Columna

Votar con la cabeza

Mi amiga Marta -clase media urbana, ilustrada, progresista- se explayó el otro día en una reunión de colegas: "Lo que más me jode de votar al PSOE es que se crean que lo están haciendo muy bien, y no el miedo que me da el PP". Dudaba mi amiga Marta entre abstenerse en Andalucía o votar a IU, creyendo que a Chaves le convendría un contrapeso de izquierda, o simplemente se consideraba incapaz de votar otra vez a los socialistas. A escala nacional lo tenía más claro. Votaría a Zapatero. Entre los presentes había vacilaciones varias, incluso posiciones más radicales, de abstencionistas puros, y al...

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Mi amiga Marta -clase media urbana, ilustrada, progresista- se explayó el otro día en una reunión de colegas: "Lo que más me jode de votar al PSOE es que se crean que lo están haciendo muy bien, y no el miedo que me da el PP". Dudaba mi amiga Marta entre abstenerse en Andalucía o votar a IU, creyendo que a Chaves le convendría un contrapeso de izquierda, o simplemente se consideraba incapaz de votar otra vez a los socialistas. A escala nacional lo tenía más claro. Votaría a Zapatero. Entre los presentes había vacilaciones varias, incluso posiciones más radicales, de abstencionistas puros, y algún que otro anarco-esteta, de esos que temen mancharse las manos con una papeleta cualquiera. Lo único que parecía unirles a todos, en expresión de otro de los contertulios, era: "Al PP, ni muerto".

Me atrevo a creer que estas actitudes representan a un número considerable de votantes de ese espectro social que puede tener la llave del día 14. Y hay que comprenderlos. Tras 22 años de PSOE en Andalucía -con remiendos del PA y con la inolvidable pinza PP-IU-, raro será el andaluz a quien los sucesivos gobiernos no le hayan pisado un callo, o alguna parte más delicada. Casi sería inhumano que tal cosa no hubiera ocurrido. Pero en estas elecciones la cuestión estriba en si todo eso justifica una posición ante las urnas que, con la aritmética en la mano, pueda perjudicar al primer objetivo, que a su vez es un objetivo doble: sacar de La Moncloa a los neofranquistas, a los cachorros de Fraga, a los que nos han metido en una guerra canalla, a los ultracatólicos del Opus, de los legionarios de Cristo o de los neocatecumenales -parece de risa, pero eso es lo que se cuece entre ellos-, y volver a tener gobiernos armónicos entre Madrid y Sevilla, aunque sólo sea para que dejen de llamarnos vagos. Creo que es el momento de dejar a un lado las pasiones y emplear lo más granado de la condición humana: el cerebro.

Hay que tener muy presente que la ley D´Hont castiga sin piedad las divisiones. Y en este momento, la derecha aparece como un bloque monolítico, y la izquierda, como de costumbre, fragilizada por dos opciones distintas: PSOE e IU; muy respetables ambas, pero aportando en las urnas contabilidades de resta. Lo de la suma sólo está en la fantasía posterior. La primera parte del silogismo es un mérito que no hay que regatearle a Aznar, aunque haya sido a expensas de liquidar a la derecha civilizada. Ahí tienen a Pimentel, mendigando votos por las esquinas del sistema. Lo segundo es consecuencia inevitable de aquello que decía Sartre: "El espíritu está a la izquierda". Desde luego que sí, y ojalá dure, pero hay que saber lo que eso significa, en términos electorales, y en estas circunstancias. Y lo que puede significar es algo muy parecido a lo que ya ocurrió en Francia, o peor todavía, en Italia, con la irresistible ascensión de Berlusconi.

En cuanto a los abstencionistas, lo de siempre: no os preocupéis, la derecha votará por vosotros, porque ellos siempre votan. O lo que decía la pancarta de una joven actriz francesa, el verano pasado, recordando a Bertold Brecht: "Si no participas en la lucha, participarás en la derrota". Yo añado algo un poco más castizo: luego no te quejes.

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