Columna

La pura calle

La familia Pino congregó a todos sus miembros el sábado pasado en su céntrico pisazo de la Gran Vía de Madrid para asistir a la boda real, para que ninguno de los suyos se perdiera la ocasión de estar en la historia. Y salieron en el telediario, con sus balcones ornamentados por la prevista decoración municipal, nerviosos con la historia y emocionados con la tele. La familia Pino aparecía en el telediario como un pequeño fragmento de una de esas series en las que se retratan grupos familiares españoles que responden a estereotipos de nuestras sagas. También querían estar en la historia unos fo...

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La familia Pino congregó a todos sus miembros el sábado pasado en su céntrico pisazo de la Gran Vía de Madrid para asistir a la boda real, para que ninguno de los suyos se perdiera la ocasión de estar en la historia. Y salieron en el telediario, con sus balcones ornamentados por la prevista decoración municipal, nerviosos con la historia y emocionados con la tele. La familia Pino aparecía en el telediario como un pequeño fragmento de una de esas series en las que se retratan grupos familiares españoles que responden a estereotipos de nuestras sagas. También querían estar en la historia unos fortachones que hicieron noche, junto a la plaza de la Armería, y lo contaban con toda naturalidad en el telediario. Y a la señora que había venido de Toledo, vestida de lagarterana, la trajo su marido, según confesaba ella misma, y la puso allí, como una contribución castellano-manchega al escenario de la historia. Esta no dijo que quisiera estar en la historia, pero quedaba muy claro que quería estar en la televisión, que es la manera de ahora de estar en la historia. Es mucho más cómodo estar en la historia sin paraguas que con paraguas, de modo que fue la lluvia la que le quitó a la historia un poco más de concurrencia, pero los que quisieron estar en la historia bajo la lluvia incrementaron su mérito.

Estar en la historia como comparsas de un espectáculo de la realeza no significa ser monárquicos, pero la monarquía española de ahora mismo es una monarquía con pocos monárquicos y mucha aceptación. Los monárquicos de aquí estaban en el banquete nupcial, o en sus palacios, envidiando a los que estaban en el banquete nupcial y furiosos por no haber sido invitados. En la calle estaba el pueblo llano, que ha sido educado con las fantasías de los cuentos de hadas y sueña por las noches con las princesas; que busca en el jolgorio de la calle la cara amable de la vida, que con frecuencia es poco amable con él, y en los buenos perfumes del sarao nupcial el perfume que le falta.

Tiene ese pueblo, congregado a los pies del balcón palaciego, todo el derecho a estar en la historia, porque la historia se hace con él, y cuando los novios reales salen al balcón y le saluda, la mano levemente agitada de la historia le llega al corazón y se siente en la historia. Y si sonríen los novios, le sonríe la historia, y si los novios se besan levemente se siente integrado en ese beso de la historia.

Pero la historia también necesita a ese pueblo para asomarse al balcón y tener a quien dirigirse. No se imagina uno a la historia saliendo a saludar a un balcón en una calle sin gente. En realidad, todo el mundo busca en su vida una manera de estar en la historia, y si no todos han querido estar en ella como príncipes o princesas es porque saben que hay pocas plazas para eso y pocas posibilidades de opción. Cuando una mujer del común llega a ser princesa, como ahora, a la satisfacción de que eso sea así se une la insatisfacción en muchas mujeres de que no les haya tocado a ellas esa manera de estar en la historia. Pero toda vida se hace de aceptaciones de la limitación, de resignaciones, y cada cual se busca su manera de aproximarse a la historia. Y como la historia es dinámica e imprevisible también cambian sus escenarios, y esta familia real tiene una excelente memoria de eso, de modo que si alguna vez oye gritar "España, mañana, será republicana" no lo pone en duda, ni considera que ese deseo de algunos sea una descortesía.

La dictadura atraía al pueblo llano para estar en su historia con autobuses y bocadillos, que en época de hambre eran un buen reclamo; la moderna municipalidad de ahora le anima la calle para estar en la historia con luces de colores y le convierte la ciudad en un parque temático, con arquitecturas efímeras y efímeros envoltorios, metáforas de la historia que vivimos y de la vida misma. Pero además se han incrementado tanto las posibilidades de los registros fotográficos, y es tan generoso el mercado en la democratización del uso de las cámaras prodigiosas y de los videos, que los pobres no es que quieran ya estar en la historia simplemente sino que quieren retratarse con la historia, verse en ella de cuando en cuando y sustituir en el futuro la batallita del abuelo por un amplio documento fílmico. Exclamaba en la tele una señora: "Es tan bonito poder contarlo después, ver la película con el paso del tiempo...".

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