Análisis:BODA REAL | La pasarela

Más bonito en la foto

Marshall McLuhan, primer portavoz de la era electrónica y codificador, entre otras cosas, de un término que hoy se cita con frecuencia, la aldea global, recordaba en uno de sus escritos la anécdota de cierta madre que, de paseo con su hijo, respondió convencida al escuchar lo mono que era el niño: "Pues si le viera usted en la foto...". Y no andaba desencaminado el teórico canadiense, puesto que una buena foto permite rescatar los mejores ángulos de los seres y enseres estableciendo la exigida distancia entre el mundo y sus observadores. Más aún: permite, a través de la dosificación de ...

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Marshall McLuhan, primer portavoz de la era electrónica y codificador, entre otras cosas, de un término que hoy se cita con frecuencia, la aldea global, recordaba en uno de sus escritos la anécdota de cierta madre que, de paseo con su hijo, respondió convencida al escuchar lo mono que era el niño: "Pues si le viera usted en la foto...". Y no andaba desencaminado el teórico canadiense, puesto que una buena foto permite rescatar los mejores ángulos de los seres y enseres estableciendo la exigida distancia entre el mundo y sus observadores. Más aún: permite, a través de la dosificación de las estímulos, controlar las emociones del espectador.

Quizás por eso la escenografía nouveau riche que hemos podido ver al pasear por las calles estos días ha mejorado bastante durante la retransmisión en directo. Los elementos decorativos vistos desde el sillón de casa parecían algo menos chillones, sobre todo bañados por esa luz plateada tan típica del cielo de Madrid en sus atardeceres -y en sus días de lluvia, por cierto-. Incluso los templetes / tenderetes tocando "músicas del mundo" en puntos estratégicos del recorrido para entretener a los asistentes, se han disimulado en ese paseo a vista de pájaro que ha obviado también el mal acabado de ciertos detalles en la puesta en escena.

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Hasta el interior de la Almudena, así, de lejos, en los planos generales de su nave central, a buen recaudo las vidrieras chillonas, tenía un aspecto casi señorial, un poco Westminster (en el delirio interpretativo viendo una boda en la tele, se sobreentiende).

La música, inapelable y maravillosamente escogida -pensada por alguien que ama la música-, arropaba, junto con los adornos florales, discretos como el ramo de la novia, al que parecía un intento por parte de la realización por destacar el ángulo más sobrio de la catedral, tarea nada fácil teniendo en cuenta los últimos desaguisados añadidos a los ya proverbiales de la polémica construcción.

La cámara ha procurado, de hecho, detenerse en los rincones más estridentes lo mínimo indispensable. Planos generales de la catedral tomados desde arriba, primeros planos de los protagonistas, panorámica de los invitados, escorzo repetido de una imagen de Cristo, plano de esos tapices que en el conjunto parecían casi tener una misión de encubrimiento... han dado lugar a un producto final prudente y contenido, como deben ser las bodas reales, supongo. Pues los protocolos que forman parte de otro tiempo deben clausurarse o respetarse, pero nunca barnizarse de supuesta modernidad. Por eso Madrid, este Madrid lluvioso que los días anteriores se echó a las calles cámara al hombro, se rendía ayer en las casas y en las calles de nuevo a esa fascinación que tenemos los seres corrientes por vivir a través de una imagen interpuesta la vida de los otros, vidas diferentes e inalcanzables.

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Los almendros, definitivamente de plástico, asaltaban inesperados al objetivo en el paseo, y un comentarista amable aclaraba ante lo obvio como quien busca una excusa convincente: "Son de plástico, pero dan mucha sensación de primavera". Era cierto: en Madrid ayer, pese al tiempo, se respiraba la primavera. Felicidades.

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