Reportaje:EL DIFÍCIL 'PUZZLE' DE EUROPA

Desaparecen las barreras entre Este y Oeste

Europa afronta desde ayer su mayor desafío en pleno camino hacia la unión política. El Este y el Oeste, separados durante casi medio siglo por el telón de acero, se reencuentran en esta quinta ampliación de la UE, la más grande y de mayor significado histórico desde que en 1957 nació el proyecto europeo. Nace la Europa de los 25, que acoge ya a 455 millones de habitantes. Nadie oculta los riesgos, pero no existía alternativa al apasionante reto de esta unificación de Europa que sella el fin de la guerra fría.

Esta oleada de nuevas incorporaciones supone el mayor impacto experimentado p...

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Europa afronta desde ayer su mayor desafío en pleno camino hacia la unión política. El Este y el Oeste, separados durante casi medio siglo por el telón de acero, se reencuentran en esta quinta ampliación de la UE, la más grande y de mayor significado histórico desde que en 1957 nació el proyecto europeo. Nace la Europa de los 25, que acoge ya a 455 millones de habitantes. Nadie oculta los riesgos, pero no existía alternativa al apasionante reto de esta unificación de Europa que sella el fin de la guerra fría.

Esta oleada de nuevas incorporaciones supone el mayor impacto experimentado por el club europeo, superior al del euro, porque "abrirá no sólo las barreras, sino sobre todo las mentes", como dice el actual presidente de la UE, el primer ministro irlandés, Bertie Ahern. Los 10 países que se incorporan (Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Chipre y Malta) aportan el 20% de la población de la UE, pero sólo el 5% de su producto interior bruto (PIB). La nueva Unión controla el 25% del mercado mundial y representa el 28% del PIB del planeta, pero las desigualdades regionales internas se disparan porque la renta por habitante de los nuevos 10 socios sólo roza el 40% de la de los Quince.

La incorporación de 10 nuevos países tendrá un impacto en la UE superior al del euro y abrirá todo tipo de barreras: materiales y mentales
Creciendo al ritmo actual del 5% como media, los nuevos socios tardarían 56 años en situarse al mismo nivel económico que los Quince
Bertie Ahern, actual presidente de la Unión Europea y primer ministro de Irlanda: "La ampliación abrirá no sólo las barreras, sino también las mentes"

En política exterior y de seguridad, las divergencias se acrecientan con la llegada de países proclives al apoyo a EE UU. Y se complica al máximo la gestión y el reparto de poder. Pasarán años hasta que los europeos noten realmente el impacto. El comercial, por ejemplo, ya se produjo hace seis años cuando se eliminaron las barreras comerciales con los 10 nuevos socios. Hoy, aproximadamente el 70% de las exportaciones e importaciones de los Diez iban o procedían de los Quince, con un saldo ligeramente favorable a éstos.

La expresión "deuda histórica" es la más empleada en Bruselas al explicar por qué era obligatorio dar este paso desde que hace 15 años cayó el muro de Berlín y Europa central y oriental se vieron liberadas del dictado de Moscú. El mismo año 1989, la UE estableció los primeros fondos para financiar las reformas y modernización de unos países anclados en las fracasadas estructuras comunistas. Cuatro años después, los líderes europeos fijaron los criterios a cumplir por quienes quisieran incorporarse a la UE: instituciones estables que garantizasen la democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y el respeto a las minorías; economía de mercado viable, y capacidad de asumir las obligaciones de una unión política, económica y monetaria. La necesidad de cumplir esas condiciones ha sido el motor del cambio en esos países. Pero los desafíos y las carencias son aún enormes. Y los recelos de los viejos socios, elevados. Empezando por Alemania y Francia, potencias europeas donde los sondeos reflejan un apoyo a la ampliación inferior al 50% de sus opiniones públicas.

Creciendo al ritmo actual, próximo al 5% de media, los nuevos socios tardarán 56 años en situarse al nivel económico de los Quince, según The Economist Intelligence Unit. La corrupción generalizada (sobre todo, en Letonia, Hungría y Polonia) es "motivo de gran preocupación", como señaló hace un mes el eurodiputado conservador alemán Elmar Brok, autor de un informe sobre los 10 países, donde los salarios mensuales brutos rondan los 200 euros y el de un profesor universitario no llega a 500.

"Tienen mucho trabajo por delante, pero nuestro deber es ayudarles en el proceso", afirma el ministro francés de Exteriores, Michel Barnier. Por ejemplo, en el refuerzo de los controles en las nuevas fronteras de la Unión para frenar la inmigración ilegal y el crimen organizado, un área en la que la Comisión prevé invertir miles de millones. Pasarán al menos tres años hasta que se pueda ir por carretera, sin pasar control fronterizo alguno, desde Madrid hasta Tallin, la capital de Estonia. Los ciudadanos de los nuevos socios tendrán que seguir mostrando sus pasaportes porque aún no tienen medios técnicos y humanos para un control fronterizo adecuado y sus sistemas informáticos no son asimilables al de Schengen, asumido por los Quince (salvo Reino Unido e Irlanda), Noruega e Islandia.

Fronteras

En algunos casos son los propios ciudadanos los que no tienen interés en sellar sus fronteras hacia el Este, por donde Bruselas teme que se cuelen al año unos 700.000 inmigrantes clandestinos a través de Ucrania o Bielorrusia. Polonia tiene fuertes lazos de vecindad con Ucrania y recibe anualmente 10 millones de visitantes de este país, de Bielorrusia y de Moldavia. Hungría tiene esos lazos con Serbia y Ucrania. Lituania, con Bielorrusia. Los trenes que salen de la estación de Riga (Letonia) siguen teniendo como principales destinos San Petersburgo, Odesa y Moscú.

Y subsisten otros problemas enquistados no resueltos. En Letonia y Estonia hay más de medio millón de ciudadanos sin documentación en regla, sin derecho a voto. La mayoría son de origen ruso, una población que creció del 12% al 44% entre 1939 y 1989 en Letonia, y del 8% al 35% entre 1934 y 1989 en el caso de Estonia. Kaliningrado, con un millón de rusos, se convierte ya es un islote rodeado por Lituania y Polonia. En Hungría no acaban de digerir que 3,4 millones de sus ciudadanos viven en países vecinos, como Rumania, Serbia o Eslovenia. Como ocurre con los 2,5 millones de ex checoslovacos de origen alemán expulsados en 1947 de los Sudetes. En Eslovenia, 18.000 ex yugoslavos no aparecen los registros. Y el problema del dividido Chipre es ahora heredado por la Unión.

Pero los incorporados quieren desarrollar una nueva fase en su historia. La mayoría de ellos se han dado tanta o más prisa en acceder a la OTAN que a la UE. La primera les da seguridad. La segunda, progreso económico.

Tampoco están dispuestos a que el dictado soviético o yugoslavo (en el caso de Eslovenia) sea sustituido por el de Bruselas. Aún no han perdonado al francés Jacques Chirac, que en marzo de 2003 les dijera que habían perdido "una buena oportunidad de callarse" cuando la mayoría de ellos hicieron público su apoyo a las tesis belicistas de Washington en la crisis iraquí. El ex presidente checo, Václav Havel, acaba de alertar a sus ciudadanos, el pasado día 22, de que la República Checa deja de ser "una entidad independiente y soberana" por entrar en la Unión.

Como prueba de su inclinación por EE UU, los siete países de la Europa central y oriental que han entrado en la UE han enviado soldados o policías a Irak, y Polonia incluso fue premiada con el mando de la zona a la que fueron destinados los soldados españoles. "Esos países nos van a aportar una nueva visión de las cosas, nuevos puntos de vista diferentes; por ejemplo, en política exterior; pero no incompatibles con los nuestros, sino más bien complementarios", comenta el francés Barnier.

En Lituania, donde su primer ministro ha dimitido el mes pasado por un caso de corrupción, son aún visibles en calles y plazas los símbolos comunistas. El Partido Popular Europeo (PPE) ha protestado porque el nuevo comisario checo, Pavel Telicka, fue activo militante comunista. Los movimientos nacionalistas y antieuropeístas son crecientes en Polonia y Eslovaquia. En los noventa, los Gobiernos en Europa central y oriental tuvieron una duración media de 20 meses. "En el terreno político", ha dicho Verheugen, "la UE no está preparada para la ampliación".

Los recelos de los antiguos socios del club europeo se han concretado en periodos de transición que los nuevos deben superar antes de acceder a los beneficios de estar en la UE. O en la amenaza de activar cláusulas de salvaguardia que dejarían fuera de las ventajas comunitarias sectores productivos enteros si no se cumplen las normas comunes que ocupan 85.000 folios aún no traducidos a los 20 idiomas oficiales que pasa a tener la Unión. Por miedo a una oleada migratoria de mano de obra barata, ha quedado de hecho suprimida para los Diez la libertad de movimiento y establecimiento de trabajadores, al menos durante tres años, prorrogables a dos o incluso cuatro más. Sólo Irlanda ha dejado las puertas abiertas. "Estamos enormemente disgustados; eso demuestra a muchos polacos que vamos a seguir siendo europeos de segunda categoría", ha clamado Danuta Hübner, ex ministra polaca de Asuntos Europeos y hoy comisaria en Bruselas.

Deslocalización

El miedo parece exagerado, toda vez que la propia Comisión calcula que sólo habrá unos 220.000 inmigrantes del Este al año hasta 2014, procedentes sobre todo de Polonia (30%). Como respuesta, el Gobierno de Hungría, con sólo un 5,8% de parados (en los Quince la media es del 8%), anuncia que tomará la misma medida frente a todos los demás. No es un gesto simbólico, sino otro acto de defensa frente a los menos desarrollados llegados al club. "Si polacos (19% en paro) y eslovacos (16%) no pueden ir a Suecia o Alemania, ¿dónde van a ir? Lo harán a Hungría", argumenta el nuevo comisario húngaro, Péter Balázs.

Otro temor concretado ya es el de la deslocalización, traslado de fábricas y empresas al Este. El salario medio por hora en los Quince es de 22,2 euros. En Letonia, 2,42. En los Quince se trabajan 38 horas a la semana. En Letonia, 43, y en Estonia, 40. El impuesto de sociedades en los Quince ronda el 35%. En Estonia es inexistente para empresas no residentes, salvo que repatríen beneficios, y en Hungría, del 18%. Las multinacionales han visto el cielo abierto. Rompió el fuego Peugeot-Citroën al llevarse una factoría a Eslovaquia. Lo mismo ha hecho Volkswagen, que ya tiene el 13% de su producción en Europa central y oriental. Y las también alemanas Siemens (en Hungría) y Lufthansa (Polonia), la sueca Electrolux (Hungría) o la holandesa Philips.

Los Quince han perdido así decenas de miles de puestos de trabajo, y el fenómeno no ha hecho más que empezar, porque las grandes ventajas fiscales a las empresas no desaparecerán totalmente hasta 2011. A su vez, los Gobiernos de los países beneficiarios ven que esas multinacionales se han constituido en verdaderos poderes fácticos. Así lo ve Daniel Vaughan-Whitehead, que fue responsable del diálogo social en las negociaciones de la ampliación: "El flujo de inversiones extranjeras en los países candidatos ha sido de tal magnitud (más de 100.000 millones de euros sólo en 2000) que esos nuevos actores, llegados de Europa occidental, EE UU o Japón, dominan ya la escena económica. Más del 75% de las exportaciones de Hungría, casi el 70% de las de Eslovenia o el 50% de las polacas tienen su origen en inversiones extranjeras que contribuyen a más del 40% de sus PIB. ¿Qué pasará si esas economías pierden un día su atractivo para los inversores extranjeros?".

España, otrora beneficiada por el fenómeno, ha sido ahora afectada por la deslocalización con el traslado a Eslovaquia del 10% de la producción del modelo Ibiza de Seat, por ejemplo. Pero el verdadero efecto negativo sobre Madrid vendrá del nuevo reparto que se haga de los fondos regionales y del de cohesión, un maná que en el periodo 2000-2006 supone más de 56.000 millones de euros para España. Dado el bajo nivel de renta de los nuevos socios, gran parte de las ayudas irán hacia ellos y España perderá al menos el 30% de los fondos entre 2007 y 2013, según ha propuesto la Comisión. Y perderá mucho más si salen airosas las tesis de Alemania, Francia, Reino Unido, Holanda, Suecia, Austria y Dinamarca, que quieren concentrar más en los nuevos socios las ayudas regionales.

25 euros por habitante

Las consecuencias para el sector agrícola español, sin embargo, serán menores que las temidas. La superficie agrícola de la UE ha aumentado desde ayer un 30% y habrá 11 millones de europeos dedicados al sector (hasta ahora, 7). Sólo la producción anual de cereales ha crecido un 25% (de 214 millones de toneladas a 267). Sin embargo, los nuevos socios son muy poco competitivos y sufren "una falta de capital e infraestructuras, deficientes técnicas en la cría de animales y bajos niveles veterinarios y fitosanitarios, además de problemas en el mercado y procesamiento de sus productos", según opina el comisario de Agricultura, el austriaco Franz Fischler. Un millar de establecimientos (mataderos, sobre todo) tendrán prohibido vender productos fuera de sus propios mercados hasta que no cumplan los duros requisitos de Bruselas.

Como aseguró el comisario Fischler la semana pasada, la gran ventaja en el sector agrícola para los 25 es obvia: para todos ellos se abre ahora un mercado de 455 millones de consumidores que tienen garantizada "la seguridad alimentaria, tanto en cantidad como, sobre todo, en calidad".

Tampoco habrá cambios inmediatos en la Unión Económica y Monetaria (UME). Los Diez tienen la obligación (no ocurrió eso con los Quince) y el derecho de acceder a la moneda única. Pero pasarán de cinco a siete años hasta que reúnan las condiciones. Deben pasar al menos dos años en la sala de espera, con variaciones en el valor de sus monedas, que no pueden superar el 2,25% frente al euro. Además, tendrán que respetar los principios de la UME: déficit públicos por debajo del 3% del PIB (hoy, superiores en casi todos los casos), inflación no superior en 1,5 puntos a la media de los tres mejores en la UE y deuda pública no superior al 60% del PIB.

Para los Quince, la factura oficial de la ampliación es muy baja: 25 euros por habitante y año entre 2004 y 2006 para fondos y ayudas. "Es la ampliación más barata de la historia", dice Prodi. "Lo caro hubiera sido no hacerla, sobre todo en estabilidad y seguridad para Europa". Pero la UE no se detiene. En 2007 entrarán Rumania y Bulgaria. Croacia ya ha llamado a la puerta y le seguirán los demás países balcánicos. El siguiente reto, de una carga incalculable, se llama Turquía y tiene fecha: los líderes europeos decidirán en diciembre si le abren la puerta.

¿Quién manda aquí?

EL CAMBIO MÁS VISIBLE para Europa tras la gran ampliación a 25 Estados se producirá en sus instituciones, que es tanto como decir en sus estructuras de poder, en la manera de tomar decisiones. En definitiva, en cómo gestionar el día a día del mayor club mundial de países en busca de una unión política. Desde ayer, la UE está integrada por seis países grandes (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España y Polonia) y 19 pequeños: 82 millones de habitantes el más grande (Alemania) y 375.000 el más pequeño (Malta). Hasta ahora han fracasado tres intentos (en 1997 en Amsterdam, en 2000 en Niza y en 2003 con el proyecto de Constitución) de resolver el reparto de poder en tan variada unión de Estados.

Las reglas vigentes son las del polémico y criticado Tratado de Niza, y serán ésas las que se apliquen hasta que un día llegue a entrar en vigor, si los 25 lo consiguen, el proyecto constitucional que ahora está de nuevo sobre la mesa. Hasta entonces, las complejas y farragosas normas que se aplicarán en las tres instituciones de la Unión son las siguientes.

Comisión Europea: Hasta ahora había 20 comisarios: cada país tenía uno, y los cinco grandes (Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y España), dos. Desde este mes se incorpora uno más por cada uno de los 10 nuevos socios, y el colegio de comisarios, que toma las decisiones por mayoría, tendrá 30 miembros. Pero sólo provisionalmente, porque el 1 de noviembre la Comisión iniciará un nuevo mandato y ese nuevo colegio tendrá ya un solo comisario por país, es decir, 25. Alemania y Francia ya han advertido que pretenden controlar las carteras más importantes con sus comisarios como vicepresidentes del Ejecutivo comunitario. España también lo intentará.

Consejo de la Unión

: Las decisiones en los consejos de ministros de la UE eran hasta ahora válidas cuando eran apoyadas por un grupo de Estados que reunieran al menos 62 de los 87 votos totales. El reparto de votos es ponderado. Tiene en cuenta la población, pero no de forma directamente proporcional. El número total de votos aumenta ahora a 124: los Quince mantienen los mismos y se adjudican otros a los Diez, como se pactó en 2000. Pero el sistema también es provisional. A partir del 1 de noviembre entra en vigor el sistema de reparto de Niza que tan beneficioso resulta para España porque, sobre un total de 321 votos, seguirá teniendo sólo dos menos que Alemania (27 y 29, respectivamente), pese a tener la mitad de habitantes. Pero ese día también entrará en vigor una cláusula de Niza muy singular: si un Estado lo pide, deberá comprobarse si una decisión adoptada está apoyada por países que representen al menos al 62% de la población, y, en caso contrario, será invalidada. Fue la ventaja que en Niza se dio a Alemania a cambio de renunciar a tener más votos que Francia.

Parlamento Europeo: La provisionalidad, en este caso, sólo durará unos días porque las próximas elecciones europeas son el 13 de junio. El número total de escaños pasa de 626 a 732, pero todos los países, salvo Alemania, que conserva sus 99 escaños, pierden asientos a favor de los nuevos socios. Los 50 que en 2007 corresponderán a Rumania y Bulgaria se los reparten ahora entre todos y los mantendrán durante toda la legislatura. Por eso, España elegirá 54 eurodiputados, aunque Niza le fijó 50, lo que supuso una pérdida de 14 escaños con respecto a la situación actual. El Gobierno socialista se ha propuesto recuperar algunos en las negociaciones de la Constitución.

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