Columna

Un mundo raro

Debo vivir en un mundo raro porque entre mis amigos, parientes y conocidos no sé de ninguno preocupado por la reforma de la Constitución. Añadiré que muchos de estos amigos -que siempre han sido demócratas y progresistas- se implicaron lo suyo en la lucha por las libertades públicas y por lograr que España fuera un país homologable al resto de los grandes estados-nación de Europa. Tal vez mis amigos están en el error, y yo con ellos, claro, o tal vez no. Pero lo cierto es que, alarmado por mi indiferencia ante el clamor reformista que esgrimen tantos políticos, traté de informarme y, en parte,...

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Debo vivir en un mundo raro porque entre mis amigos, parientes y conocidos no sé de ninguno preocupado por la reforma de la Constitución. Añadiré que muchos de estos amigos -que siempre han sido demócratas y progresistas- se implicaron lo suyo en la lucha por las libertades públicas y por lograr que España fuera un país homologable al resto de los grandes estados-nación de Europa. Tal vez mis amigos están en el error, y yo con ellos, claro, o tal vez no. Pero lo cierto es que, alarmado por mi indiferencia ante el clamor reformista que esgrimen tantos políticos, traté de informarme y, en parte, he cambiado de criterio. En concreto, me han parecido muy razonables, y también necesarias, las cuatro reformas que ha propuesto el PSOE. Las suscribo muy sinceramente, ya saliendo de mi mundo raro, aunque no quiero salir del todo. Creo, además, que si el PP no está de acuerdo con esos cuatro puntos -algunos de gran trascendencia, como el nuevo papel del Senado- le haría un flaco favor a la democracia. Una cosa es que las constituciones haya que cambiarlas con suma cautela y con el máximo consenso, algo obvio y muy recomendado por los grandes especialistas del derecho político, y otra cosa es caer en el inmovilismo. Ahora bien, lo que propone el PSOE, con acierto y moderación, nada tiene que ver -nada- con otra presunta reforma que anda por ahí -el Plan Ibarretxe-, y que supone la destrucción de la convivencia en una zona de España. También el inicio de un caótico proceso de balcanización. La reforma socialista, por el contrario, reafirma la cohesión estatal desde el absoluto respeto hacia nuestra realidad plural, nunca bien ponderada. Por lo demás, mucho me alegro de que CiU pierda el poder, que 23 años de gloria son demasiados. Y confío en que la misteriosa utopía a la que se refirió Ernest Benach en su toma de posesión como presidente del parlamento catalán se quede en eso: en utopía. Porque la utopía, cuando quiere pasar a realidad colectiva y sentimental es muy peligrosa. Mejor que cada uno viva la suya, individualmente, en su propio mundo raro.

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