Reportaje:

Prisionero de un cuerpo inerte

Enrique Pociños, al que la caída de un andamio dejó tetrapléjico, soporta a diario las dramáticas consecuencias de su accidente laboral

Cada día es la crónica de una batalla y Enrique Pociños, que hace cuatro años se cayó de un andamio de una obra y quedó tetrapléjico, lo sabe mejor que nadie. Denunció a su empresa por falta de medidas de seguridad y un juez de Mollet (Barcelona) le declaró beneficiario de una indemnización de 380.000 euros; pero, como es bien sabido, una sentencia reciente de la Audiencia de Barcelona le ha retirado el derecho a recibir esta cantidad porque considera que Pociños fue culpable de su accidente.

Levantarse por la mañana, lavarse los dientes con un cepillo de mango ergonómico, peinarse con ...

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Cada día es la crónica de una batalla y Enrique Pociños, que hace cuatro años se cayó de un andamio de una obra y quedó tetrapléjico, lo sabe mejor que nadie. Denunció a su empresa por falta de medidas de seguridad y un juez de Mollet (Barcelona) le declaró beneficiario de una indemnización de 380.000 euros; pero, como es bien sabido, una sentencia reciente de la Audiencia de Barcelona le ha retirado el derecho a recibir esta cantidad porque considera que Pociños fue culpable de su accidente.

Levantarse por la mañana, lavarse los dientes con un cepillo de mango ergonómico, peinarse con una especie de gran rulo empuñado con la mano izquierda, la única extremidad que obedece las órdenes de su cerebro, o lavarse por zonas en un silla fija instalada en el centro de la bañera. Estas son sólo algunas de las tareas diarias de un hombre que de repente perdió el control sobre sus músculos.

Una sentencia de la Audiencia de Barcelona le retiró el derecho a recibir una indemnización
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En el domicilio de la familia Pociños, en un bajo soleado de la localidad de Parets del Vallès (Barcelona), Enrique habla hacia adentro, con la mirada inmóvil. Muy a menudo se agita, presa de un extraño calambre que le deja como indefenso, con un gesto entre la incomodidad y el bostezo. Es el resultado de un esfuerzo inconsciente que Enrique realiza como queriendo escapar de un cuerpo atrapado en su falta de motricidad.

Se levanta cada día entre las nueve y las diez de la mañana y apenas sale a la calle. Para él, la ciudad es como un campo de minas y por eso Josefina, su esposa, harta de sentirse impotente ante las barreras urbanas de todo tipo que impiden el paso a los discapacitados, decidió comprar una furgoneta con elevador automático. Les costó siete millones y medio de las antiguas pesetas y tuvieron que rehipotecar su vivienda. Ahora, las deudas se comen buena parte de los 1.800 euros mensuales de la pensión de invalidez.

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Enrique se acuesta pronto, entre las diez y las once de la noche, pero nunca duerme de un tirón. Cada cuatro horas tiene que cambiar de posición para evitar que el roce continuado de las sábanas le produzca laceraciones en la piel. Y, a cada interrupción del sueño, Josefina se levanta y le ayuda a cambiarse de lado.

De cintura para abajo todo es un cáliz. El alta médica del hospital del Valle de Hebrón lo dice así: "Los esfínteres del paciente no responden". Desde hace cuatro años, Enrique lleva un colector enganchado a una bolsa de plástico pegada a la pierna y tres días por semana, le toca vaciar las tripas. Pero el intestino de un tetrapléjico es un páramo desnudo; sin flora intestinal no hay contracciones ni sensaciones; sólo horarios.

El accidente ocurrió, en julio de 1999, en una obra de Premià de Mar (Barcelona), una mañana en que Enrique, montado en un caballete que se cerró inesperadamente, notó el vacío bajo sus pies. Cayó de espaldas al suelo desde 3,5 metros de altura y se partió el espinazo por varios sitios. No perdió el conocimiento, pero tuvo la extraña sensación de no sentir nada por debajo de sus caderas. Después entró en un quirófano y no se despertó hasta transcurridos 10 días. Estuvo otros 25 días en la UCI con respiración asistida y un agujero en la tráquea, y fue trasladado a una habitación, en la que se mantuvo tres meses inmóvil.

Al final de este Gólgota , llegó el alta hospitalaria y el regreso a casa. Entonces, se dio de bruces contra la realidad: no podía subir las escaleras de su casa del centro de Parets, un inmueble antiguo que él mismo había rehabilitado. Los Pociños compraron entonces los bajos de un edificio de tres plantas para vivir en un espacio más adaptado a la nueva vida de Enrique, con un comedor comunicado a pie plano con el jardín y una terraza en la trastienda. Pero en la nueva vivienda todavía hay habitaciones que actúan de barreras ante sus problemas de movilidad. Por ejemplo, la silla de ruedas de Enrique no pasa por la puerta de la habitación de Sandra, su hija de 10 años.

Además de Sandra, el matrimonio Pociños tiene otros dos hijos varones. El mayor, Kilian, de 20 años, que ya tiene novia formal, destacó como jugador de fútbol en el juvenil del Granollers, el equipo canterano del que han salido profesionales de élite, como el españolista Toni y el barcelonista Gerard. Kilian era un buen organizador, pero después del accidente de Enrique abandonó la práctica de este deporte. No pudo soportar no ver a su padre en el borde del terreno de juego, dando patadas al aire para acompañar las jugadas. El segundo hijo, Enrique, de 16 años, estudia Formación Profesional y se inició también como futbolista en el juvenil de la Damm, un crisol de la cantera catalana por el que pasaron los hermanos Óscar y Roger García.

Desde el accidente, Enrique Pociños ha tenido que enfrentarse al reto de transitar por la vida sin dejarse vencer. A veces piensa que sería mejor no ver nada y, por supuesto, no sentir. Cuando cae la tarde, trata de no sucumbir a la tentación de observar el horizonte por el ventanal de la cocina. Ha aprendido que la nostalgia de los espacios abiertos es la peor enemiga de un alma prisionera en un cuerpo inerte. Tiene dos mascotas: Toby, una variedad de pastor alemán, y Luna, una perrita Yorkshire, que probablemente conoce, mejor que ningún otro ser vivo, la melancólica urdimbre sentimental de su dueño, el hombre ensillado.

Pociños intenta peinarse con la mano derecha, la única parte de su cuerpo que responde a las órdenes del cerebro.CARLES RIBAS

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