Columna

'La petite bouffe'

El pasado 7 de abril Francisco Camps, presidente de la Generalitat, convocó de nuevo a la flor y nata de los empresarios locales. Esta vez, al contrario de la jubilosa grande bouffe con que los agasajó el último día de 2003, los ánimos eran distintos. El menú también.

-¿Qué pasa, Paco -dijo Rafael del Moral, presidente de la Autoridad Portuaria, al ver la aceituna huérfana que le habían puesto delante-, hoy no comemos langosta?

Camps tenía un aspecto fúnebre.

-¡Langosta dices! -masculló- Zaplana nos ha arruinado y no tenemos presupuesto ni para pipas.

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El pasado 7 de abril Francisco Camps, presidente de la Generalitat, convocó de nuevo a la flor y nata de los empresarios locales. Esta vez, al contrario de la jubilosa grande bouffe con que los agasajó el último día de 2003, los ánimos eran distintos. El menú también.

-¿Qué pasa, Paco -dijo Rafael del Moral, presidente de la Autoridad Portuaria, al ver la aceituna huérfana que le habían puesto delante-, hoy no comemos langosta?

Camps tenía un aspecto fúnebre.

-¡Langosta dices! -masculló- Zaplana nos ha arruinado y no tenemos presupuesto ni para pipas.

-Collons! -exclamó Rafael Ferrando, presidente de la Confederación de Organizaciones Empresariales-. Si lo llego a saber, me traigo un bocata -y añadió-: Pero ¿podremos al menos contar con las inversiones que prometías?

Camps tenía los ojos desencajados.

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-Olvídate de eso, Rafa -sollozó-, porque como ya no mandamos en la Moncloa, los sociatas nos tienen cogidos por donde tú sabes. ¡Hasta el AVE peligra! ¡No sólo nos han arrebatado el control del negocio, sino que incluso los creo capaces de aumentar los servicios sociales, Virgen Santísima!

-¿Y lo del trasvase del Ebro? -terció muy inquieto Arturo Virosque, presidente de la Cámara de Comercio, mientras mordisqueaba su cacahuete-. ¿Es verdad que también podemos perder ese chollo? Porque me da un infarto...

-¿Que no te diga? Te diré más: como contaba con el agua del Ebro, Zaplana les regaló a los manchegos la poquita que traía el Júcar, para cerrarles la boca, pero ahora Zapatero dice que, de Ebro, nada. ¡Los regantes valencianos me van a matar, vaya embolado que me ha caído encima! -Empezó a hacer pucheros, que al poco se le mudaron en una sonrisa pícara-: Pero peor se le presenta a Zaplana, pues encima de que ya no sale en la televisión ni mangonea contratos ocultos ni va a presidir el PP valenciano, tiene que pagar la hipoteca de su piso megamillonario en la Castellana... y el sueldo íntegro de diputado no le llega ni a la mitad de las mensualidades -hizo un gesto obsceno-. ¡Castigo de Dios!

-¡Bah!, ya encontrará la pasta -replicó Virosque-. ¡Menudo es!

Alberto Catalá, responsable de Feria Valencia, dio un trago de agua y bostezó. Tenía mucha hambre. Luego, dijo: Pero, Paco, ¿tan fotuda es la situación económica?

-Fotuda es poco. Cómo será que le he empezado una novena a monseñor Escrivá para que haga un milagro desde el cielo, a ver si encontramos petróleo en L'Albufera o nos toca la lotería. Estoy que vivo sin vivir en mí y muero porque no muero. ¡Todo son deudas!

Más que banquete institucional, la petite bouffe en el Palau de la Generalitat parecía homenaje al licenciado Cabra quevedesco, pues los convidados presidenciales sólo tocaron por cabeza a dos galletitas saladas, una aceituna y un cacahuete. De bebida, por error, les sirvieron Agua de Carabaña.

-Bueno, Paco, nosotros nos vamos a La Marcelina a comer algo, porque... -dijo Catalá levantándose de su silla.

No acabó la frase: el Agua de Carabaña había empezado a hacer efecto. Los cuatro empresarios salieron pitando, sin despedirse de su anfitrión. Por la mejilla derecha del honorable presidente Francisco Camps empezó a rodar una amarga lagrimita.

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