Columna

Los otros

Durante varios años, España e Italia han sido los dos países con menor porcentaje de natalidad del mundo: 1,1 niños por pareja. Según los último informes, sin embargo, nos hemos alejado bastante de esa cifra: ahora la natalidad española está en el 1,7. Y el 70% de esos niños son hijos de emigrantes. Éste es sólo un ejemplo de lo mucho que la emigración está influyendo en la sociedad española. Somos otros; somos con los otros un país distinto que se renueva y cambia cada día. También, según recientísimos datos, en España hay ya 1.600.000 emigrantes legales, que viene a ser como el 4% de ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Durante varios años, España e Italia han sido los dos países con menor porcentaje de natalidad del mundo: 1,1 niños por pareja. Según los último informes, sin embargo, nos hemos alejado bastante de esa cifra: ahora la natalidad española está en el 1,7. Y el 70% de esos niños son hijos de emigrantes. Éste es sólo un ejemplo de lo mucho que la emigración está influyendo en la sociedad española. Somos otros; somos con los otros un país distinto que se renueva y cambia cada día. También, según recientísimos datos, en España hay ya 1.600.000 emigrantes legales, que viene a ser como el 4% de la población. Y todo este ingente movimiento humano y social ha sido vertiginoso, cuestión de poco tiempo. Voy por las calles y veo a mi alrededor tantos colores y tantos acentos que me siento puerilmente orgullosa. Nacida y criada en un Madrid pobre, cerrado, provinciano y homogéneo, tan distinto del cosmopolitismo y la multiculturalidad de Londres o Nueva York, esta diversidad humana me parece la prueba definitiva de nuestra adultez y nuestro triunfo como país.

Porque la emigración es una verdadera mina de oro para la sociedad que la recibe. Digamos una obviedad: en su inmensa mayoría, los emigrantes son lo mejor de sus países de origen. Las personas más emprendedoras, más despiertas, más valientes, más activas, más responsables. Las más trabajadoras, porque llegan dispuestas a dejarse el alma en el empeño, como nos la dejábamos nosotros en Suiza, cuando éramos los marroquíes de los años cincuenta. La emigración aporta al país receptor una formidable inyección de energía y laboriosidad. Los otros nos mejoran.

Pero todo esto no es fácil de ver porque está enturbiado por los miedos primitivos a los que son distintos, por la ignorancia en todas sus facetas (racismo, clasismo y xenofobia), por los inevitables roces culturales. Y por la pulsión retrógrada que siempre aparece cuando algo importante cambia rápido. Me cuentan que hay discotecas en Madrid que acaban la sesión de tarde para menores (entre 14 y 18 años) con el Cara al Sol, que los niños cantan brazo en alto. Todos ellos blanquitos y encantados de ser homogéneos. O trabajamos por la integración o emergerá la bicha.

Archivado En