La casa de Jorge Amado, un museo

Hace dos veranos que falleció en la ciudad de Salvador de Bahía, a los 88 años de edad, uno de sus hijos más queridos, Jorge Amado. La casa en la que vivió el novelista brasileño durante casi cuatro décadas, en el barrio de Río Vermelho, va a ser abierta al público a finales de año. En el Memorial Jorge Amado, nombre elegido por su viuda, la también escritora Zélia Gattai, podrán verse obras de Diego Rivera, Picasso o Cândido Portinari. Aunque probablemente llame más la atención al visitante sentarse tranquilamente en el banco preferido de Jorge Amado o pasear por e...

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Hace dos veranos que falleció en la ciudad de Salvador de Bahía, a los 88 años de edad, uno de sus hijos más queridos, Jorge Amado. La casa en la que vivió el novelista brasileño durante casi cuatro décadas, en el barrio de Río Vermelho, va a ser abierta al público a finales de año. En el Memorial Jorge Amado, nombre elegido por su viuda, la también escritora Zélia Gattai, podrán verse obras de Diego Rivera, Picasso o Cândido Portinari. Aunque probablemente llame más la atención al visitante sentarse tranquilamente en el banco preferido de Jorge Amado o pasear por el jardín donde se esparcieron, bajo la sombra de una manga frondosa, las cenizas del autor de Los viejos marineros, Gabriela clavo y canela o Doña Flor y sus dos maridos. En su epitafio se lee: "Aquí, en este lugar del jardín, quiero descansar en paz cuando llegue la hora". En el Pelourinho, el centro histórico de la antigua capital colonial, considerado Patrimonio de la Humanidad, un viejo caserón alberga desde 1987 la Fundación Casa de Jorge Amado, en la que se conservan fotografías, manuscritos originales y objetos del escritor, que gustaba de presentarse como "novelista de putas y vagabundos", y cuyos libros han sido traducidos a más de 40 idiomas. Los niños abandonados, los pescadores, las sirvientas y los truhanes, los caciques, todos los personajes de sus relatos, continúan vivos en los callejones y plazas, iglesias y mercados, muelles y playas, de esa abigarrada Bahía, felizmente mestiza, que Amado contó como nadie: con una ternura infinita hacia los más desvalidos.-

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