Columna

Tiempos

Como las explicaciones políticas sufren una clara tendencia a la infantilización, suelo imaginarme los tiempos de la historia a través de algunas escenas propias de los dibujos animados. Se queda sin gasolina el coche en el que viajan un león, un perro, un elefante, un zorro y una gallina. Habrá que empujar para subir la cuesta, dice el león, y todos se bajan del coche y se ponen a empujar, sudando la gota gorda de una carretera empinada. Los animales, conviene avisarlo, no tienen aquí un valor simbólico, no representan la majestad, la fidelidad, la fuerza, la inteligencia maligna o el miedo. ...

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Como las explicaciones políticas sufren una clara tendencia a la infantilización, suelo imaginarme los tiempos de la historia a través de algunas escenas propias de los dibujos animados. Se queda sin gasolina el coche en el que viajan un león, un perro, un elefante, un zorro y una gallina. Habrá que empujar para subir la cuesta, dice el león, y todos se bajan del coche y se ponen a empujar, sudando la gota gorda de una carretera empinada. Los animales, conviene avisarlo, no tienen aquí un valor simbólico, no representan la majestad, la fidelidad, la fuerza, la inteligencia maligna o el miedo. Sólo son personajes de un mundo en el que existen distintos tipos de animales, porque la vida es así, una realidad de muchas caras. Posiblemente sean más fáciles los mundos de ideas fijas y de especies únicas, con un tipo de árbol, de animal y de coche. Pero no es éste el caso, y debemos acostumbrarnos a que los perros, los leones, los zorros, las gallinas y los elefantes coincidan en un coche de modelo cambiante. Se trata aquí de un coche muy viejo, un anacronismo con ruedas. A fuerza de empujar la carrocería oxidada del anacronismo, los animales consiguen subir la cuesta y se paran un momento a descansar, respirando el aire puro del bosque que tienen por delante, un espectáculo en el que se mezclan las encinas, los pinos, los robles y los castaños. Pero no es bosque todo lo que reluce, porque a ninguno de los animales se le ha ocurrido poner el freno de mano, y los anacronismos, aunque se hayan quedado sin gasolina, tienen la costumbre de entrar en movimiento cuando reciben ayuda de los accidentes del paisaje. El coche se les viene encima y todos empiezan a correr cuesta abajo, perseguidos por el anacronismo.

En la sociedad moderna mandan mucho los anacronismos, están de rabiosa actualidad y no queda otra solución que correr delante de ellos. La historia contemporánea ha conseguido imponer una idea única de futuro, de perfección científica y social, basada en las lógicas extremas de la especulación capitalista. Todo lo que se aparta de este camino lineal hacia el futuro es concebido como un anacronismo, como un ideal que se ha quedado sin gasolina, pero que entra en movimiento. Las religiones, los nacionalismos, las monarquías, están de rabiosa actualidad, y corremos delante de ellos, a través de las guerras, el terrorismo y la prensa del corazón. Porque todo es prensa del corazón, puro sentimiento, cuando los anacronismos se ponen en juego. Los movimientos lineales de especulación se rodean de anacronismos para defender su moral única de futuro. Los anacronismos bien elegidos son el blindaje del presente, el óxido indispensable de la moda. Más que restos del pasado, parecen rebajas, ofertas especiales para vincularse a la modernidad, la única oferta que reciben los habitantes de la prensa del corazón, que es el lado rosa de la miseria. Una vez fijado de modo económico el porvenir, la especulación y el gobierno suponen el arte de elegir bien los anacronismos. Siempre trae más cuenta discutir de religiones, en vez plantearse otro tipo de anacronismos como la libertad, la igualdad o el socialismo. Eso significaría apartarse del camino, imaginar que otro mundo es posible.

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