías desean aumentar sus ingresos y no ponen inconveniente alguno para aumentar la potencia que quiere contratar el consumidor -para instalar aparatos de aire acondicionado en verano suele ser el motivo-, a pesar de que la red capilar suele estar en pésimas condiciones.

Algunas compañías eléctricas, incluso, están financiando la instalación de acondicionadores. El cliente de una eléctrica no puede consumir más de la potencia que ha contratado; su limitador corta la luz cuando enchufa una plancha o una bombilla de más, pero las compañías pueden contratar sin límites el suministro de potencia, aunque no dispongan de la red adecuada para servirla. El resultado es que los edificios, los barrios y las ciudades se quedan sin luz sin que, al parecer, las empresas eléctricas se responsabilicen de las pérdidas de calidad que infligen al consumidor.

La interpretación evidente es que las empresas eléctricas han tomado los dineros gentilmente regalados por los gobiernos del PP -los Costes de Transición a la Competencia-, los han gastado, en algunos casos dilapidado, en inversiones que nada tienen que ver con su negocio, y se han olvidado de que, a cambio de las tarifas que aprueba el Gobierno para operar sobre un mercado prácticamente cautivo, deberían garantizar la calidad de la luz que sirven.

Claro que, en términos de mercado, esta desidia tiene una explicación. La más plausible es que la tarifa eléctrica retribuye mejor las inversiones en la construcción de nuevas centrales eléctricas que los dineros gastados en distribuir mejor la electricidad. Como está previsto que a partir de finales de este año empiecen a producir kilowatios nuevas plantas de generación, quizá sería el momento de modificar la estructura de la tarifa para que retribuya mejor las inversiones en distribución. Es lo que se conoce como una señal del mercado para un negocio en el que el mercado no existe. Pero quizá así se haga la luz sin apagones.

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