OPINIÓN DEL LECTOR

Jugarse el pellejo en Alcalá de Henares

Soy uno de los pocos ciudadanos de la Comunidad de Madrid que debería considerarse afortunado por residir a poco menos de 10 minutos del lugar donde trabaja. Pero vivo en Alcalá de Henares, y eso significa que, durante ese trayecto, tengo que jugarme literalmente el pellejo y padecer molestias de todo tipo, por no hablar de las sempiternas obras que, para mejorar el tráfico rodado, por doquier nos acechan.

En primer lugar, al salir de casa me encuentro una acera estrecha y con obstáculos (farolas, setos que se nos echan encima...). A continuación debo cruzar la calle principal de la ciu...

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Soy uno de los pocos ciudadanos de la Comunidad de Madrid que debería considerarse afortunado por residir a poco menos de 10 minutos del lugar donde trabaja. Pero vivo en Alcalá de Henares, y eso significa que, durante ese trayecto, tengo que jugarme literalmente el pellejo y padecer molestias de todo tipo, por no hablar de las sempiternas obras que, para mejorar el tráfico rodado, por doquier nos acechan.

En primer lugar, al salir de casa me encuentro una acera estrecha y con obstáculos (farolas, setos que se nos echan encima...). A continuación debo cruzar la calle principal de la ciudad -ancha y recta- por un paso de peatones con un semáforo que nadie respeta y por el que, estando en rojo, los automóviles pueden perfectamente circular a 70 u 80 kilómetros por hora. Paralela a la vía principal (o sea, justo enfrente de mi casa) existe otra vía que da acceso a un polígono industrial. Aquí ya no hay ni siquiera pasos de cebra y debo cruzarla como buenamente puedo, sorteando coches y motos moviéndose a gran velocidad.

Una vez superado este obstáculo debo seguir por un subterráneo que pasa por debajo de las vías del tren. Cuando no hay atasco, tiene uno la sensación de estar en un circuito de velocidad, con un ruido ensordecedor y viendo pasar los coches a velocidades endiabladas.

Además, debo caminar por dos tramos de unos 35 o 40 metros de acera demasiado estrecha con los mismos obstáculos de siempre y sin separación física respecto a la calzada, con el consiguiente peligro de cruzarse con alguien, resbalar, caer en ella y ser atropellado. Superada esta prueba llegan las calles sin acera o con coches aparcados en ellas (hasta se han rebajado los bordillos para que no sufra la suspensión de los coches que se suben a la acera). En cualquier caso, hay que transitar por la calzada compartiendo espacio con los automóviles.

Quien no conozca Alcalá pensará que exagero, que las cosas son así porque no podrán ser de otra manera. No son conscientes de la fuerza que tiene la teoría del "derecho a la ignorancia" dentro y fuera del Consistorio alcalaíno. Quien viva en Alcalá dirá que de qué me quejo, que peor lo tiene él en su barrio y que podría contar muchas cosas peores; otros, auténticos tarzanes de la selva de asfalto, sencillamente habrán terminado por adaptarse al medio y lo verán todo de lo más normal.

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