Crónica:LA CRÓNICA

El milagro de Gibellina

Gibellina es una ciudad siciliana con una historia sorprendente. Situada en el corazón de la isla, entre dos grandes monumentos del pasado: Segesta y Selinunte, sufrió un brutal terremoto el 14 de enero de 1968 que destruyó totalmente el pueblo y quitó la vida a 150 personas. Gibellina tenía más de 5.000 habitantes, era un pueblo próspero que se dedicaba al cultivo de la vid y los olivos. Su tierra áspera le proporciona un vino fuerte que sabe a gloria. ¿Cómo empezar de nuevo? Al entonces alcalde, el comunista Ludovico Corrao, se le ocurrió pedir socorro a los artistas contemporáneos. Así leva...

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Gibellina es una ciudad siciliana con una historia sorprendente. Situada en el corazón de la isla, entre dos grandes monumentos del pasado: Segesta y Selinunte, sufrió un brutal terremoto el 14 de enero de 1968 que destruyó totalmente el pueblo y quitó la vida a 150 personas. Gibellina tenía más de 5.000 habitantes, era un pueblo próspero que se dedicaba al cultivo de la vid y los olivos. Su tierra áspera le proporciona un vino fuerte que sabe a gloria. ¿Cómo empezar de nuevo? Al entonces alcalde, el comunista Ludovico Corrao, se le ocurrió pedir socorro a los artistas contemporáneos. Así levantaron una ciudad metafísica de grandes espacios a 15 kilómetros de los escombros, que se convirtieron, también, en obra de arte de la mano de Alberto Burri. El proyecto se nombró Dream in progress.

La ciudad de Gibellina cuenta con el museo de arte contemporáneo más grande de Italia y el único de la isla de Sicilia

Decenas de artistas se volcaron en la experiencia y realizaron espacios urbanos, 100 esculturas al aire libre que se reparten entre instalaciones, frescos, jardines, murales y 1.200 obras de arte que conforman el Museo Civico d'Arte Contemporaneo de Gibellina, considerado el museo de arte contemporáneo más grande de Italia desde Florencia hasta Sicilia y el único de esta isla. Los mejores arquitectos italianos del momento se acercaron al pueblo para realizar obras de gran envergadura, algo que nadie había visto nunca en Gibellina: una iglesia con una enorme esfera pintada de blanco, la puerta que da entrada al jardín botánico, la puerta del nuevo cementerio, el Palazzo di Lorenzo, donde se aprovecharon las piedras de un antiguo palacio de la vieja ciudad, la Fundación Orestiade, la plaza del Ayuntamiento, la montaña de sal, que son los restos de una escenografía de teatro... Aunque quizá lo más espectacular sea el Cretto de Alberto Burri, realizado en 1981 gracias a la mano de obra del ejército, los emigrantes americanos, algunos patrocinios y los productores de cemento. El artista enterró para siempre la vieja ciudad con un sudario de hormigón blanco surcado por un laberinto de calles y plazas altas casi como un hombre, que simbolizan el viejo pueblo y que el visitante puede recorrer. Este mausoleo natural está considerado la obra de arte contemporáneo más larga del mundo (300 por 400 metros). Ahora los matorrales se han abierto camino entre el hormigón, que ya no es tan blanco. Burri no está muy conforme con el teatro que han colocado cerca de la obra, pero esto es otro cantar.

El lunes 2 de febrero, una pequeña parte de las obras del museo de Gibellina viajó hasta Barcelona junto con maquetas y fotografías que explican la increíble transformación del pueblo. La exposición está coordinada por Salvatore Ferlito y Joan Abelló y se podrá ver también en Oporto, Gibellina y Gemona. L'Espai Tirant Lo Blanc (Muntaner, 221), de los Servicios Territoriales de Cultura en Barcelona, acoge hasta el 14 de febrero la exposición Gibellina: un lloc, una ciutat, un museu. La reconstrucció, que presenta una selección de 14 obras de los primeros pintores que ofrecieron su apoyo: Guttuso, Schifano, Quaroni... El recorrido sigue hasta el Convent de Sant Agustí, donde, además de pinturas, se muestran las maquetas y fotografías, así como una exposición individual del pintor Rosario Arizza.

Para tal acto se trasladaron a Barcelona el alcalde, el concejal de Cultura, la directora del museo, un crítico de arte, pintores y un sinfín de personalidades y directores de empresa relacionados con el pueblo. Pero el alcalde, Vito Bonanno, tiene claro que Gibellina no es sólo arte contemporáneo y llegó a Barcelona con los productos típicos de la zona bajo el brazo: vino, aceitunas, salami, queso... En la fiesta de presentación hubo casi de todo: muchos discursos, dos aperitivos, paseo en taxi, paseo a pie y cena para los más allegados. Habló el cónsul general de Italia, el director del Patrimoni Cultural de la Generalitat, el director del Instituto Italiano de Cultura, el crítico, el pintor, el... Y es que a los italianos les encantan los discursos y no desistieron de ello ni en medio de la cena. Mientras, saboreábamos un vino y un salami para subir al cielo: el alcalde sabe lo que se trae entre manos. Me presentaron al responsable del tal salami, me habló de las maravillas culinaria que ofrece Gibellina: de su aceite, sus espléndidos melones que se exportan a todo el mundo, del vino Nativo, algo digno de probar, y terminé con un catálogo de 143 variedades que ofrecen los Salumi Rubino, una botella de Nativo blanco y un salami entero en el bolso.

La cena -nada que ver con comida italiana- no estuvo a la altura del aperitivo, pero la compañía lo suplió. Pere de Manuel, técnico cultural de L'Espai, sabe un pozo de restauración de monumentos y sus explicaciones nos encantaban; Baltasar Porcel nos contó, entre muchas historias, la de un amigo de Parma que tiene un gato al que le ofrecen queso parmesano de todas clases, el gato lo olfatea pero sólo se come el reggiano. No es tonto. Y nos fuimos con las ganas de viajar de nuevo a Sicilia y esta vez perdernos por el laberinto de hormigón de Burri y, cómo no, volver a sentarnos en el teatro de Segesta, del siglo III a.C., excavado en lo alto del monte Barbaro, donde el escenario tiene el decorado natural más impresionante que he visto jamás: las vistas sobre el mar y las colinas onduladas de esta maravillosa tierra que es Sicilia.

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