Columna

Un recuerdo

Cuando uno escribe para niños no sabe con qué tipo de crítica se va a encontrar. Yo escribí unos libros cuyo protagonista es un niño de nueve años que duerme con su abuelo en una terraza cerrada con aluminio. Me gustaba la idea de que el niño, todas las noches, recapitulara y le contara a su abuelo cuáles eran las cosas que le habían hecho feliz o desgraciado. A estas alturas ya nada me extraña de las disparatadas "sugerencias" que pueden hacerte algunas editoriales cuando tocas el asunto infantil, pero confieso que me sorprendió el hecho de que una editorial extranjera me insinuara que era un...

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Cuando uno escribe para niños no sabe con qué tipo de crítica se va a encontrar. Yo escribí unos libros cuyo protagonista es un niño de nueve años que duerme con su abuelo en una terraza cerrada con aluminio. Me gustaba la idea de que el niño, todas las noches, recapitulara y le contara a su abuelo cuáles eran las cosas que le habían hecho feliz o desgraciado. A estas alturas ya nada me extraña de las disparatadas "sugerencias" que pueden hacerte algunas editoriales cuando tocas el asunto infantil, pero confieso que me sorprendió el hecho de que una editorial extranjera me insinuara que era un asunto resbaladizo el hecho de que un anciano durmiera con un niño. Ya sabemos que la idea del niño como un individuo a respetar es muy reciente, pero a veces el celo enfermizo te hace pensar si las personas que quieren trazar alrededor de las criaturas un círculo infranqueable para que nadie se acerque no estarán ellas mismas algo trastornadas. Del asunto Michael Jakson poco hay que comentar ya que, tal y como es la justicia americana, en la que el dinero pesa tanto, nunca sabremos si abusó de esos niños o sólo buscaba compañías infantiles que, aunque no sea algo muy normal, tampoco es delito. Cierto es que la cara que ha conseguido a fuerza de operaciones de estética (dudosa) le ha proporcionado aire de culpable o al menos de perturbado, pero la pregunta del periodista, "¿le parece pecado dormir con niños?", hace pensar también en la salud de un mundo en el que tocar a un niño puede levantar inmediatas sospechas. Sea como sea, también tenemos derecho a recordar, los que vivimos la infancia en un pasado que parece remoto, esas noches de invierno en las que los niños dormíamos con tías, con abuelas, que nos contaban cuentos; digo yo que podremos reivindicar aquella felicidad de dormir con los mayores en las casas de pueblo en donde las camas eran grandes y por narices había que compartirlas. La felicidad y el calor estaban allí, debajo de siete mantas; el frío y el peligro estaban fuera de aquel maravilloso refugio. A veces oíamos el ruido metálico de un orinal, y de pronto, una noche oíamos trasiego de pasos que venía del comedor. Era el cinco de enero.

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