Columna

Demagogias

Ciertos politólogos moralistas coinciden -yo lo soy pero no estoy de acuerdo-, con los dos grandes partidos de ámbito estatal (PP y PSOE) en que la proliferación de elecciones de distinto rango a celebrar en fechas diferentes es algo que no le va bien al rendimiento del sistema. Así, cuando acordaron que las elecciones locales serían cada cuatro años en día fijo, y que las de la mayoría de las comunidades autónomas coincidirían con las locales, respiraron todos aliviados. Imaginarse que podría haber elecciones cada seis o siete meses, hoy en aquella comunidad, mañana las legislativas, después ...

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Ciertos politólogos moralistas coinciden -yo lo soy pero no estoy de acuerdo-, con los dos grandes partidos de ámbito estatal (PP y PSOE) en que la proliferación de elecciones de distinto rango a celebrar en fechas diferentes es algo que no le va bien al rendimiento del sistema. Así, cuando acordaron que las elecciones locales serían cada cuatro años en día fijo, y que las de la mayoría de las comunidades autónomas coincidirían con las locales, respiraron todos aliviados. Imaginarse que podría haber elecciones cada seis o siete meses, hoy en aquella comunidad, mañana las legislativas, después las locales, un poco más allá las europeas, y, como exceso ya intolerable, elecciones a la carta en diferentes grandes municipios a cuyos alcaldes se les concediera la capacidad de disolución anticipada, con el correspondiente sistema de preferencias, plazos y compatibilidades, les daba vértigo. El espectáculo de la campaña electoral permanente les parecía -a ellos y a los vigilantes de la tentación de ese dispendio democrático-, poco funcional, caro, no recomendable, fuente de exacerbación de la demagogia, y, finalmente, una expresa e irresponsable invitación al caos. Por eso, a pocos meses de la jornada electoral de mayo pasado, que vayan a celebrarse en octubre las autonómicas catalanas y madrileñas (repetidas por problemas internos del PSOE), cinco meses después las legislativas, y varios meses más allá las europeas, en lugar de arrancarles el lamento genérico que comparten con los politólogos moralistas de que hablo se han aprestado al espectáculo con un libreto demagógico de lujo que tan apenas ha echado a andar. Para la inevitable sucesión de Aznar, Maragall cocinó lo de la eurorregión de marras, Zapatero un patético SOS democrático, Mas un guiño soberanista de guiñol, y Llamazares, el pobre, un descoloque sublime. Aznar les adelantó el reloj en Menorca a todos para ir a las catalanas de estreno (Rajoy); Maragall, que leyó entre líneas el plan Ibarretxe y que ya de antes se apuntaba a un bombardeo (Ara o mai!, de nuevo), le guiña un ojo al electorado nacionalista fronterizo con ERC y CiU, y, de paso, implica a los valencianos en una pifia para nada (como lo de Roca con el PRD), incomodando y obligando a Pla a decir -y es de aplaudir- que ya vale Pasqual; Zapatero, para que no le pregunten por Maragall, ni por la FSM, ni por el Estado Libre Asociado de Euskadi clama por un nuevo periodo constituyente -es un decir- de vuelta a la democracia, que nos saque del aznarismo (¡qué fuerte!), para el que emplaza gratuitamente a Rajoy (que, claro, pasa de caralladas); Mas entona el virolai desafinado del excursionismo pujolista para ganar por aquí (ERC/PSC) lo que se irá por allá (PP); y Llamazares, por fin, se queda sólo disparando pacíficamente los cartuchos que le quedan de su autismo político a la espera de que en Madrid se produzca el milagro. Para ser tan mirados con los dispendios electorales y los excesos demagógicos que propicia la proliferación de elecciones, me da la sensación que PSOE, IU y CiU le van a regalar al PP vitaminas electorales para ganar aquí, allá y más allá, tal es la desorientación en que se encuentra el conjunto de la izquierda y de los nacionalismos progresistas. Creer que la proliferación de convocatorias electorales acrecentaba la demagogia de los contendientes era ignorar que, a menudo, la demagogia viene sola, pero sobre todo es esconder que lo que a los grandes les encanta es que los pequeños se arruinen en las campañas, desaparezcan como competidores y les dejen solos.

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