Columna

Desilusión

La política devora palabras. Las dictaduras comunista y nazi hicieron estragos en los idiomas ruso y alemán, pero también en español hay expresiones que evitamos por sistema, por inocente que sea su apariencia, y sólo las usamos de forma irónica: "pertinaz sequía", "impasible ademán"... Este fenómeno también sucede en las democracias. Probablemente, la palabra de nuestro idioma que más se ha desgastado es la palabra "ilusión". Sobre todo, cuando la utiliza un político. Es una palabra que ha perdido su significado y sólo conserva un envoltorio cursi. En la tercera acepción del diccionario de la...

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La política devora palabras. Las dictaduras comunista y nazi hicieron estragos en los idiomas ruso y alemán, pero también en español hay expresiones que evitamos por sistema, por inocente que sea su apariencia, y sólo las usamos de forma irónica: "pertinaz sequía", "impasible ademán"... Este fenómeno también sucede en las democracias. Probablemente, la palabra de nuestro idioma que más se ha desgastado es la palabra "ilusión". Sobre todo, cuando la utiliza un político. Es una palabra que ha perdido su significado y sólo conserva un envoltorio cursi. En la tercera acepción del diccionario de la Real Academia, que es la que viene al caso, significa entusiasmo, pero ¿de verdad alguien siente entusiasmo por la política?

Cuando uno mira una foto en la que aparecen los padres de la Constitución -de la que mañana se celebra el vigésimo quinto aniversario-, se les observa risueños y, con perdón, ilusionados. Su alegría podrá venir de sentirse ya parte de la Historia, pero ninguno de ellos -ni siquiera Fraga- posa con la solemnidad de quien se ve ya en las enciclopedias.

Lo que parece indudable es que el contento es sincero, no tiene nada que ver con esa caricaturesca sonrisa con la que aparecen en las fotos los políticos de nuestros días. No hacían comedia. El ambiente de la transición era ése. Se avanzaba a base de generosidad. Los encuentros informales y las llamadas telefónicas entre unos y otros no eran noticia. Hoy, lo normal es desafiar al contrario a través de los medios de comunicación y esperar respuesta. Así, los periódicos, las radios y las televisiones no sólo están llenos de declaraciones sin sustancia, sino que rebosan improperios. El insulto es la principal arma política. Este ambiente es quizá justo el opuesto al que hizo posible la Constitución, y es uno de sus mayores enemigos. Los únicos que la desafían no son Carod e Ibarretxe.

En un clima como éste no es extraño que, para celebrar la efeméride, el subdelegado del Gobierno en Cádiz tuviese la iniciativa de invitar a jurar bandera a todos los alcaldes y concejales que han pasado durante estos veinticinco años por los ayuntamientos gaditanos. La iniciativa era extravagante. Tan chocante al menos como si hubiera propuesto pedir al arzobispo de Madrid que se llegara con el hisopo a la Carrera de San Jerónimo para bendecir el Congreso de los Diputados. Ni el Ejército ni la Iglesia pueden tener un papel protagonista en un acto cívico. Son ganas de mezclar las cosas.

Está feo hacer juicio de intenciones, pero no sería arriesgado creer que el subdelegado, previendo que la izquierda se negaría a participar en su iniciativa, pretendía mostrar que a los políticos del PP nadie les gana en patriotismo, lo que, por lo visto, ha de dar buenos réditos electorales a los conservadores, pues de otro modo no se explica.

Finalmente, el subdelegado ha mantenido su ocurrencia, pero cambiando fecha y finalidad. La ha retrasado dos semanas y ya nada tiene que ver con la Constitución: sólo trata, dice, de contentar a los concejales del PP que le han pedido jurar bandera. Mejor así, no parecía sensato conmemorar la Constitución tendiendo trampas contra los antipatriotas.

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