Editorial:

Arzalluz, sin empujar

El proceso abierto en el PNV para sustituir a Xabier Arzalluz como presidente de su Consejo Nacional (EBB) presenta rasgos singulares por encima de los muchos que caracterizan a este partido-comunidad. El más destacado es que el veterano líder, de 71 años de edad y 23 de permanencia en el cargo, todavía no ha dicho la palabra definitiva sobre una retirada que lleva anunciando al menos desde 1996. Después de promover un programa acelerado de renovación en la cúpula del partido y de las instituciones vascas, Arzalluz se ha quedado como solitario vestigio del grupo dirigente que protagonizó la tr...

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El proceso abierto en el PNV para sustituir a Xabier Arzalluz como presidente de su Consejo Nacional (EBB) presenta rasgos singulares por encima de los muchos que caracterizan a este partido-comunidad. El más destacado es que el veterano líder, de 71 años de edad y 23 de permanencia en el cargo, todavía no ha dicho la palabra definitiva sobre una retirada que lleva anunciando al menos desde 1996. Después de promover un programa acelerado de renovación en la cúpula del partido y de las instituciones vascas, Arzalluz se ha quedado como solitario vestigio del grupo dirigente que protagonizó la transición y la puesta en marcha de la autonomía vasca, aunque cada vez más aislado de la generación que ha ido tomando el relevo. Esta nueva generación se acercó a la política tras la muerte de Franco, no tiene más experiencia de ella que el disfrute del poder y, quizá por ello, ha asumido con llamativa normalidad la "muerte" del Estatuto de Gernika, la base que sostiene el autogobierno vasco.

Arzalluz justificó en 2000 su continuidad improrrogable en el cargo porque en aquel momento, recién rota la tregua de ETA y emprendido el rumbo soberanista concretado luego en el plan Ibarretxe, era aventurado privar al partido de su guía. Una vez que él mismo ha puesto todas sus complacencias en la persona del lehendakari, la militancia peneuvista, inflamada tantas veces por su verbo llameante, no termina de comprender las dudas y dilaciones del presidente del Consejo Nacional del PNV. La virtud de saber marcharse en el momento y de la forma adecuada rara vez acompaña a los líderes carismáticos, y Arzalluz no ha resultado una excepción. Su resistencia a anunciar la retirada prometida obedece, probablemente, a que le gustaría poder designar a su sucesor como ha hecho Aznar con Rajoy o Pujol con Artur Mas; o, cuando menos, que se le pidiera consejo sobre la persona señalada. Pero la mística democratista del PNV le impide plantearlo abiertamente, y su orgullo, sugerirlo.

Por el contrario, sabe que las posibilidades de su candidato predilecto, Joseba Egibar, se han difuminado en el reparto de influencias pactado entre las decisivas organizaciones de Vizcaya y Guipúzcoa, que impulsan la candidatura del portavoz del Gobierno vasco y consejero de Industria, Josu Jon Imaz. Mantener la incógnita sobre sus designios supone así la última esperanza de Arzalluz para ser tenido en cuenta y favorecer a los suyos en un debate enrarecido. El veterano tribuno no quiere que le empujen, aunque es consciente de que ha dejado de ser imprescindible para su partido.

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