Tribuna:

Aún está todo abierto

Las elecciones en Madrid estaban planteadas con total claridad: o ganaba el PP o ganaba una coalición entre el PSOE e IU. Es decir, la partida se jugaba entre dos equipos perfectamente identificados: la derecha y la izquierda. En cambio, las elecciones catalanas son distintas. El factor nacionalista se añade a la dicotomía derecha-izquierda. Los sentimientos identitarios -ausentes del escenario madrileño-desempeñan en Cataluña un importante papel. Por tanto, aquí todo es más complejo, mucho más complejo, probablemente excesivamente complejo.

Se me puede objetar, con razón, que ello no e...

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Las elecciones en Madrid estaban planteadas con total claridad: o ganaba el PP o ganaba una coalición entre el PSOE e IU. Es decir, la partida se jugaba entre dos equipos perfectamente identificados: la derecha y la izquierda. En cambio, las elecciones catalanas son distintas. El factor nacionalista se añade a la dicotomía derecha-izquierda. Los sentimientos identitarios -ausentes del escenario madrileño-desempeñan en Cataluña un importante papel. Por tanto, aquí todo es más complejo, mucho más complejo, probablemente excesivamente complejo.

Se me puede objetar, con razón, que ello no es nuevo. Efectivamente, este doble eje en la motivación del voto catalán ha estado presente en todas las elecciones desde los inicios de la democracia. Sin embargo, hay un factor añadido que confiere una novedad singular a estas elecciones: el dilema que resolver, más que nunca, está entre continuidad y cambio. Ahora bien, es extremadamente difícil conocer las repercusiones que nuestro voto tendrá en la continuidad o en el cambio. Veamos.

La continuidad es, obviamente, Artur Mas, es decir, que CiU siga en el Gobierno. Pocas dudas pueden caber sobre ello, a menos que alguien piense que Mas puede adoptar una línea política muy distinta a la de Pujol. Ciertamente, cada gobernante tiene su propia personalidad, que se traduce en un estilo personal. Rajoy, por ejemplo, tiene una manera de hacer muy distinta a la de Aznar; ahora bien, no es previsible que se lance a cambiar las grandes líneas de actuación política que el PP ha mantenido en los últimos años. El caso de Pujol y Mas es equivalente: tienen, indudablemente, estilos distintos; pero las líneas políticas, a grandes rasgos por lo menos, no pueden ser muy distintas. CiU es un partido nacionalista y conservador: lo seguirá siendo. Por tanto, en lo básico, Artur Mas es la continuidad. Sin embargo, el voto a Mas también puede servir para el cambio.

En efecto, el Gobierno que puede constituirse en torno a CiU será de un signo muy distinto si su aliado parlamentario es el PP o si es ERC. Si es el PP, la continuidad con los años recientes está asegurada, pero precisamente muchos militantes y votantes convergentes desean que el acuerdo parlamentario con el PP continúe. A su vez, si el acuerdo parlamentario se alcanzara con ERC, los cambios podrían ser muy notables: los sectores de CiU más nacionalistas se verían reforzados y la orientación hacia una vía vasca en la reforma del estatuto catalán tendría muchas posibilidades de ser una realidad, ya que tanto Esquerra como estos sectores más nacionalistas de CiU muestran públicamente su simpatía por el proyecto de Ibarretxe.

El voto a CiU, por tanto, puede servir para la continuidad, pero también para el cambio. De ahí la perplejidad del votante de CiU, que probablemente piensa: "¿A quién doy también mi voto cuando deposito la papeleta: al PP o a ERC?".

Si la continuidad es CiU, el cambio no puede ser otro que el PSC. Desde hace 23 años así es. Los socialistas han gobernado en España, ocupan las más importantes alcaldías de Cataluña, pero tienen como gran asignatura pendiente el Gobierno de la Generalitat. No cabe duda de que sólo ellos pueden ser el cambio. Ahora bien, es muy distinto un Gobierno de Maragall en solitario o en alianza con Iniciativa, en el que predominaría el factor izquierda, de un Gobierno de Maragall condicionado decisivamente por ERC, en el cual se produciría una complicidad especial entre este último partido y el sector nacionalista del PSC. Por tanto, muchos hipotéticos votantes socialistas se encuentran también perplejos: "¿A quién doy mi voto cuando deposito la papeleta que encabeza Maragall? ¿Hacia dónde se dirigirá el cambio?".

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El colmo de la perplejidad lo experimentarán, sin duda, los votantes de ERC, partido que ha convertido la ambigüedad de sus alianzas en uno de sus principales signos de identidad. El día de las elecciones, el votante de ERC se preguntará: "Con mi voto, ¿contribuiré a que sea presidente Mas o Maragall?".

Estamos, por tanto, ante unas muy complicadas elecciones, en las cuales todas las posibilidades están abiertas y todos los resultados aparecen como inciertos porque el número de indecisos es todavía muy grande. Es perfectamente posible, además, que esta incertidumbre se mantenga tras el resultado electoral y no se resuelva hasta las negociaciones posteriores, quizá hasta las últimas horas antes de que se cumpla el preceptivo plazo de investidura del nuevo presidente.

Esta noche comienza la campaña electoral propiamente dicha. Esta campaña tendrá mucha importancia. Hasta las elecciones municipales del 25 de mayo la moral socialista estaba alta, excesivamente alta, y la moral convergente estaba baja, excesivamente baja. Tras el verano, cambiaron las tornas: los socialistas estaban nerviosos, y los convergentes, demasiado confiados.

Ahora nos encontramos en una tercera fase. El espectacular traspié dado por Artur Mas con la surrealista propuesta de nutrir con deportistas catalanes las selecciones deportivas andorranas ha conmovido a la opinión pública y ha hecho que la moral de CiU haya vuelto a bajar de forma espectacular. Jordi Pujol viajará a Andorra en los próximos días para intentar restablecer las buenas relaciones con aquel país y poner remedio, en lo que se pueda, a tamaña metedura de pata. Pero el ridículo ya está hecho y la gente se pregunta si esa persona aparentemente bien preparada, que habla ordenadamente y parece conocer todos los temas como un buen empollón, es además una persona sensata, una persona dotada de sentido común. Los mismos votantes convergentes no paran de repetir que ese error nunca lo hubiera cometido Pujol. Y Maragall tampoco ha propuesto nunca una maragallada de tales dimensiones.

Todo está abierto. Serán 15 días decisivos. Los partidos y candidatos deben acabar de convencer a los muchos electores todavía indecisos. Se echan en falta claridad y diferencia en las propuestas: no es suficiente, para convencer, limitarse a evitar que los candidatos metan la pata.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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