La bienal del 'pa amb tomàquet'

Los estereotipos que producen bienales como la de Venecia tienen hoy un alcance global, se pueden analizar y teorizar sin necesidad de pisar el territorio lagunoso o de ojear plomizos catálogos sin el más mínimo interés documental. Pero curiosamente, cuanto más se protesta y se vocea la desconfianza en el modelo de bienal como sistema para promocionar a los nuevos piterpanes, siempre en el mismo escenario Disneylandia, más se fortalece a la bicha y mayores son las alabanzas y el dinero que caen sobre ellas. Hasta tal punto que el sentido de su propio valor como acontecimientos que baja...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los estereotipos que producen bienales como la de Venecia tienen hoy un alcance global, se pueden analizar y teorizar sin necesidad de pisar el territorio lagunoso o de ojear plomizos catálogos sin el más mínimo interés documental. Pero curiosamente, cuanto más se protesta y se vocea la desconfianza en el modelo de bienal como sistema para promocionar a los nuevos piterpanes, siempre en el mismo escenario Disneylandia, más se fortalece a la bicha y mayores son las alabanzas y el dinero que caen sobre ellas. Hasta tal punto que el sentido de su propio valor como acontecimientos que bajan del limbo el quehacer solipsista del autor para llevarlo a los infatigables tribunales populares del consumo de masas está íntimamente ligado a su confianza en el triunfo material.

Lleida defiende una bienal que aspira a retener la lealtad de los que simplemente creen que el arte educa

Dado que resulta bastante evidente el hecho de que ni el arte ni el artista están en vías de extinción resulta cuanto menos subversivo averiguar lo que ocurre en la bienal de una pequeña ciudad que ni tan siquiera cuenta todavía con un museo de arte contemporáneo que le exima de luchar por la autenticidad de su propuesta. Desde 1997, Lleida defiende una bienal que aspira a retener la lealtad de los que simplemente creen que el arte educa, hace mejor a las personas y ofrece importantes y seguras ganancias de capital humano. El escultor surrealista Leandre Cristòfol regaló su nombre a este acontecimiento silencioso, que estas semanas ha llegado a su cuarta edición con el mismo sentido de guía fiable de los hechos artísticos que suceden a lo largo de todo el Estado español.

Glòria Picazo ha plantado cara a la profusión estéril del pelotazo museográfico (frente a la descapitalización de los grandes epicentros como Berlín o Nueva York, España se ha convertido en el Hollywood de los curadores estrella internacionales) y a la sensación de búsqueda de lo trivial que infecta la cultura de nuestras artes plásticas. La crítica de arte barcelonesa, que ha dirigido la Biennal d'Art de Lleida desde sus inicios, presenta en esta cuarta edición un conjunto de obras de 17 autores cargadas de advertencias y llenas de intensidad. Lara Almarcegui, Jordi Bernadó, Cabello & Carceller, Jordi Colomer, Patricia Dauder, Martí Guixé, Mabel Palacín, La Ribot, Abi Lazkoz y Francisco Ruiz de Infante son los nombres que a su juicio mejor han sabido transmitir la ansiedad del artista en unos momentos de curiosa conjunción de frenesí tecnológico y astringente plenitud de lo artesanal.

La bienal de Lleida tiene el valor añadido de ir configurando una colección de arte contemporáneo a partir de la selección de algunas de las obras que durante estos últimos años han sido el eje que ha vertebrado este acontecimiento. Picazo ha querido revisar esta breve trayectoria al invitar de nuevo a dos artistas que ya estuvieron presentes en la primera edición, Jordi Colomer y Mabel Palacín; pero también ha arriesgado en la selección de propuestas emergentes o ligadas a otros formatos, como la danza y el diseño, "una opción", explica, "que claramente pondrá de manifiesto la situación híbrida y de mestizaje entre disciplinas. También destacaría el retorno creciente de la práctica del dibujo como una disciplina tradicional que puede continuar teniendo una absoluta vigencia, ahora que las narraciones y los discursos se actualizan y los formatos y la ocupación de espacios se adecuan a nuevas problemáticas espaciales". La comisaria y directora del centro de arte La Panera, recinto donde la bienal transcurrirá hasta mediados de abril, ha incluido un apartado de vídeo con la presentación de seis trabajos en monocanal, seleccionados por Neus Miró, y un espacio dedicado a las publicaciones y revistas de creación: ESETÉ, La más bella, Cru y Take Away.

La Panera es un antiguo horno morisco del siglo XI rehabilitado, en donde todavía hay quien cree que la factura de un buen pa amb tomàquet se puede enseñar a ritmo de karaoke. Esto es lo que Martí Guixé (Barcelona, 1964) ha intentado al subvertir la tradición a partir de la tergiversación de métodos y convenciones culinarias. En Spamt karaoke insta al espectador a través de una videoproyección a seguir unos determinados movimientos con las manos para prepararse un spamt (pan con tomate); para hacerlo, el "comensal" tendrá que usar las spamt

tools, un instrumento que permite comprar los tomates con el diámetro adecuado, un cuchillo de corte circular y otro para cortar el pan y una cucharilla para vaciar el tomate. En definitiva, para poder invertir los términos y prepararse un "tomate con pan". En la pieza Pharma-food, Guixé propone un sistema para alimentarse a través de la respiración. La idea consiste en transformar las partículas de polución, que inevitablemente tragamos, en una nueva forma de alimentación, partículas con vitaminas, aminoácidos y minerales, algo parecido a un "muesli volátil" que se activaría mediante un elemento denominado "activador de saliva". La Ribot (Madrid, 1962) abunda en las excelencias del aperitivo catalán con Another pa amb

tomàquet, una grabación en cuatro secuencias con música de Carles Santos donde la bailarina se frota el cuerpo con ajo, tomate y aceite para convertir su propia piel en espacio de emisión y recepción de mensajes. En Travelling, cuatro monitores sincronizados muestran cuatro solos de danza frenéticos con el espacio circundante.

Abi Lazkoz (Bilbao, 1972) pro-

pone una serie de murales -Soledad

1 y 2- de gran formato a la manera de retablos con dibujos muy simplificados de escenas teatralizadas y cercanas a lo siniestro que invitan al espectador a reconstruir un relato a partir de los "silencios visuales" en los que el sentido de la narración queda aparentemente suspendido. Patricia Dauder (Barcelona, 1973) presenta unos dibujos de una imprecisión que parecen transmitir algo demasiado doloroso de contemplar, junto a unas fotografías y esculturas que plantean una reflexión sobre el individuo y la identidad, con cabezas como recipientes, continentes o carcasas, o el cuerpo como dispersión de materia y a la vez motor de formas violentas, tan baconianas. Cabello & Carceller (París, 1963-Madrid, 1964) retoman la idea de la repetición del gesto, del desplazamiento y la búsqueda constante de la identidad en el vídeo Utopía, ida y vuelta; Francisco Ruiz de Infante (Vitoria-Gasteiz, 1966) aporta una video-instalación (Texto para barrer uno mismo) con su rostro ocupando totalmente la pantalla; delante de él, una estructura de madera sustenta el proyector de vídeo, rodeado de altavoces sin conectar encerrados en un recinto de vallas metálicas de la construcción, mientras que en el exterior el visitante puede seguir con unos auriculares el texto que el artista va repitiendo, una especie de manual de autoayuda con frases como "(he de) domar rápidamente los pensamientos cancerígenos, por ejemplo, 'Hay algo que no funciona".

Mabel Palacín (Barcelona, 1964) descubre en el vídeo Sur l'autoroute el mundo de los sueños infantiles e invita a entrar en ellos en una situación de movimiento y tránsito constante frente a una pantalla que recoge una serie de imágenes-escena como sombras chinas en las que un hombre y dos niños viajan desde un circuito de carreras hasta el interior doméstico que abre a la imaginación los ensueños y las trampas cinematográficas. Finalmente, Jordi Colomer (Barcelona, 1962) da un giro de tuerca a su faceta escultórica en la serie A, B, C, etc y Suburbios con

lluvia, en vídeo y fotografías de gran formato, que representan la metrópolis reducida a un decorado de enormes ciudades de madera, clavos y restos de esculturas que graba en travelling como si se tratara de imágenes vistas a través de la ventana de un tren. "He tardado dos horas", afirma Colomer, "en montar la ciudad y tan sólo ocho segundos en grabar las imágenes. Cada día montaba varias ciudades hasta que se hacía de día y por agotamiento obtenía un estado de semiinconsciencia. Me dije que lo más interesante de toda aquella experiencia era la secuencia de performance que yo vivía, montando ciudades que no duraban nada". Una buena imagen para escapar de la desgana artística que, peligrosamente, empieza a conformarse con un pan de insulsas rebanadas blandas sin corteza.

IV Bienal d'Art Leandro Cristòfol. Lleida. Centre d'Art La Panera. Plaza de la Panera, 2. Lleida. Hasta el 18 de abril.

'Lleida' (1996), de Jordi Bernadó.

Archivado En