Columna

Cuento del futuro 3004

Tras el receso de la mañana, los miembros del Consejo Mundial de Sabios fueron regresando al pequeño hemiciclo. Una leve ansiedad iluminaba sus semblantes, como si un nuevo hálito de esperanza quisiera sobreponerse a la pesadumbre que solía dominarles en aquellos días, prolegómenos de la gran decisión. Se reunían allí, fuera de la curiosidad pública, los más reputados especialistas en las más difíciles materias, con una misión estricta: aconsejar a la Confederación Mundial de Países si finalmente la humanidad, hastiada de sí misma, ponía en marcha el Gran Proyecto Estelar, más conocido coloqui...

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Tras el receso de la mañana, los miembros del Consejo Mundial de Sabios fueron regresando al pequeño hemiciclo. Una leve ansiedad iluminaba sus semblantes, como si un nuevo hálito de esperanza quisiera sobreponerse a la pesadumbre que solía dominarles en aquellos días, prolegómenos de la gran decisión. Se reunían allí, fuera de la curiosidad pública, los más reputados especialistas en las más difíciles materias, con una misión estricta: aconsejar a la Confederación Mundial de Países si finalmente la humanidad, hastiada de sí misma, ponía en marcha el Gran Proyecto Estelar, más conocido coloquialmente como Noé II. En pocas palabras, la novación del ser humano a través del salto a las estrellas. O si, por el contrario, y a tenor de los últimos avances en recuperación rápida de espacios degradados, aún sería posible permanecer en la Tierra. Pertenecientes a todas las razas y confederaciones, había allí, además de recuperadores de extensos suelos devastados por la radioactividad, y de mares y ríos contaminados, cazadores de planetas que analizaban las condiciones de los 2.150 extrasolares ya entonces conocidos; perseguidores de mutaciones incontroladas; decodificadores de símbolos de liberación alojados en el inconsciente colectivo a través de las literaturas orales; biofilósofos de la nueva eticidad; psiquiatras para últimas religiones; hermeneutas del genoma humano...

Pese a que las deliberaciones del Consejo de Sabios gozaban de la más alta protección policial, una avezada periodista había logrado localizar el enclave y hacerse con una copia del informe preliminar. El presidente del Consejo, un ciudadano de la Confederación del Pacífico, con la armonía de varios mestizajes en su piel y unos ojos sorprendentemente claros y sagaces, no tuvo más remedio que conceder una entrevista en el pasillo, para evitar una difusión inadecuada. "¿Por qué se reúnen ustedes en estos primeros días del 3004?", fue directa la reportera. "Porque hace exactamente mil años se inició lo que consideramos el Proceso Irreversible. La humanidad se enfrentaba a guerras de civilizaciones, nuevas formas de terrorismo se adueñaban del futuro, el sida y los accidentes de circulación causaban estragos verdaderamente penosos y absurdos, los niños morían por millares en situación de hambre o esclavitud...". "¿Y por qué han elegido este rincón de la antigua Hispania Bética?". "En primer lugar, como homenaje a unas víctimas muy especiales. En estas costas, sólo el año anterior al 2004, murieron ahogadas un centenar de personas, tras huir inútilmente del continente africano en busca de bienestar y libertad. Y en segundo lugar, porque en este pequeño rincón del planeta se iniciaron entonces, contra viento y marea, unos experimentos con células-madre que han ahorrado mucho sufrimiento. Publique esto, pero no lo otro, por favor. La opinión mundial está demasiado sensible estos días". "Una última pregunta: ¿quiere usted decir que en 2004 fue cuando la humanidad empezó a volverse realmente loca?". El presidente ya se había dado la vuelta y entraba en el hemiciclo. No lo había escuchado, o fingía.

(Capítulo separado de El bosque de los sueños, III, en preparación).

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