OPINIÓN DEL LECTOR

Córdoba embalsamada

Desde su creación, la Gerencia ha estado envuelta en un halo de misterio añadido al ya de por sí arcano asunto del Urbanismo, tan ajeno a la mayoría de los mortales. A lo largo de los años y a base de comprobar qué funciones deja de asumir más que de constatar para qué sirve, hemos podido entrever algunos esbozos, si bien difusos, de su naturaleza y de los fundamentos de su constitución.

En primera instancia, los cordobeses y cordobesas creyeron que la Gerencia era el oráculo al que acudir en busca de guía para moverse con cierta seguridad en la maraña de normativas, disposiciones, reco...

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Desde su creación, la Gerencia ha estado envuelta en un halo de misterio añadido al ya de por sí arcano asunto del Urbanismo, tan ajeno a la mayoría de los mortales. A lo largo de los años y a base de comprobar qué funciones deja de asumir más que de constatar para qué sirve, hemos podido entrever algunos esbozos, si bien difusos, de su naturaleza y de los fundamentos de su constitución.

En primera instancia, los cordobeses y cordobesas creyeron que la Gerencia era el oráculo al que acudir en busca de guía para moverse con cierta seguridad en la maraña de normativas, disposiciones, recomendaciones, prohibiciones, directrices y criterios que rigen el crecimiento físico de algo tan delicado como es una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad.

Pero la Gerencia resultó no estar para eso, y sus responsables se vieron obligados a restringir drásticamente el horario de atención al público y a imponer elevadas tasas por consulta para disuadir a la impertinente turba de preguntar con tanta contumacia haciéndoles ver que las averiguaciones se deben canalizar por otro conducto ignoto.

Tampoco puede permitirse ocupar el tiempo de sus excelentes miembros en el control de la peste de parcelaciones ilegales que sufre la ciudad. La creación de un Servicio de Disciplina Urbanística ha sido una maniobra de distracción que denota buena voluntad más que intención firme de encontrar soluciones, y que está contribuyendo con eficacia a marear expedientes y a entorpecer el desarrollo urbano en vez de encauzarlo.

Además, de estas parcelaciones ya se ocupa el gobierno municipal, con su alcaldesa al frente, dispuesta siempre a templar gaitas con el primero que se le ponga por delante, aunque se trate de alguien que incumpla el Plan Especial aprobado por el pleno para construirse una magnífica vivienda (edifíquese usted un amplio chalé en el marco incomparable que le parezca, que al cabo vendrá Rosa Aguilar con sus complacientes concejales a legalizárselo y hasta le costeará parte de la urbanización, dejándole una zona residencial divina).

Ni siquiera la planificación es labor que se le deba achacar, según se desprende de la pérdida de dos importantes instalaciones industriales destinadas en principio a implantarse en Córdoba, pero que han optado por irse a otros municipios limítrofes ante la carencia de suelo adecuado que la falta de previsión ha provocado en la capital.

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No, la Gerencia tiene funciones menos prosaicas y de mayor altura que los simples vecinos no tenemos por qué aspirar a conocer y menos a comprender. Este templo erigido en honor de la tecnocracia inoperante se ha impuesto altas obligaciones para con Córdoba. Pensemos en el Plan Renfe, ese espacio casi monumental moteado de establecimientos de costeadísimo diseño, los vistosos puentes nuevos, la infinidad de obras de adecuamiento que menudean por doquier o los grandes proyectos como el Palacio del Sur, de dudosa viabilidad económica y procedencia.

La exquisita pulcritud de estas actuaciones, el afán de embellecimiento de mírame y no me toques que se intuye en su concepción, nos puede dar una pista sobre los fines del organismo. Lo que hace fundamentalmente con Córdoba es embalsamarla, porque Córdoba es una ciudad que está perdiendo uno tras otro sus pulsos en una agonía irremediable. Una ciudad moribunda con la que lo único que se puede hacer ya es procurar que deje un bonito cadáver.

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