Columna

La indiferencia

Dos activos madridistas participaban en una mesa redonda que organizó el colegio mayor Rector Peset de Valencia para presentar un libro coordinado por el profesor Justo Serna: El fútbol o la vida. Uno de ellos nació y vive aquí: Luis Suñén. El otro, Arcadi Espada, nació y vive en Barcelona. Pero aunque su fervor con acento catalán por el club blanco pudiera atribuirse a su costumbre de estar a la contra, no parece que sea una rareza en su ciudad: el madridismo tiene en Barcelona quien le escriba. Se habló del fútbol y de la vida y cuando se habla de eso es difícil que se deje de hablar ...

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Dos activos madridistas participaban en una mesa redonda que organizó el colegio mayor Rector Peset de Valencia para presentar un libro coordinado por el profesor Justo Serna: El fútbol o la vida. Uno de ellos nació y vive aquí: Luis Suñén. El otro, Arcadi Espada, nació y vive en Barcelona. Pero aunque su fervor con acento catalán por el club blanco pudiera atribuirse a su costumbre de estar a la contra, no parece que sea una rareza en su ciudad: el madridismo tiene en Barcelona quien le escriba. Se habló del fútbol y de la vida y cuando se habla de eso es difícil que se deje de hablar de la afición, con lo cual se acaba hablando de los ciudadanos que apoyan a un equipo, de sus estados de ánimo y de sus entornos. Y si bien parece que está comprobado que la buena o mala marcha de un equipo llega a influir de manera muy determinante en la salud de cualquier ciudad, Madrid también es una rareza en eso.

No sólo porque tenga varios equipos para repartirse las euforias y las desolaciones que el fútbol traslada a las oficinas, sino porque lo que deprime y anima a la ciudadanía madrileña está bien repartido por la suerte de los equipos de toda España y muchos se guardan sus depresiones futbolísticas y sus alegrías para el destino que corra el de la tierra de la que vienen y no el de la ciudad en la que viven.

Así que es una suerte para los habitantes de una ciudad con tanto funcionario que el mal humor de un lunes, si el sábado o el domingo le han dado la traca al Madrid, al Atleti o al Rayo, no se añada a los inconvenientes que uno pueda sufrir en una ventanilla de la Administración. Sin embargo, como Madrid es muchas veces una gran desconocida para quienes no han vivido aquí, tiene uno que oír, como se oyó aquella tarde en el colegio mayor valenciano, la rápida acusación de chulería madrileña al aficionado de estos lares. Arcadi Espada aclaró que en la afición madrileña, más que chulería o arrogancia, lo que hay es indiferencia. Y Suñén, por su parte, otorgó al madrileño condición de apátrida, en el sentido de que no vincula el ardor futbolístico a la identidad patriótica. No le pareció bien a un interlocutor valenciano ese modo de desentenderse de las vinculaciones patrioteras, como si esa manera de situarse en el fútbol y frente al fútbol fuera otra forma de superioridad o una manera de faltar a las reglas del juego. Pero eso es así, afortunadamente, en una Comunidad en la que la bandera es un logotipo y el himno un despropósito como tal que nadie se sabe de memoria ni sabría reconocer si lo oyera. De modo que es posible que el ciudadano identifique con más facilidad la bandera del Real Madrid, por ejemplo, como la de Madrid, que al contrario, y hasta el nuevo himno del Atleti, que ha hecho y canta Sabina, pudiera ser tomado como un moderno himno de esta tierra más que su propio himno incantable.

Y para definir al Madrid de nuestros días yo prefiero, por ejemplo, la visión de un arquitecto humanista como Álvaro Siza que la de la mujer de Beckham, pero ya que de Madrid y de fútbol se hablaba se sacó a relucir el poco gusto que siente por esta villa la señora del futbolista. Si se le hubiera ocurrido decir en Bilbao, en Valencia o en Sevilla que no le gusta la ciudad y que prefiere Londres ya la hubieran nombrado persona non grata, pero Madrid por ventura no se siente por esas cosas herida en su orgullo.

En este caso, sin embargo, dio lugar a que en la mesa se establecieran comparaciones entre Madrid y Londres para que saliera perdiendo Madrid, como es lógico, hasta en la valoración de los madridistas. Pero que la señora Beckham le hiciera ascos al cocido madrileño sirvió para festejarle el buen gusto y aludir de paso a las flatulencias que pueden originar los garbanzos del plato castizo. Suñén se permitió dudar de que la mujer del futbolista sepa comer, dada la poca excelencia de las costumbres gastronómicas británicas, y le recordó a la inglesa que las judías con que suelen acompañar sus desayunos originan gases parecidos a los del cocido. Ignoro la opinión de esta inexperta gastronómica sobre la paella, pero si hubiera hablado en Valencia de ese plato, extraordinario pero no ligero, como lo ha hecho en Madrid del cocido, otro gallo le hubiera cantado. En Madrid, por fortuna, se le ha aplicado la indiferencia, que es lo que verdaderamente molesta tanto a los rivales del madridismo, al decir de Arcadi Espada, y lo que merece sin duda la mujer de Beckham.

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