Platos rotos

Mucho mejor hilvanada, la segunda entrega del programa Territorio Danza dejó una agradable sensación de profesionalidad y de buenos talentos a la vista. Empezó la veterana Carmen Werner con su solo, un monólogo interior donde saca partido a su formación de atleta. Es evidente que Werner ha ganado mucho con su madurez personal y corporal; ella conoce su físico y lo explora en tensión usando de las cuerdas para dibujos de riesgo. El tema de su trabajo es otra vez una soledad torturada de desamor, una liturgia despiadada donde se habla de sexo, de ausencia.

Ese mismo tema toca de alguna ma...

Mucho mejor hilvanada, la segunda entrega del programa Territorio Danza dejó una agradable sensación de profesionalidad y de buenos talentos a la vista. Empezó la veterana Carmen Werner con su solo, un monólogo interior donde saca partido a su formación de atleta. Es evidente que Werner ha ganado mucho con su madurez personal y corporal; ella conoce su físico y lo explora en tensión usando de las cuerdas para dibujos de riesgo. El tema de su trabajo es otra vez una soledad torturada de desamor, una liturgia despiadada donde se habla de sexo, de ausencia.

Ese mismo tema toca de alguna manera el cuarteto que cerró el espectáculo, un trabajo de taller bien articulado donde destacó la presencia en escena del joven Jonathan de Luis (ex miembro de la Compañía Nacional de Danza 2), con su especial concentración y calidad de movimiento. En la escena se rompe literalmente la vajilla, un acto de furia y liberación que no exonera al bailarín de un dramático final con suicidio pastillero (o su intento) incluido, todo dentro de una estética del baile que une deconstrucción con dinámica, aunque vestidos con ropa y calzados inadecuados.