Columna

Elecciones

No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero yo tengo la sensación de que vivo en un continuo estado de elecciones. Se diría que la política española se está convirtiendo casi exclusivamente en sucesivas y encadenadas carreras hacia las urnas, y que dichas carreras se realizan y se promocionan con tal desparrame y frenesí que sobrepasan con mucho sus estrictos límites temporales. O sea: además de ese momento de ínfima calidad intelectual y política que es la campaña en sí y que dura tres semanas, tenemos el tormento de la precampaña, que empieza incontables meses antes (ahora mismo ya estamos ...

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No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero yo tengo la sensación de que vivo en un continuo estado de elecciones. Se diría que la política española se está convirtiendo casi exclusivamente en sucesivas y encadenadas carreras hacia las urnas, y que dichas carreras se realizan y se promocionan con tal desparrame y frenesí que sobrepasan con mucho sus estrictos límites temporales. O sea: además de ese momento de ínfima calidad intelectual y política que es la campaña en sí y que dura tres semanas, tenemos el tormento de la precampaña, que empieza incontables meses antes (ahora mismo ya estamos metidos en ella hasta las cejas), y después sufrimos el estrambote de la poscampaña electoral, que incluye mentirosos análisis de conciencias, iracundas rabietas contra el enemigo y, por último, el inicio de la pre-precampaña próxima. Y así todo el rato, dale que te pego.

No todos los países han convertido la cosa electoral en circo permanente. En la Europa tranquila de burguesía vieja, como Holanda o Bélgica, el ejercicio electoral es un derecho y un deber más del edificio democrático, una rutina social semejante al pago de los impuestos. Las campañas son pequeñas, baratas, poco ruidosas y duran lo que tienen que durar: lo menos posible, para bien de las neuronas de la ciudadanía. En cambio nosotros derrochamos el dinero público y la energía de nuestros políticos. Porque en vez de dedicarse a pensar y gestionar buenas soluciones para los problemas cotidianos, y en vez de descansar los fines de semana para poder trabajar con eficacia los demás días, nuestros políticos dedican la semana a reuniones y conspiraciones de precampaña, campaña, poscampaña o pre-precampaña, y los sábados y domingos se engolfan en derrengantes e innecesarios viajes electoralistas, soltando tontas y repetitivas consignas ante audiencias de militantes que ya están previamente convencidos. Y, para terminar de redondear la tontería, un perverso contubernio entre periodistas y políticos hace que los medios de comunicación dediquen la mitad de su espacio, día tras día, a trompetear y publicitar toda esta desmesura electoral que no interesa a nadie. Qué habremos hecho los votantes para merecer todo esto.

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