Columna

Gracias, Jaume Matas

Estoy tremendamente orgullosa del séquito de Jaume Matas en Moscú. Comprendo que algunas personas estén dolidas por la menudencia (para mí excusable) de cargar a los presupuestos públicos las entradas a un club de alterne. Comprendo que haya personas que -comprendiendo lo del club de alterne- no comprendan, en cambio, que eligieran uno de nombre tan evocador como Rasputín. Pero en las declaraciones de Jaume Matas sobre el asunto me parece ver una luz al final del túnel, un paso adelante en la búsqueda del hombre del siglo XXI. Casi un gesto de buena voluntad hacia el sexo femenino, y me siento...

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Estoy tremendamente orgullosa del séquito de Jaume Matas en Moscú. Comprendo que algunas personas estén dolidas por la menudencia (para mí excusable) de cargar a los presupuestos públicos las entradas a un club de alterne. Comprendo que haya personas que -comprendiendo lo del club de alterne- no comprendan, en cambio, que eligieran uno de nombre tan evocador como Rasputín. Pero en las declaraciones de Jaume Matas sobre el asunto me parece ver una luz al final del túnel, un paso adelante en la búsqueda del hombre del siglo XXI. Casi un gesto de buena voluntad hacia el sexo femenino, y me siento feliz como mujer.

Según leo, el gerente del Instituto Balear de Turismo, Juan Carlos Alía, uno de los integrantes del séquito, es el único que ha reconocido haber ido al club Rasputín. Eso sí, se ha negado a identificar a sus seis compañeros de fiesta y ha especificado, sin embargo, que ni el presidente de la Comunidad Balear, Jaume Matas, ni el consejero de Turismo, Joan Flaquer, estaban entre ellos. Ustedes se preguntarán dónde está la grandeza de todo esto. La grandeza de todo esto está en las palabras del presidente Jaume Matas que han recogido los periódicos esta semana. Dice que se retiró a dormir y desconoce lo que hicieron los demás. ¿Se dan cuenta? Esto rompe el tópico del macho ibérico que, después de una hazaña, corre a contarla a sus amigos o compañeros de trabajo. Matas no sabe lo que ocurrió allí dentro porque Alía no se lo contó. Es extraordinario.

Sería el momento ahora de recordar la anécdota del torero Luis Miguel Dominguín en la cama con la actriz Ava Gardner. Apenas terminado el trabajo, se levantó y se vistió para ir a contarlo. Sería el momento de recordar el chiste del hombre que naufraga con Claudia Schiffer y que, después de copular con ella, le pide que se disfrace de hombre para poder contárselo. Juan Carlos Alía no es de ésos. Lo que allí vio o hizo se lo guarda para él. Al día siguiente hablaron de otras cosas, y eso demuestra que es una persona en quien confiar. El mejor gerente del Instituto Balear que habrá nunca. El nuevo hombre que andábamos buscando. Lástima que haya dimitido, caramba.

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