Columna

Aznarín vuelve

Grandes cuitas asolaban el ánimo general de la familia, allegados y deudos. Contra todo pronóstico, las notas de Aznarín habían sido un desastre, pero a modo de ducha escocesa. Españolismo Atávico: 10. Meteduras de Pata Belicosas: 0. Incensarios y Otros Artilugios de Culto: 10. Paz Internacional: 0. Incordios Varios a Andalucía: 10. Resultado Electoral: 0.

Papá y mamá, los abuelos, los titos, los obispos, no daban pie con bola. Sañudos, se mesaban los cabellos en sesiones interminables. Musitaban preces antiquísimas. Iban cual sonámbulos de acá para allá, buscando por todos los rincones...

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Grandes cuitas asolaban el ánimo general de la familia, allegados y deudos. Contra todo pronóstico, las notas de Aznarín habían sido un desastre, pero a modo de ducha escocesa. Españolismo Atávico: 10. Meteduras de Pata Belicosas: 0. Incensarios y Otros Artilugios de Culto: 10. Paz Internacional: 0. Incordios Varios a Andalucía: 10. Resultado Electoral: 0.

Papá y mamá, los abuelos, los titos, los obispos, no daban pie con bola. Sañudos, se mesaban los cabellos en sesiones interminables. Musitaban preces antiquísimas. Iban cual sonámbulos de acá para allá, buscando por todos los rincones de la casa. Metían las escobas por los lugares más inverosímiles, sacudían alfombras, deshollinaban chimeneas. Nada. Sólo conseguían ingentes cantidades de residuo imperial, amén de poner en fuga a los últimos ratones. Pero la explicación no aparecía por ninguna parte. Visto lo cual, llamaron a capítulo al Instructor Fraga. Por fuerza él tendría la clave de lo ocurrido.

Pero el Instructor Fraga, tan servicial siempre, se hizo de rogar esta vez. Tardó un siglo en bajar de sus altos aposentos. Y cuando entró en el salón, el paso renqueante mas la mirada altiva, farfulló no se sabe qué en su lenguaje atropellado. Sin embargo, tuvo un gesto inequívoco. De un recóndito bolsillo del faldón derecho del frac extrajo un papelito. El papelito estaba muy bien doblado. Con parsimonia insufrible, lo fue desdoblando, desdoblando, hasta mostrar un folio en blanco, impoluto, a excepción de una firma que figuraba al pie. Lo paseó ante la vista de todos los presentes. Y los presentes fueron acercando sus cabezas y vieron, horrorizados, cómo Aznarín, en sus años más tiernos, había estampado aquella rúbrica servil. Con ella autorizaba a su Instructor a lo que fuera, desde cortarle el pescuezo a culparle de cualquier desastre futuro. La mitad del cónclave se llevó una mano a la boca. La otra mitad, ambas a la cabeza. El cardenal Bronco Vayatela se santiguó lentamente. Sin añadir ni pío, el Instructor alzó en el aire el papelito y, con fruición, diríase con saña ritual, lo fue partiendo en tantos trozos como las dobleces permitían. Y los trozos fueron cayendo a la alfombra cual la lluvia silenciosa de un oprobio; a lo sumo, mariposas desmayadas de un sueño imposible.

In extremis, el propio Aznarín tuvo la ocurrencia de convocar a sus amiguitos a una partida de un nuevo juego que se acababa de inventar. Consistía en decir no a todo intento constitucional, por activa o por pasiva. Mas a través del teléfono, y para su creciente palidez, fue recibiendo negativas con los más fútiles pretextos. Tan sólo el hijo de una familia inglesa, instalada hacía tiempo en la colonia, se mostró dispuesto a compartir con él un rato de ocio. "Pero mí también tener un juego bonito para ti -puso como condición-. Un submarinito nuclear para andaluces cabrear. También sirve para en Inglaterra elecciones ganar. ¿Juegas?" - Aznarín sonrió por vez primera aquel verano, que de todos modos se anunciaba terrible.

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