Tinto de verano

Fantasías animadas

Hace poco fui al Rastro y después de dar muchas vueltas como una tonta al final me compré una barra de bar del año en que El tío Calambre fue la canción de verano. Lo digo para que sitúen la barra en su contexto histórico. Cuando mi santo la vio entrar por esa puerta dijo, "¿De dónde ha salido esto, de un puticlú?". Pero con el tiempo le ha ido cogiendo el gusto. Aprovechando que los niños no están, algunas mañanas (no todas) me pongo detrás de la barra y le digo qué va a tomar, caballerete, y mi santo dice, un botellín de Mahou, y yo, ahora mismo se lo pongo con sumo gusto. Y le...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hace poco fui al Rastro y después de dar muchas vueltas como una tonta al final me compré una barra de bar del año en que El tío Calambre fue la canción de verano. Lo digo para que sitúen la barra en su contexto histórico. Cuando mi santo la vio entrar por esa puerta dijo, "¿De dónde ha salido esto, de un puticlú?". Pero con el tiempo le ha ido cogiendo el gusto. Aprovechando que los niños no están, algunas mañanas (no todas) me pongo detrás de la barra y le digo qué va a tomar, caballerete, y mi santo dice, un botellín de Mahou, y yo, ahora mismo se lo pongo con sumo gusto. Y le pongo su botellín, le abro una lata de berberechos Cabo de Peñas y me lo quedo mirando superinsinuante, apoyada así en la barra, mientras él escribe en una servilleta. Y le digo, ¿qué escribe?; y él me dice, una novela. Y yo le digo, ¿le cabe una novela entera en una servilleta?; y él me dice: no, tengo ya muchas servilletas escritas, pero de poco me sirve porque cuando llego a casa mi mujer, con la excusa de echarme a lavar los pantalones, me las tira a la basura. Y le digo, ¿es que no le gusta a su señora que escriba?, y él me dice, lo que no le gusta es que vaya a los bares. Y le digo, caramba, tiene usted que sufrir enormemente; y él me dice, ¿cómo lo ha sabido?; yo le digo, tengo mucha psicología, quiera que no, son muchos años en la barra, la barra es como un concesionario. Dirá usted confesonario, dice. Y le digo, vaya con el novelista, se ve que tiene usted la jodida manía de corregir al prójimo. Y él me dice, sí, es mi carácter. Y mirándolo superfijamente le digo, qué curioso. Y él me dice, qué curioso qué. Pues que los escritores, con la excusa de que eran escritores, siempre han tenido fama de ser supergolfos, pero usted tiene cara de santo. Eso me dice todo el mundo, dice él, por activa y por pasiva. ¿Y usted qué dice?, le digo yo. Pues que lo soy pero que ya estoy harto de serlo, me dice. Ande, ande, le digo, que los peores son los que tienen carita de buenos, conoceré yo a los hombres, son muchos años en el concesonario. Confesonario, dice él. Oiga, su mujer será lo que sea, le digo, pero usted también tiene lo suyo. Yo las mato callando, dice él. Ande, le digo, sáqueme en una novela, en las novelas de los hombres siempre salen camareras, le digo. ¿Es que lee usted mucho literatura masculina? Ni pizca, le digo, es que por aquí han pasado muchos escritores, no es usted el primero que pasa por un concesonario, y no me corrija, que sé lo que me digo. Lo que yo sé, dice él, es que la voy a besar ahora mismo detrás de esa barra. Ay, qué impulsivo, digo, espere, que echo el cierre, vaya que entre otro novelista en el interín.

(Ayer le dije a mi santo: ahora jugábamos a que entrabas otra vez y querías un café. Y me dijo: "No, ahora ya no se juega, ahora si uno se aburre se pone a escribir". Y me escribí este artículo, de puro aburrimiento).

Sobre la firma

Archivado En