Tribuna:

La (relativa) importancia de estar arriba

Una celebración más. Esta vez la que nos recuerda que se cumple la friolera de 25 años desde la constitución de los gobiernos locales democráticos. Un auténtico récord si lo comparamos con cualquier etapa histórica anterior, y una buena ocasión para comentar la situación de los gobiernos locales en esta España que (re)empieza, de nuevo, a amanecer. Soy de los muchos que compartimos que los municipios desempeñan hoy en día un papel muy relevante en el bienestar concreto y real de las gentes. Pero esto no ha sido siempre así, e incluso ahora hay quien tiene serias dudas al respecto. Como bien sa...

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Una celebración más. Esta vez la que nos recuerda que se cumple la friolera de 25 años desde la constitución de los gobiernos locales democráticos. Un auténtico récord si lo comparamos con cualquier etapa histórica anterior, y una buena ocasión para comentar la situación de los gobiernos locales en esta España que (re)empieza, de nuevo, a amanecer. Soy de los muchos que compartimos que los municipios desempeñan hoy en día un papel muy relevante en el bienestar concreto y real de las gentes. Pero esto no ha sido siempre así, e incluso ahora hay quien tiene serias dudas al respecto. Como bien sabemos, las políticas de bienestar tradicionales se diseñaban lejos del lugar en el que tenían que aplicarse, y ello no provocaba sonrojo alguno. Incluso, añadiría, se tenía a gala el planificar la vida de la gente, decidir sobre qué les convenía o no, y diseñar los servicios que se les debe prestar, cuanto más lejos de las influencias de los ciudadanos, mejor. De esa manera, se decía, uno evitaba el quedar contaminado por los intereses concretos, específicos y localistas de los de abajo. Y qué mejor para defender los intereses generales que hacerlo desde la máxima independencia posible que proporcionaba, según ese supuesto, la lejanía, el aire puro de la sierra madrileña.

Las cosas han ido cambiando. Más bien deprisa. Aparentemente, la Ilustración está hoy menos de moda que hace unos años. Se constata una creciente heterogeneidad social, una gran diversificación de necesidades, una mucha mayor personalización en el tipo de servicios que se demandan y en las respuestas que se buscan, y, ante ello, las fórmulas muy generales, que parten de supuestos homogéneos y que se programan rígidamente desde arriba, funcionan más bien mal. Esperemos que no sea ese el destino del flamante Ministerio de la Vivienda, que combina mal con la descentralización del país. Aunque también es cierto que, en algunos casos, la creatividad local consigue hacer casar la pureza y lejanía de los aires de la sierra madrileña o de las nieblas bruselenses con lo que realmente ocurre aquí y allá. También somos un poco más descreídos en relación con quien representa a los intereses generales, asunto por el que compiten todos los niveles de gobierno y muchas organizaciones civiles dispuestas a reivindicar para sí ese papel.

Por poco que uno se haya acercado a la realidad de los municipios catalanes, habrá advertido dos cosas: la enorme presión que les llega directamente desde los vecinos, sin intermediaciones que les defiendan, y la estrechez y penuria de recursos con que trabaja la mayoría de ellos para responder a esa presión y a la complejidad y perentoriedad de ciertas necesidades acuciantes. En la declaración institucional que han presentado conjuntamente la Federación de Municipios de Cataluña y la Asociación Catalana de Municipios con motivo de los 25 años de ayuntamientos democráticos, se pide simplemente que se reconozca esa realidad: lo mucho que hacen, lo poco que tienen, y recuerdan que ahora que se habla de reformar textos básicos, sería un buen momento para remediar esa evidente contradicción. Hace tiempo que se viene afirmando en las cuestiones de cooperación internacional, que un crédito concedido a una mujer en un país en desarrollo cunde el doble que ese mismo crédito otorgado a un hombre. Apostaría que algo de eso ocurre si comparamos la rentabilidad de la inversión y los programas de actuación de los municipios en relación con los otros niveles de Administración. Los ayuntamientos son cada vez más femeninos, ya que son capaces de ocuparse de más cosas al mismo tiempo, y lo hacen además con más eficiencia y con mayor complicidad social.

Pero a pesar de todo, pasan los años, y lo que mola sigue siendo estar arriba. Estas semanas hemos asistido a un cierto desplazamiento de saberes, personas y capital de experiencia de gobierno hacia niveles superiores de responsabilidad. En algunos sitios, como el Ayuntamiento o la Diputación de Barcelona, se puede llegar a detectar cierta sensación de zozobra viendo salir a tanta gente dispuesta a asumir responsabilidades más altas. Es muy comprensible. Pero no deja de sorprenderme que sigamos con el síndrome del Estado o del Gobierno del país como eslabones más importantes, más decisivos, cuando de hecho las funciones son distintas y el grado de protagonismo y de implicación real en la vida de los ciudadanos, y por tanto de satisfacciones y de responsabilidades reales, varía mucho de un sitio a otro. Quizá estoy equivocado, y ese trasiego de talentos no responde a buscar espacios más protegidos y con mejores vistas, sino que se trata simplemente de repartir de modo más adecuado los mejores recursos humanos. Si es así, al menos no dejemos pasar el tren y aprovechemos tanto talento municipalista metido en todos los niveles de responsabilidad. Como decía el lunes el presidente Maragall, "sabem el pa que s'hi dóna" en los ayuntamientos. Por tanto, después de años de resistencia municipalista, puede ser este un momento idóneo para iniciar un camino de fortalecimiento real y significativo del eslabón municipal.

Pero deberíamos empezar a recibir señales con una cierta prontitud. Sabemos que los procesos de cambio son largos. Se necesita una combinación de coraje y de paciencia. De compromiso político y perseverancia. Huyamos de los grandes cambios legislativos como pócimas mágicas que lo resuelven todo. Introduzcamos incentivos para que los ayuntamientos empiecen a experimentar con nuevos recursos. Démosles confianza, pero sigamos de cerca los efectos que provoca su mayor protagonismo, para corregir así desequilibrios y problemas, ya que es evidente que no toda descentralización origina siempre y en cualquier circunstancia beneficios para todos. Y sobre todo avancemos en formas de gobierno que propicien la activación de la ciudadanía, la toma de conciencia de lo que existe más allá de su estricto ámbito territorial y la superación de esa dependencia consumista que aparentemente refuerza a los gobernantes, pero que acaba siendo su tumba. Circula estos días por la Red un buen artículo de Frank Benest, un gerente municipal de Palo Alto (California), en el que acaba afirmado: "Los municipios no pueden resolver problemas complejos si la gente es sólo consumidora pasiva... los gobiernos locales tendrán un futuro vital si son capaces de replantearse su papel implicando a las personas como ciudadanos y ciudadanas responsables". Por cierto, ¿no vale eso también para los que están más arriba?

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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