Columna

Derechos

Nos sorprende y alarma descubrir que el imán de Fuengirola va a ser procesado por apología de los malos tratos, y que ha redactado un libro, al parecer muy docto y prolijo, en el que describe didácticamente de qué modo puede el buen musulmán apalear a su mujer sin que la Justicia se meta por medio con sus molestas restricciones y normas, interponiéndose en estas cosas de casa que constituyen ámbito exclusivo del padre de familia: allí se lee que es mejor golpear las plantas de los pies, las palmas de las manos y las nalgas, que no dejan huella de los varazos, y que muchas veces importa más el ...

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Nos sorprende y alarma descubrir que el imán de Fuengirola va a ser procesado por apología de los malos tratos, y que ha redactado un libro, al parecer muy docto y prolijo, en el que describe didácticamente de qué modo puede el buen musulmán apalear a su mujer sin que la Justicia se meta por medio con sus molestas restricciones y normas, interponiéndose en estas cosas de casa que constituyen ámbito exclusivo del padre de familia: allí se lee que es mejor golpear las plantas de los pies, las palmas de las manos y las nalgas, que no dejan huella de los varazos, y que muchas veces importa más el mero gesto de la amenaza que la lesión misma, porque lo verdaderamente capital reside en que la esposa entienda quién maneja el látigo y se someta con la debida docilidad al varón al que Dios la ha unido en matrimonio. Todo lo cual viene a acrecentar la mala fama que padece el Islam en este occidente nuestro del igualitarismo y las libertades, y, unido al uso del velo, a Bin Laden, a las pateras y a la guardia mora de Franco, nos aleja más y más de ese orbe extraño y bárbaro donde las mujeres comparten escalafón con las mascotas y en que la admisión en el paraíso exige el requisito previo de exhibir un listado de infieles inmolados en nombre de la religión verdadera.

En los círculos más o menos intelectuales y más o menos alternativos se ha puesto de moda afirmar que integrismo e islamismo no son palabras sinónimas, lo cual sin duda es cierto, y que existen, deben de existir, musulmanes atemperados, cuyas vidas no estén descoyuntadas del modo dramático que conocemos por los preceptos religiosos, lo cual se aleja probablemente de la verdad. La relación que un musulmán devoto guarda con su libro sagrado se parece al vínculo que un europeo de hoy mantiene con la Biblia tanto como un adolescente se asemeja a una momia. Los occidentales nos hemos lanzado a la conquista moral de la Tierra con el convencimiento ingenuo de que los Derechos Humanos son universales por definición, de que cualquier criatura con uso de razón reconocerá su validez y obligatoriedad, y que los acatará sin importar el dios al que adore, la raza de sus ancestros o la lengua en que declare su amor. Consideramos que la democracia, el parlamentarismo y la libertad individual constituyen patentes del alma que resultan exportables al mismo nivel de la penicilina o el automóvil, y que nuestros vecinos de otros continentes adoptarán sus ventajas en cuanto consideren atentamente en qué consisten. Craso, fatal error. A pesar de lucir esa petulante etiqueta de universales, los Derechos del Hombre y del Ciudadano son un producto cultural, europeo, ilustrado, enmarcado en unas muy concretas coordenadas del espacio y el tiempo que no pueden extrapolarse a todas partes y todos los días. Obligar a un musulmán a que respete a la mujer consiste seguramente en lo mismo que convencer a un beduino de que pasee por el desierto en pantalones cortos y zapatillas de tenis. ¿Será más feliz, irá más fresquito? Seguramente; pero a veces le asaltará la sospecha de que un mercachifle le ha engañado y de que si ese atuendo fuese tan útil y cómodo ya lo habrían usado sus abuelos, que también eran muy sabios. Y ellos llevaban sandalias.

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